El Santo Padre Francisco nos convoca para iniciar hoy, fiesta de la Sagrada Familia, en nuestras iglesias particulares el Jubileo de la Encarnación 2025, que tiene como lema: “peregrinos de la esperanza”.
 
 

Jubileo de la Encarnación 2025

Es Navidad. Con júbilo contemplamos el nacimiento del Hijo eterno de Dios que quiso compartir nuestra débil, frágil y caduca naturaleza.

Con su encarnación, Jesús comparte nuestra condición humana con todo lo que significa.

 
 
 
Con su encarnación, Jesucristo quiso compartir nuestra condición humana con todo lo que ella significa. Siendo el Hijo eterno del Padre y “la imagen fiel de su ser” (Heb 1,3), quiso tomar nuestra naturaleza frágil y asumir las realidades humanas, entre las cuales estaba también ser parte de una familia. A pesar de que el mundo actual se ha encaminado a perder el sentido originario y genuino de la familia, como realidad vital en la existencia de las personas, sin embargo, ella sigue siendo un pilar básico en toda sociedad: “El bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia” (Amoris Letitia 31). Además, ella nos recuerda que la Iglesia misma es la familia espiritual de los hijos de Dios.
 
La capacidad de establecer relaciones mutuas y vínculos afectivos nos constituye en personas, y la familia se funda en esas relaciones interpersonales reciprocas, fundadas sobre todo en el amor. Ellas humanizan y ayudan a trazar caminos de esperanza.
 
La familia forma parte del proyecto de Dios desde los orígenes de la humanidad y tiene su inspiración y su base más firme en la misma vida interna de Dios, en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El misterio de tres personas distintas con unidad plena y perfecta, fundada en el amor infinito, se proyecta en la familia de la Iglesia y en cada familia humana. Ellas, aunque con sus limitaciones, son imágenes de la Santísima Trinidad.
 
El libro del Eclesiástico ofrece algunas pautas concretas para vivir ese proyecto de Dios, tales como el respeto de los hijos hacia sus padres. El Señor recompensa abundantemente a quienes honran a sus progenitores, incluso en la ancianidad. San Pablo, por su parte, también exhorta a los hijos para que obedezcan a sus padres “en todo”, asimismo, invita a los cónyuges a vivir como conviene en el Señor, con respeto mutuo. Con actitudes cotidianas sencillas es posible vivir el proyecto de Dios y hacer de la familia un espacio privilegiado de esperanza.
 
La familia de Nazaret es peregrina y modelo de esperanza. San Lucas nos enseña cómo María y José van tomando conciencia acerca de quién es Jesús y de la responsabilidad que tienen ante el verdadero Padre. La peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén es una magnífica ocasión para entender más al respecto. Como todos los judíos piadosos, ellos “solían ir cada año a Jerusalén para las festividades de la Pascua”, cumpliendo así un precepto de Ex 34,23. El Papa Francisco también nos recuerda: “No es casual que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida”. (Spes non confundit 5).
 
Cuando Jesús tenía doce años, la edad en la que se dejaba de ser niño, terminada la peregrinación, él debía regresar con otros jovencitos de su edad, sin embargo, se quedó en Jerusalén, donde fue hallado conversando e interrogando a los maestros de Israel. Aprovecha las preguntas de su madre para revela quién a su verdadero Padre, Dios, en quien todo peregrino encuentra el sentido profundo de su vida. María, modelo de fe y esperanza, “guardaba todas esas cosas en su corazón”.
 
San Lucas narra que una vez que cumplieron los preceptos divinos, José y María volvieron a Nazaret, y “el niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él”. El Hijo eterno del Padre, por su encarnación, asume el proceso normal de todo ser humano, que necesita crecer y fortalecerse. Aquel que es la “Sabiduría infinita de Dios”, acepta ir adquiriendo poco a poco sabiduría humana, como cualquier persona. José y María se llenan de esperanza y felicidad ver al niño crecer y adquirir todo lo necesario para su misión.
 
Toda familia se convierte también misionera de esperanza cuando asume ese proyecto divino, desde el inicio de la creación, basado en la unión del hombre y la mujer, de la cual nacen los hijos como dones preciosos de Dios. Este proyecto de Dios sigue vigente a pesar de que haya quienes, en aras de una supuesta pero falsa modernidad, no sólo pretendan hacer creer, con falaces argumentos, que ya es arcaico y obsoleto, sino que intenten destruirla con ideologías perniciosas, incluso con legislaciones nocivas.
 
La familia es misionera de esperanza cuando favorece el crecimiento integral de los hijos, los valora, respeta y acompaña, convencida de que ellos pertenecen a Dios; cuando los padres entienden que los hijos son dones preciosos y que, al amarlos y cuidarlos, hacen presente la paternidad divina. La familia es misionera de esperanza cuando los hijos descubren en sus progenitores la presencia del Padre eterno y misericordioso, por eso los respetan, los veneran y sobre todo los aman.
 
Todos los que creemos en el Verbo eterno de Dios, cuya encarnación celebramos solemnemente en este jubileo, seremos misioneros de esperanza si, con la fuerza de la Palabra y de la Eucaristía, somos capaces de promover, defender y testimoniar el valor de la familia como proyecto divino, aunque muchas veces tengamos que navegar contra corriente.
 
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