En este año litúrgico nos toca escuchar el evangelio de san Mateo, que nos presenta el Plan de Dios, iniciado en el Antiguo Testamento, pero llegado ahora a su total cumplimiento con Jesucristo. Con las bienaventuranzas inicia el Sermón de la Montaña, el cual constituye del corazón mismo de todo el evangelio. Este pasaje es una de las piezas más bellas y de más denso contenido en los evangelios y en toda la Biblia. Las enseñanzas de Jesús en esta parte del evangelio representan un enorme desafío y una gran tarea para cuantos creemos en él como nuestro Señor y Salvador.
 
 

El Sermón de la Montaña y las Bienaventuranzas

 
Aunque difícil de comprender, pero sobre todo de practicar, sin embargo el Sermón de la Montaña ha sido y seguirá siendo muy emblemático en el cristianismo. Comunidades católicas, protestantes, ortodoxas…, que quieran ser fiel a Jesús deben siempre encontrar en estas enseñanzas los principios rectores y las directrices fundamentales de su ser y actuar.
 
Las instrucciones del Sermón de la Montaña son, en primer lugar, un retrato del propio Maestro. El que enseña “como quien tiene autoridad y no como los escribas”, es también el primero en cumplir su propia doctrina, inspirada en la humildad, la sencillez, la fraternidad y la misericordia. En segundo lugar, pero de manera directa y como consecuencia necesaria, estas enseñanzas buscan dibujar el retrato de los discípulos de Jesús, que desean asumir su estilo de vida.
 
Antes de ocuparse del actuar de los discípulos de Jesús, el evangelio de san Mateo se da a la tarea de identificarlos por medio de las bienaventuranzas. A través de éstas es como se puede comprender el lugar que ellos tienen en el Reino de los cielos, que ya está presente en el mundo y también así se puede ubicar su proceder dentro de la misma dinámica de la misión de Jesús.
 
Las bienaventuranzas son como una especie de resumen de todo el Evangelio, porque ellas son “buena noticia” en el sentido más pleno de la palabra. En otras palabras, ellas son un anuncio de la felicidad que trae la presencia del reinado de Dios en el mundo.
 
Si bien las bienaventuranzas están ligadas a promesas antiguas y apuntan al futuro, sin embargo han comenzado a ser realidad desde ahora. Son realidades ya presentes, aunque todavía en espera de su consumación final. Lejos de ser solo deseos o promesas vagas y abstractas, son ya auténticas realidades que acontecen aquí y ahora, gracias a la presencia del Mesías en la historia humana.
 
La realización presente no ocurre solo en razón de la seguridad de llegar a poseer lo que se espera, sino que esa plenitud esperada ha comenzado. Dicho de otro modo, ya desde ahora los “pobres en espíritu” al abrirse al reino de los cielos empiezan ya a poseerlo, aunque todavía esperan la pertenencia total al mismo; de manera semejante, “los que lloran” comienzan ya recibir la consolación, por el anuncio de la Buena Nueva; “los mansos” son ya destinatarios de las promesas que empiezan a ser suyas; “los hambrientos y sedientos por causa de la justicia” están ya siendo saciados con la presencia salvadora de Aquel que ha venido “a cumplir toda justicia” y viven con intensidad este momento de plenitud… Por eso las bienaventuranzas, que han tenido su anuncio y preparación desde antiguo, son ya, de alguna forma, realidad, pero también se proyectan hacia su cumplimiento final.
 
Si las bienaventuranzas parecen ideales lejanos o incluso ajenos a nuestras realidades concretas, es porque aún no abrimos la mente y el corazón para comprenderlas, asumirlas y aplicarlas en nuestra vida. Muchas veces preferimos seguir los criterios mundanos, como el egoísmo, el placer, el poder y la búsqueda de intereses y ventajas personales, a costa de lo que fuere. Las bienaventuranzas en cambio son invitaciones a vivir el amor y misericordia, que tiene su base en Dios y en la confianza y seguridad absoluta sólo en él mismo.
 
Mientras los criterios mundanos se fundan en las riquezas, en la fuerza y en la dominación de los demás como hacen los poderosos de la tierra, las bienaventuranzas, por el contrario, tienen como modelo al propio Jesús que nos enseña a hacer siempre el bien, a perdonar a quien nos ofende y amar incluso a nuestros enemigos. Mientras el camino de los poderosos está plagado de vanidad, soberbia, orgullo y ambición, por lo que emplean incluso la violencia para subyugar, el camino de los bienaventurados está impregnado de humildad, perdón y misericordia. Solo los “pobres en espíritu” pueden entenderlo. Los “pobres de Yahvé” anunciados por Sofonías, prefiguraron a “los pobres en espíritu”, llamados dichosos por Jesús: “Busquen al Señor, ustedes los humildes de la tierra…Aquel día, dice el Señor, yo dejaré en medio de ti, pueblo mío, un puñado de gente pobre y humilde. Este resto de Israel confiará en el Señor…”.
 
También san Pablo nos exhorta en la primera carta a los Corintios: “Consideren que entre ustedes, los que han sido llamados por Dios, no hay muchos sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles según los criterios humanos. Pues Dios ha elegido a los ignorantes de este mundo, para humillar a los sabios; a los débiles de este mundo, para avergonzar a los fuertes; a los insignificantes y despreciados del mundo, a los que nada valen, para reducir a la nada a los que valen; de manera que nadie pueda presumir ante Dios”.
 
El único motivo para gloriarnos es solo ser discípulos de Aquel quien es el primero de todos los bienaventurados, Jesucristo nuestro Señor.
 
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