San Lucas nos ofrece algunas enseñanzas de Jesús con un estilo llamado “sapiencial”, semejantes a las que aparecen en libros del Antiguo Testamento, como el del Sirácide. En esa misma tesitura se coloca Jesús cuando dice: “Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo?” Se trata de una advertencia y al mismo tiempo una invitación para elegir al maestro que posea la sabiduría necesaria para guiar correctamente y no llevar al error.
Siempre han existido quienes pretendiendo ser “maestros”, hacen alarde de aparente sabiduría, pero su ceguera es manifiesta. A esos falsos “maestros” no les importa la formación de niños, adolescentes y jóvenes ya que sólo buscan sus intereses personales; también muchos dirigentes políticos demagogos son guías ciegos, enfermos de poder y ambición de dominio, cuando afirman falsamente servir al pueblo, pero en realidad se sirven de él para su egolatría y propio beneficio; son guías ciegos los líderes sociales que enarbolan estandartes de supuestos derechos y libertades, pero que en realidad destruyen los valores individuales, familiares y colectivos; son guías ciegos muchos comunicadores, interesados sólo en vender notas sensacionalistas. Pero también son guías ciegos los falsos pastores que, en lugar de anunciar la Palabra de Dios, propagan sus propias ideas, ajenas y a veces hasta contrarias al Evangelio.
El único verdadero Maestro es Jesús, quien no sólo posee sabiduría, sino que él mismo es “la Sabiduría de Dios”. Su palabra y su ejemplo nos llevan por el camino correcto hacia la vida en su plenitud. Quienes queremos ser verdaderamente sus “discípulos”, es decir, aprender y seguir su estilo de vida, necesitamos ser dóciles a su enseñanza, centrada en el amor y en la misericordia, para vivir la perfecta comunión con Dios y con los hermanos.
Cuando Jesús nos dice “¿por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo?”, se refiere a la inclinación a ser indulgentes con nosotros mismos, pero exigentes con los demás. Aunque esto podría ser un instinto espontáneo, sin embargo, nos lleva a caer en graves incoherencias. Asimismo, al desconocer el interior de las otras personas y sus circunstancias, corremos el riesgo de constituirnos en jueces rigoristas y usurpar funciones que no nos competen. Por eso, Jesús nos alerta contra las tendencias de excesiva indulgencia con nosotros mismos, pero severas hacia los demás, lo que conduce a la falta de caridad con el prójimo.
La imagen de “la paja y la viga en el ojo” nos llama a reconocer nuestros propios defectos y errores, descubriendo su alcance, para no juzgar de los otros. Hacer observaciones o aconsejar a las demás personas es legítimo, bueno y necesario, cuando procedemos con humildad y con el deseo sincero de ayudar. La buena crítica aprovecha y construye, en cambio la nociva hiere, lastima y destruye. El camino de la fe requiere también de una sana y necesaria autocrítica.
Por medio de las imágenes del “ciego que guía a otro” y de la “paja en el ojo ajeno”, Jesús nos advierte de peligros que pueden tener graves consecuencias, como ser conducidos al error, pero peor aún, juzgar con rigor los errores de los hermanos, sin asumir y corregir los nuestros.
Jesús usa otra imagen, la del “árbol y sus frutos”, para indicar que la bondad o la maldad se manifiestan en las obras que realizamos: “no se recogen higos de los espinos ni uvas de las zarzas”. Ya el libro del Sirácide advertía: “el fruto demuestra cómo ha sido el cultivo del árbol; la palabra muestra la mentalidad del hombre”. Las buenas acciones “nacen del corazón” de quien ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. No se trata ciertamente del órgano cardiaco, sino de la interioridad más profunda del ser humano, de donde proceden nuestros pensamientos, intenciones y decisiones. De la bondad que atesora el “corazón”, nace el bien, en cambio, de la maldad del “corazón”, el mal.
Pidamos el “corazón de carne” anunciado por el profeta Ezequiel (36,26). El “corazón de piedra” es insensible, endurecido por la ambición y la soberbia; el “corazón de carne”, en cambio, es comprensivo, indulgente y humilde. De un corazón que genera y atesora bondad sólo puede salir lo bueno. Por eso también san Pablo exhorta, en la primera carta a los Corintios, a buscar lo que es bueno, con firmeza y constancia, “trabajando siempre con fervor en la obra de Cristo”.
La Palabra divina y la Eucaristía nos introducen en la comunión más profunda y plena con Jesús, Sabiduría del Padre, modelan nuestro corazón al estilo del de nuestro único Maestro y Guía y nos lleva a experimentar su misericordia, la cual necesariamente se proyectará en la comprensión y caridad hacia nuestros hermanos.