El domingo pasado empezamos a escuchar la enseñanza por medio de parábolas. Se trata del segundo discurso de Jesús en el evangelio de san Mateo (capítulo 13). Las imágenes son tan elocuentes como didácticas. Hoy nos presenta la “parábola del trigo y la cizaña”, una planta nociva (familia de las gramíneas), su tallo alcanza más de un metro y crece espontáneamente en el campo. Además de robar nutrientes a las plantas buenas y no dejarlas crecer, su harina es tóxica.

 
 
La agricultura en la Palestina de tiempos de Jesús era variada: de llanura (trigo, cebada y lentejas), de montaña (vides, olivos e higueras) y de zonas semidesérticas (dátiles). Las labores agrícolas comenzaba con las labranzas, a finales del otoño. Se usaba un arado tirado por animales (nunca asno y buey juntos, prohibido por Dt 22,10). Primero se cosechaba el lino, luego la cebada y el trigo (Ex 9,31-32). A finales de junio llegaba la vendimia y la cosecha de los frutos estivales. Una maldad más o menos recurrente entre agricultores era sembrar semillas dañinas en campos de rivales.
 
 
En ese contexto agrícola Jesús utiliza la parábola de la cizaña. Ilustra ante todo lo que podríamos llamar “la “paciencia de Dios y la identidad de los hijos del Reino”. En esta misma perspectiva se ubica también la parábola de la red que recoge toda clase de peces (Mt 13,47-50). Ambas se refieren al reinado de Dios ya presente, pero en medio de realidades que requieren discernimiento, paciencia y fidelidad de los discípulos de Jesús.
El Reino de Dios de suyo exige crecimiento. Los discípulos de Jesús son invitados a entrar en esta dinámica, pero sin perder su identidad, a pesar de las dificultades y de tantas realidades negativas. Estos se encuentran por ahora presentes y mezclados, coexistiendo en el mundo y en la misma comunidad, porque la “paciencia de Dios” así lo permite.
 
 
Ante muchas situaciones deplorables, algunos se preguntan ¿por qué Dios permite el mal? Si él es omnipotente, ¿por qué no destruye a quienes dañan a sus prójimos? En teoría, Dios podría eliminar del mundo a todos los malvados. Sin embargo, él es un buen padre, con “rostro materno”, paciente y misericordioso. Y, ¿qué padre o madre elimina a sus hijos que se portan mal? Al contrario, ellos buscan siempre y por todos los medios que sus hijos descarriados vuelvan al buen camino.
 
 
La parábola de la cizaña sembrada junto al trigo presenta una situación crítica. El propietario sembró buen trigo, pero apareció la cizaña, que un enemigo puso en su campo. El gran problema es que al querer arrancarla, se podría afectar también al trigo. La parábola evidencia los elementos negativos presentes, no únicamente en el mundo, sino también en la propia comunidad cristiana. Esto es parte de un largo proceso que concluirá con la venida final del Hijo del hombre. Sólo hasta entonces será la separación.
 
 
Aunque por ahora es preciso la coexistencia pacífica, el discípulo necesita conservarse íntegro, sin dejarse contagiar por la mala semilla. Todavía no hay que arrancar la cizaña, sino esperar los tiempos de Dios. Al final, después de la espera, Dios hará el discernimiento definitivo entre lo bueno y lo malo.
 
 
La parábola podría parecer que induce a una resignación fatalista, pero no es así. Resignarse significaría caer en desánimo, al no encontrar caminos de solución. Jesús no quiere “resignados”, sino personas de fe y esperanza, firmes frente a la adversidad. Las realidades difíciles y críticas nos desafían, pero también fortalecen más nuestra confianza en el Señor.
 
 
Para entender el proceder de Dios, hay que superar los criterios mundanos, contaminados de mezquindad y asumir su misericordia. Así lo recuerda el libro de la Sabiduría: “…por ser el Señor de todos, eres misericordioso con todos… has enseñado a tu pueblo que el justo debe ser humano, y has llenado a tus hijos de una dulce esperanza, ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta”.
Sólo quien se reconoce pecador y necesitado del perdón de Dios es capaz de entender cómo actúa el amor y los criterios de misericordia y perdón.
 
Sería erróneo querer violentar la paciencia divina y arrancar del campo la cizaña, con el peligro de sacar también el buen trigo.
Por otro lado, hoy también el Señor, por medio de san Pablo, nos interpela para que primero atendamos nuestras propias fragilidades. Nos dice que el Espíritu “nos ayuda en nuestra debilidad”, porque nosotros ni siquiera “sabemos pedir lo que nos conviene”. Por eso, antes de intentar arrancar la cizaña, necesitamos mirarnos a nosotros mismos, reconocer nuestras propias debilidades e invocar la ayuda del Espíritu Santo, para mantenernos con paciencia y firmeza en la fidelidad a Dios.
 
 
Por ahora, la presencia de muchos elementos negativos en el mundo y dentro de la misma comunidad cristiana es inevitable, pero es preciso entender y asumir la “paciencia de Dios” y esperar su momento decisivo. La última palabra no la tiene el mal. La tiene el Señor de la historia, quien nos invita a mantenernos firmes en la fidelidad a él. Él mismo nos sostiene con el alimento de su Palabra y de la Eucaristía.