El evangelio de san Juan nos presenta a Jesús, llevando a cabo un milagro en una boda en Caná de Galilea. La madre de Jesús, como el evangelista suele llamar reverentemente a María, estaba allí presente. Durante los días del banquete, María se da cuenta de que el vino, importante en la fiesta de las culturas mediterráneas, se había agotado. Entonces ella le dice a Jesús: “ya no tienen vino”. La respuesta parece sorprendente: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora”. Pero, contrario a lo que pareciera, llamar “mujer” a la madre era una expresión de mucho respeto, como también llamar “señor” al padre.
 
María dice a los sirvientes: “hagan lo que él les diga”. Y Jesús pide llenar varias tinajas de agua y que lleven un poco al mayordomo. El agua se ha convertido en vino. Desconcertado, el mayordomo llama al esposo y le reprocha porque ha guardado el mejor vino para el final, cuando debió hacer lo contrario. Concluye el evangelista: “Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él”.
“Jesús manifestó su gloria” no significa sólo que él mostró su poder de hacer milagros y que sus discípulos se lo reconocieron. La expresión tiene un alcance mayor. Juan no habla de “milagro”, sino de “signo”. Lo relevante no es el cambio del agua en vino, en cuanto tal, sino que esa señal marca el inicio de un nuevo momento en la historia de la salvación, al empezar a revelar a Jesús como Mesías.
 
¿Qué significa “la gloria de Jesús”? El Profeta Isaías empieza a orientarnos. Habla de la alianza entre Dios y su pueblo en términos del amor entre los esposos y del gozo de la alianza como una fiesta de bodas. La “gloria” tiene que ver con el nuevo rostro de la alianza. Isaías usa términos esponsales para hablar de la alianza nueva de Dios con su pueblo, pero ha encontrado rechazo.
 
Al quebrantar la alianza, Jerusalén queda como “esposa abandonada”. Y aunque el exilio fue provocado por las infidelidades de la esposa, Dios no renuncia a su proyecto originario y anuncia, por medio de Isaías, su plena realización: “A ti te llamarán mi favorita y a tu tierra desposada, porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido”. El esposo es Dios: “Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó, la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará Dios contigo”.
 
En Caná de Galilea no ocurre sólo un milagro de Jesús para sacar de apuros a una pareja de recién casados. Más bien acontece un “signo” preclaro de la presencia salvadora de Dios, en su Hijo, el verdadero esposo, como lo llama el Bautista: “Quien se lleva a la esposa es el esposo” (Jn 3,29). Estamos frente a un signo de la nueva alianza.
 
La “gloria” de Jesús consiste en el cumplimiento de la nueva alianza. Él ha venido para hacer realidad el desposorio de Dios con su pueblo y alegrar la fiesta nupcial con abundante vino de gozo y amor. Aunque seis tinajas, de unos cien litros cada una, para una aldea como Caná parecen excesivas, el simbolismo es elocuente: la abundancia de gozo festivo por la nueva alianza. El episodio de Caná expresa que gloria Jesús va unida al amor generoso y abundante de Dios a su pueblo. Los discípulos pueden comprender que el Mesías Jesús es el verdadero esposo que viene de Dios a celebrar la alianza nupcial con su pueblo.
 
El “signo” de Jesús en Caná inaugura la nueva alianza, pero la “hora” propiamente tal llegará en la Pascua, cuando el “Esposo” ame a su “esposa” hasta el extremo y del costado abierto del Crucificado (Nuevo Adán), broten sangre y agua, símbolos de la vida y de los sacramentos. En la cruz se sellará el pacto nupcial con su Iglesia. Por eso, en “la hora” la de la crucifixión, Jesús llamará también “mujer” a su madre. En Caná, Jesús le había dicho: “mujer todavía no llega mi hora”, pero allí empezó a manifestar su gloria y sus discípulos empiezan a creer en él.
El signo de Caná anuncia en términos nupciales la nueva y definitiva alianza, la cual se consuma en la Pascua de Cristo. La “Mujer” de las bodas es la misma que en cruz nos ha sido dada como Madre.
 
La nueva y definitiva alianza ilustrada en términos esponsales tiene también serias consecuencias en estos tiempos, en los que el matrimonio es desvalorizado, despreciado y hasta atacado. El Papa Francisco nos invita a redescubrir su verdadero sentido: “La familia y el matrimonio fueron redimidos por Cristo (cf. Ef 5,21-32), restaurados a imagen de la Santísima Trinidad, misterio del que brota todo amor verdadero”; “la alianza esponsal, inaugurada en la creación y revelada en la historia de la salvación, recibe la plena revelación de su significado en Cristo y en su Iglesia” (AL 63).
 
Es preciso seguir anunciando el matrimonio cristiano, que hace presente la nueva Alianza, como gran proyecto salvador de Dios. Que el Espíritu Santo, quien “distribuye sus carismas para el bien común y obra todo en todos”, fortalezca a los matrimonios para que sean signos de la entrega de Cristo por su Iglesia. Que a ellos y a todos los renacidos por el agua de su costado herido nunca nos falte el “mejor vino”, el del amor, y seamos siempre peregrinos de esperanza.
 
 
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