Acompañado de sus discípulos y de los padres de la niña, entró donde estaba ella, “la tomó de la mano y le dijo: ‘¡Talitá kum!’ (¡óyeme niña, levántate!).
La Palabra de Dios gira en torno a la vida y a su contraparte, la muerte. Mientras el libro de la Sabiduría ofrece una visión general sobre el bien y el mal, sobre la vida y la muerte, San Marcos presenta a Jesús como fuente de la vida, al curar a una mujer que padece hemorragias y resucitar a una jovencita. San Pablo, por su parte, se refiere a la generosidad que, al aliviar los signos de muerte de quienes sufren carencias, genera vida.
El libro de la Sabiduría afirma categóricamente que Dios no hizo la muerte, sino que “por envidia del Diablo” ésta entró en el mundo. Dios creo la vida e hizo “buenas” todas las cosas: “Vio que todo era bueno”. Dios es la fuente de la vida y del bien, por eso “las criaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno mortal”. Dios es bueno y lo es también toda su creación, sin embargo, el poder del mal intenta arruinar lo creado por la bondad divina, a través del poder del pecado y de la muerte. Dios es vida y fuente de vida, el Maligno es muerte y destrucción. Por eso, todo aquel que está a favor de la vida es de Dios, en cambio, el que genera cualquier tipo de muerte, pertenece al Diablo.
Jesús está en plena sintonía con el Creador del bien y de la vida. Ha venido a hacer la voluntad de su Padre que lo envió, en favor de la vida y de la salvación. Por eso Jairo, el jefe de la sinagoga acude a Jesús para suplicarle con insistencia: “Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva”. Reconoce que Jesús tiene poder para hacer vivir.
San Marcos refiere que cuando Jesús se dirigía a la casa de Jairo “mucha gente lo seguía y lo apretujaba”. Entre la multitud estaba una mujer que padecía hemorragias, desde hacía doce años (la misma edad simbólica de la hija de Jairo). La deplorable enfermedad era crítica y pertinaz, pues los médicos no habían podido curarla, incluso ella había empeorado. La mujer, que seguramente había oído hablar de Jesús, de su poder y misericordia, se le acercó, con el deseo de ser curada.
Según la ley judía, aquella mujer se encontraba en estado de impureza (la pérdida de sangre era considerada así por la disminución de vitalidad). Sin embargo, ella se atreve a tocar el manto de Jesús, a pesar de la prohibición expresa de la ley, pensando que con sólo tocarlo se curaría, lo cual resultó cierto. La mujer demostró tener una gran fe, firme y audaz.
Jesús, al darse cuenta de que “una fuerza curativa había salido de él” y pregunta: “¿Quién ha tocado mi manto?”, buscó establecer una relación personal y directa con la beneficiada. Él no es una máquina de hacer milagros, sino alguien que sale al encuentro las personas, para ofrecerles la salvación integral. Al percatarse de la fe de la mujer, le dice: “hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad”. Jesús encuentra personalmente a la mujer, confirma su fe y la hace ir en paz y alegre. Lo más importante ya no es la curación en sí misma, sino el encuentro que ella ha tenido con el Señor. Sanada de su enfermedad física y espiritual, la mujer experimenta el gozo de la salvación.
En eso, unos criados avisan que la niña ha muerto, para que ya no molesten al Maestro. Aunque parecía que ya nada se podía hacer, Jesús sabe que está en un momento crucial para la fe, por eso le dice a Jairo: “no temas, basta que tengas fe”. Estas palabras son muy importantes cuando parece que todo está perdido, que nada queda por hacer, incluso pareciera que el Señor no quiere intervenir. Los problemas y dificultades pueden ser una gran oportunidad para fortalecernos y crecer en nuestra fe.
San Marcos refiere que cuando Jesús llegó a la casa y les dijo que la niña estaba dormida, la gente se reía de él. No obstante, acompañado de sus discípulos y de los padres de la niña, entró donde estaba ella, “la tomó de la mano y le dijo: ‘¡Talitá kum!’ (¡óyeme niña, levántate!). Tomarla de la mano y hablarle expresa la relación personal con la jovencita. No la revive a distancia, sino que se le acerca, incluso “ordenó que le dieran de comer”. Lo que parecen simples detalles, poseen gran sentido humano. Jesús mira lo que humaniza y personaliza, aunque sea algo pequeño.
Los episodios narrados por san Marcos muestran a Jesús como fuente y dador de vida. Él ha venido para erradicar la muerte en cualquiera de sus signos y expresiones y para dar vida y sostener la esperanza, aunque muchas veces todo parezca perdido. Podemos experimentar la cercanía y ayuda del Señor en todos los momentos, sobre todo en los más críticos.
Sólo podremos poseer la vida, entendida en su sentido más pleno e integral si nos dejamos encontrar por Jesús, si aceptamos su amistad que personaliza, humaniza, sana y da vida, alimentándonos de su Palabra y de la Eucaristía. Asimismo, él nos llama a crecer en nuestra fe, afrontando las adversidades, y nos pide expresarla en la generosidad para con los demás, como nos recuerda san Pablo. La fe y la esperanza en el Dios y Señor de la vida y la caridad generosa hacia el prójimo son realidades inseparables que se encuentran, se fortalecen, caminan y crecen juntas.
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