Con la fiesta del Bautismo del Señor concluimos las celebraciones de Navidad. Desde antiguo, las comunidades cristianas descubrieron una profunda y estrecha relación entre el nacimiento de Jesús y su bautismo.
Te puede interesar: ¿Qué es la Epifanía? Conoce el significado de esta fiesta
Historia de la fiesta del Bautismo del Señor
Entre los siglos IV y V, San Máximo, primer Obispo de Turín, en Italia escribía: El Evangelio nos explica que el Señor fue al Jordán para ser bautizado en el… No sin razón celebramos esta festividad después del día de Navidad –aunque ambos hechos están separados por varios años– ya que en cierto modo también esta fiesta viene a ser como un nacimiento.
El día de Navidad Jesús nació para los hombres, hoy renace para los sagrados misterios; en Navidad fue dado a luz por la Virgen María, hoy es engendrado por obra de unos signos celestiales. Al nacer según la naturaleza humana, su Madre María lo abrazó en su seno; ahora al ser engendrado místicamente, es como si el Padre celestial lo abrazara afectuosamente con aquella voz: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias, escúchenlo”. María meció suavemente al recién nacido en sus rodillas, ahora el Padre atestigua con su voz el afecto para con su Hijo; la madre lo ofreció a los magos para que lo adoren, ahora el Padre lo da a conocer a todos los hombres para que le rindan culto… San Máximo percibía la relación tan estrecha entre ambos acontecimientos.
No te pierdas: ¿Cuál es el deber de los padres y padrinos en el Bautismo?
Nacimiento, Epifanía y bautismo
Esas intuiciones descubren la relación tan estrecha y profunda entre el nacimiento, la epifanía y el bautismo del Señor.
Más aún, si partimos del significado de la palabra “epifanía”, los tres momentos representan “manifestaciones” del misterio de Cristo: el nacimiento de Jesús fue la primera “epifanía”, pues al nacer, el Hijo eterno de Dios se manifiesta al mundo en carne mortal; en la “epifanía” a los magos de Oriente, Jesús se manifiesta como salvador de toda la humanidad, sin importar tiempo, raza o lugar; el bautismo de Jesús es la tercera “epifanía”, pues allí, como escribe san Máximo, el Padre celestial lo engendra místicamente, lo abraza y da testimonio en favor de él. En el bautismo, el Padre, reconoce y manifiesta a Jesús como su Hijo amado en quien se complace.
Jesús se somete al bautismo aunque no necesitaba asumir un “signo de penitencia, para implorar de Dios el perdón de los pecados”.
El bautismo de Juan en realidad no perdonaba esos pecados, era más bien un gesto con el que las personas expresaban su deseo de convertirse para esperar al Mesías prometido. Jesús, siendo él mismo este Mesías, no tenía necesidad de someterse a ningún signo de ese tipo, pero al hacerlo, acontece la “epifanía”, en la que el Padre celestial lo manifiesa como su Hijo amado en quien se complace, para que todos tuvieran la oportunidad de recibirlo y aceptarlo.
Además, el bautismo de Jesús es también el momento de su entronización mesiánica, es decir, su reconocimiento por el Padre, como Mesías y Salvador. San Mateo refiere: “Jesús llegó de Galilea al río Jordán y le pidió a Juan que lo bautizara”. En este escenario se da un diálogo relevante entre Jesús y Juan. Éste se resistía diciendo: “soy yo quien debe ser bautizado y ¿tú vienes a mí a que yo te bautice?” La respuesta de Jesús tiene gran significado en todo el evangelio de san Mateo: “Deja así ahora, pues conviene que cumplamos toda justicia”. Indica que el bautismo se ubica en el proyecto de salvación de Dios.
El plan de salvación
La “justicia” es la acción de Dios, en las diversas etapas de la historia, para llevar a cabo su plan de salvación, en favor de los humanos, pero también la respuesta de éstos. El Bautista representa a los profetas que prepararon el camino. Con su llegada, el Mesías cumple lo anunciado, en una dinámica de “promesa y cumplimiento”, es decir de continuidad y superación, pero en perfecta unidad y armonía.
San Mateo continúa con su narración diciendo que “entonces accedió a bautizarlo. Al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios, que descendía sobre él en forma de paloma, y se oyó una voz que decía: Éste es mi hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias”. La apertura de los cielos es una forma de expresar la revelación que viene de Dios. Jesús es el genuino Siervo de Yahvé, anunciado por Isaías: “Miren a mi siervo, a quien sostengo, a mi elegido en quien he puesto mis complacencias… No gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles…” Jesús es el Siervo humilde y, al mismo tiempo, el Hijo amado, de quien el mismo Padre se complace y da testimonio.
Con la efusión del Espíritu Santo, inicia el tiempo del Mesías, quien bautizará con el mismo Espíritu.
Inicia un nuevo bautismo, el cual alcanzará su plenitud en la Pascua del Señor muerto y resucitado y que abrirá el paso a la donación del Espíritu, en el camino de la Iglesia de Cristo hasta el fin de los tiempos. Entonces algo sorprendente ocurre: el antiguo bautismo abre paso al nuevo y definitivo y las aguas, en vez de purificar a Jesús, son santificadas por él.
Nuevo y definitivo bautismo
Nosotros recibimos el nuevo y definitivo bautismo, ya no el signo de arrepentimiento de Juan, sino del que nos hace nacer a la vida nueva y verdadera en Cristo muerto y resucitado. Hemos recibido el bautismo con la eficacia de la Pascua del Redentor. Por eso, la pregunta es: si aquellas personas del tiempo de Juan el Bautista se acercaban a él con gran entusiasmo para recibir solo un signo preparatorio, ¿cómo valoramos el nuevo y verdadero bautismo que hemos recibido con el Espíritu Santo? ¿Cómo tiene que ser la actitud de quienes hemos sido favorecidos con este nuevo y definitivo bautismo?
Ellos se esforzaron en ser coherentes con ese signo, ¿nosotros también?, ¿cómo podemos vivir mejor nuestro bautismo?
Descubre más información para vivir tu fe en Diócesis de Azcapotzalco