Las palabras de Jesús eran incomprensibles: ser rechazado y asesinado por sus enemigos… La exigencia es igual de desconcertante: “El que quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”. Pero quizás tampoco nosotros hemos comprendido del todo esta enseñanza.
Tener éxito en la vida y triunfar es un deseo humano no sólo legítimo, sino incluso loable. Sin embargo, el evangelio de este domingo pareciera estar en contra de tal deseo, positivo en sí mismo. Podría dar la impresión de que quiere limitar o coartar el progreso de las personas que desean triunfar en la vida.
Por una parte, Dios ha puesto todo lo creado en nuestras manos, para para ayudar a que crezca y para el desarrollo de nosotros mismos, tal como afirma el Libro del Génesis (cf. 1,28), pero, por otra parte, es preciso aprender a actuar con sabiduría. La enseñanza fundamental del evangelio no estriba, por tanto, en la legitimidad del progreso o del éxito en sí mismos, sino en la forma entenderlos y de buscarlos.
El apóstol Santiago revela el problema de fondo: “Donde hay envidias y rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas”. Y exhibe las causas de tantos males: “¿De dónde vienen las luchas y los conflictos entre ustedes? ¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en guerra entre ustedes? Ustedes codician… y acaban asesinando. Ambicionan… y combaten y hacen la guerra”. Pero, al contrario, “los que tienen la sabiduría que viene de Dios son puros… amantes de la paz, comprensivos, dóciles y están llenos de misericordia y de buenos frutos, son imparciales y sinceros.
Santiago pone en otros términos la enseñanza de Jesús acerca de la genuina felicidad (bienaventuranza) que tiene su camino en el amor y en el servicio generoso. En cambio, la ambición lleva al fracaso y a la división. La tarea de los discípulos es comprender y asumir con sabiduría lo que Jesús enseña. No podemos caer en el error de identificar el éxito y el triunfo individual con los bienes supremos y mucho menos en buscarlos a cualquier precio y a costa de los que sea.
También los apóstoles querían ser los primeros. Les parecía difícil entender a un Mesías capaz de ofrecerse y humillarse hasta la muerte. Las palabras de Jesús eran incomprensibles: ser rechazado y asesinado por sus enemigos. Por eso ellos no se atrevían ni a preguntarle. La exigencia es igual de desconcertante: “El que quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos”. No era fácil entender cómo el Mesías les pedía que se hicieran servidores de los demás. Pero quizás tampoco nosotros hemos comprendido del todo esta enseñanza.
Aunque aquellos primeros discípulos no lograban comprender, se dejaron cuestionar. También hoy nosotros tenemos que dejarnos interpelar por Jesús y permitir que su palabra penetre nuestro interior, para que nos lleve a asumir realmente su mensaje. Necesitamos revisar nuestras actitudes y confrontarlas con su enseñanza y ejemplo. Sólo así podremos ser una Iglesia genuinamente sinodal, en la que todos los bautizados, lejos de buscar privilegios e intereses personales egoístas, nos reconocemos como hermanos y discípulos misioneros de Cristo y corresponsables en su proyecto de salvación.
No es fácil entender la enseñanza del Maestro, como tampoco lo era entender la vida del “justo”, como refiere el libro de la Sabiduría. La vida del justo les parecía insultante a los malvados, pues su rectitud y actitudes de servicio generoso eran signo de contradicción y reproche para los que hacían el mal, constituyendo una especie de denuncia a la injusticia y de reclamo a las maldades.
Jesús nos ofrece una enseñanza que trastoca y revierte los criterios mundanos, hostiles al proyecto de salvador de su Padre, y rechaza todo tipo de intereses que sólo buscan prerrogativas y ventajas mezquinas. Él nos invita a colaborar para construir el Reino de Dios que se basa en la justicia, en el servicio generoso y en el amor, para abrir paso a la justicia, a la santidad y a la vida. Nuestra tarea es trabajar en favor de ese Reino que nada se parece a los reinos de este mundo.
Escuchemos la enseñanza de Jesús y llevémosla al corazón. Pidamos que nos conceda sabiduría para comprender que hay más esperanza en el silencio del servicio generoso del humilde que en el impetuoso ruido de rugidos mezquinos que pretenden dominar por la fuerza; que nos convenzamos de que aporta más un espíritu sencillo que una mente pretensiosa; que se gana más con la cruz que con la espada y que el Reino de Dios no se equipara a ningún reino de este mundo.
Alimentados con la Palabra y la Eucaristía, comprenderemos más y mejor el mensaje de Jesús, podremos caminar juntos como Iglesia sinodal en misión e iremos despertando la esperanza de construir un mundo nuevo, el del amor, expresado en el servicio humilde y generoso.
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