MEDITACIÓN DE NUESTRO OBISPO ADOLFO MIGUEL SOBRE ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
El Papa Pío XII (1950), movido por el Espíritu Santo, después de escuchar a los pastores de la Iglesia y el sentir de los fieles, definió solemnemente el dogma de la Asunción de María Santísima:
“Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”. (Bula Munificentissimus Deus)
Cuatro razones fueron fundamentales para la definición del Dogma:
1) La inmunidad de María de todo pecado: Ella, concebida sin pecado (Papa Pio IX), estaba libre de la corrupción. Esto le permitió entrar pronta y directamente, en cuerpo y alma, en la gloria del cielo.
2) La Maternidad Divina: Ya que el cuerpo del Hijo de Dios se había formado en el de María, convenía que participara de la suerte del cuerpo glorificado de Cristo. Ella concibió y dio a luz al Verbo eterno (Concilio de Éfeso), lo nutrió y lo cuido, por tanto n era posible que él permitiría que ese cuerpo que le dio vida, viera la corrupción.
3) La Virginidad Perpetua: Como el cuerpo de María fue preservado en integridad virginal (II Concilio de Constantinopla), siendo un tabernáculo viviente del Verbo, después de la muerte no debió sufrir la corrupción.
4) La participación en la obra redentora de Cristo: La Madre del Redentor, por su íntima participación en la obra redentora de su Hijo, después de consumar su vida sobre la tierra, recibió el fruto pleno de la redención, que es la glorificación del cuerpo y del alma.
Esas cuatro razones fueron decisivas para declarar el dogma de la Asunción de María. Esta verdad de fe expresa la victoria de Dios, confirmada en María y asegurada para nosotros. Ella, la primera en participar plenamente del Misterio Pascual de Cristo, nos ofrece la garantía de esta participación. La Asunción es señal y promesa de la gloria esperada para la resurrección final, cuando nuestros cuerpos sean glorificados como el cuerpo glorioso de Cristo. Celebrar la Asunción de María nos invita a mirar tres aspectos importantes: lucha, esperanza y resurrección.
Lucha: el Apocalipsis ofrece la visión de la lucha entre la “Mujer” y el “Dragón”. La “Mujer”, que representa en primera instancia a la Iglesia, es, por una lado, gloriosa y triunfante; pero por el otro, aún en combate contra el mal. En el Cielo ya está asociada a la gloria de su Señor, pero en la historia vive continuamente las pruebas y desafíos que comporta el conflicto entre Dios y el Maligno. Pero ésta es la lucha cotidiana, que los discípulos de Jesús debemos afrontar y enfrentar sin desfallecer.
Esperanza: la Madre de Cristo y de la Iglesia vive glorificada, pero también nos acompaña en nuestro camino a veces tan doloroso y nos llena de esperanza. Ella asume esa doble condición de la Iglesia: ha entrado para siempre en el Cielo, pero sin alejarse de nuestra historia. Su ejemplo e intercesión nos garantizan que el mal nunca podrá triunfar sobre el bien. Todo el Apocalipsis es una invitación a la esperanza de que el mal jamás será la palabra definitiva, a pesar de que signos de muerte parecen campear y dominar el mundo. La Asunción de María es un signo claro y fehaciente que garantiza la victoria final de los que se conservan fieles a Dios.
Resurrección: nuestra fe se basa en la verdad fundamental de la resurrección, que es el acontecimiento que la sustenta. También el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma está inscrito en la Resurrección de Cristo. La humanidad de la Madre fue “atraída” por el Hijo en su paso a través de la muerte”. Como Jesús, entró para siempre en la vida eterna, con la humanidad que había tomado de María, así también ella, que lo siguió fielmente toda la vida, entró con él en la vida plena y nos asegura que ese es también nuestro destino.
Por tanto, ella que participó del dolor de la cruz y“una espada le atravesó el alma” es modelo de esperanza, la virtud de todo aquel que vive la lucha cotidiana entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, entre la vida y la muerte, sabiendo que la fe en la resurrección de Cristo sostiene todos sus esfuerzos e ilusiones.
María, siempre cercana a los discípulos de su Hijo, camina sufre y canta con ellos, y ahora también con nosotros, el Magnificat de la esperanza. El Magnificat y el Apocalipsis son, cada uno a su modo himnos de esperanza. En ambos se deja ver la poderosa acción del Dios salvador mirando la humillación de sus siervos y haciendo cosas grandes por la santidad de su nombre; en ambos se expresa cómo el Señor despliega la fuerza de su brazo para elevar a los humildes y derribar a los poderosos; Magnificat y Apocalipsis dejan ver cómo el Misericordioso cumple sus promesas y, por su misericordia, auxilia a sus fieles, a quienes jamás abandona ni deja a expensas del mal.
Hoy nosotros, al celebrar la Asunción de la Madre de Cristo y Madre nuestra, nos unimos con todo el corazón al canto de fe y de victoria, de lucha y de alegría, al canto que une a la Iglesia triunfante con la peregrina, que une la tierra con el Cielo, que une nuestra historia con la eternidad, hacia la cual caminamos con gozo y esperanza, en medio de nuestras luchas y fatigas, penas, enfermedades, pandemias… De su mano caminamos, sabiendo que la meta es la participación plena de la gloria del Padre, de la cual ella también goza con especial predilección.