La Palabra de Dios en este domingo se refiere al envío de mensajeros para anunciarla, pero también advierte sobre la falta de aceptación del mensaje. San Marcos narra el envío de Jesús a sus doce discípulos para la primera misión. Ellos, igual que Amós y muchos otros profetas, van a ser rechazados. San Pablo hace una bella reflexión acerca de la identidad y vocación del cristiano, constituidos en discípulos misioneros de Cristo, por tanto, enviados a dar testimonio de él, a pesar de las oposiciones.
Jesús envía a sus discípulos a continuar la misión que había recibido del Padre. Los designó como “apóstoles” (“enviados”) y los mandó de dos en dos, con exigentes instrucciones, para no apegarse ni poner su seguridad en las cosas materiales. “Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica”. El total desprendimiento es fundamental en la misión, ya que quien se apega a intereses extraños al espíritu misionero no puede ser verdaderamente mensajero y portador del amor de Dios. Esta instrucción se conecta directamente con la bienaventuranza que exhorta a tener “espíritu de pobre”, es decir, a poner la seguridad sólo en Dios.
Al mismo tiempo Jesús advierte a sus discípulos que muchas veces serán rechazados, perseguidos y calumniados, corriendo así la misma suerte de su Maestro. Pese a todo, él les confía la misión de hablar en su nombre con entera convicción y predicar con audacia y decisión.
La experiencia de Amós corrobora cómo los enviados de Dios suelen ser rechazados. Llamado a profetizar en el santuario de Betel, en el reino del Norte, Amós predica la Palabra de Dios con audacia, pero también denuncia con valor las injusticias, lo que provoca el descontento de los poderosos. Incluso Amasías, sacerdote de Betel, le ordena que se vaya a profetizar a Judea. Pero Amós le responde que él no ha elegido su misión. El Señor fue quien lo tomó de detrás del rebaño y lo envió a profetizar.
Tampoco los discípulos de Jesús toman la iniciativa de ir a la misión. El Maestro es quien los envía. Por tanto, no dependen de la aceptación de la gente, pero si son rechazados, deben denunciar esta situación mediante un gesto profético: “…al abandonar ese lugar, sacúdanse el polvo de los pies, como una advertencia para ellos”. Este gesto tiene un fuerte significado de reproche a la incredulidad y expresa que los discípulos nada buscan para sí mismos, ni siquiera son dueños del polvo pegado a sus pies.
Además de anunciar el Evangelio, predicar la conversión y combatir las fuerzas contrarias al Reino (los demonios), los discípulos son también enviados a sanar a los enfermos (ungirlos con aceite, además de simbolizar curación, es el signo originario del sacramento de la unción de los enfermos). Esto significa que la misión, además de la audaz predicación de la Palabra, incluye siempre manifestaciones de la bondad de Dios, a través de gestos de caridad.
Esa es la misma misión que recibimos todos los llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo, los que hemos sido bendecidos, como nos recuerda san Pablo, “con toda clase de bienes espirituales y celestiales”, elegidos por Cristo, “antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, por el amor…”. Estar “destinados” para “ser una alabanza continua de su gloria” significa reconocer nuestra grande y noble condición que, por gratuidad divina y sin mérito propio, hemos recibido en el bautismo; al mismo tiempo significa participar con fidelidad en la misión del mismo Jesús, afrontando peligros y persecuciones.
Es posible que nosotros no tengamos que afrontar las hostilidades y rechazos que sufrieron Amós y los primeros discípulos de Jesús, o las que siguen padeciendo en la actualidad muchos cristianos a causa de su fe, pero sí debemos afrontar otro tipo de persecuciones, sobre todo las que vienen de perniciosas ideologías, opuestas al Evangelio. Sin embargo, vale la pena afrontar incomprensiones, críticas, ofensas y hasta calumnias, por fidelidad a nuestra vocación de discípulos misioneros de Jesucristo y por testimoniar nuestra fe.
El alimento de la Palabra y de la Eucaristía fortalece nuestra identidad cristiana y nuestras convicciones de fe, para que podamos dar testimonio audaz y valiente de lo que somos y creemos, a pesar de las oposiciones, rechazos y hasta persecuciones que podemos encontrar en nuestra vida personal y como Iglesia que camina sinodalmente hacia la Pascua eterna.