Es Viernes Santo. Contemplamos a Cristo clavado en la Cruz. Ante un misterio de un amor tan infinito, muchas son las interrogantes y pocas las respuestas. Nuestra capacidad de comprensión es demasiado pobre. Sólo nos queda contemplar y agradecer el inconmensurable amor de Dios por sus hijos pecadores. El misterio de la persona humana, de la vida y de todas las cosas, incluso del sufrimiento y de la muerte encuentran su sentido más pleno en el Hijo de Dios que se ofreció por nuestra redención.
“Muchos se horrorizaron al verlo –anunció Isaías siglos antes– ¿A quién se le revelará el poder del Señor?… Por sus llagas hemos sido curados”. El Profeta se refería a la apariencia desfigurada por los ultrajes infligidos al Siervo de Yahvé. “Porque estaba tan desfigurado su semblante que ya no tenías aspecto de hombre…” Con su pasión, Cristo ha cumplido lo anunciado por el Profeta. Pero hoy muchos “se horrorizan” no por su apariencia física, sino porque se niegan a escucharlo, porque se resisten a aceptar su enseñanza y ejemplo y a ser cuestionados por él. Les “horroriza” que él pida perdonar y amar incluso a los enemigos, que exija compasión, que condene la injusticia, la violencia y todo aquello destruye y denigra a las personas, que reclame respeto a la vida, desde la concepción hasta el fin natural de la misma.
Esos son los mismos a los que les horroriza que su Vicario, el Papa Francisco, pida actuar con misericordia, anteponiéndola al cumplimiento de ciertas normas o preceptos, que aunque buenos y útiles no pueden ser más importantes que el amor. Muchos se horrorizan de Jesucristo y de su enseñanza porque les complace revolcarse en las delicias del pecado. Les parece que en lo que dice y hace el Señor no hay nada de gracia ni belleza. Que es mejor gozar los deleites que ofrece un mundo egoísta, mezquino y hedonista. Así piensan quienes miran sólo sus intereses, los que ven en el prójimo un estorbo y una amenaza o una ocasión para sacar provecho.
Pero muchos pueblos ante el Señor se llenan de asombro. No les queda sino cerrar la boca. Su ejemplo y testimonio de misericordia es irrefutable, por más que intenten silenciarlo o desacreditarlo. Nunca podrán ocultar el significado y alcance del sacrificio de Cristo, el verdadero y genuino Siervo de Yahvé. Él fue quien soportó el castigo que nos trae la auténtica paz. “Por sus llagas hemos sido curados”.
Este es el mismo camino que nos toca recorrer a sus discípulos misioneros, como peregrinos de esperanza, el camino del perdón, de la reconciliación, de la justicia y de la verdadera paz. Nos toca aliviar las llagas de Cristo sufriente en las víctimas de la violencia, en las madres y padres que buscan a sus hijos desaparecidos, en los migrantes y desplazados, en los que sufren por las guerras y las consecuencias de las bandas criminales, en los que padecen miseria, abandono, marginación, rechazo, injuria… En todos los que comparten la pasión del Señor.
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