Con la segunda semana del tiempo del Adviento, continuamos nuestra espera con actitud gozosa por la venida del Señor, pero también con la convicción de que la genuina esperanza, lejos de identificarse con la pasividad indolente, es una actitud de disposición diligente y comprometida. Por eso, la Palabra de Dios en este domingo nos invita de modo especial a “preparar el camino del Señor”.
El profeta Isaías invita a la alegría que nace de la confianza en la misericordia de Dios quien, a pesar de los errores humanos, ofrece siempre nuevas oportunidades. Este llamado se encuentra en la segunda parte del libro profético, conocido como “Libro de la Consolación”, ya que inicia precisamente con las palabras: “Consuelen, consuelen a mi pueblo dice nuestro Dios. Hablen al corazón de Jerusalén y díganle a gritos que ya terminó el tiempo de su servidumbre…”
Esa segunda parte de Isaías fue escrita en momentos bastante críticos, marcados por el dolor del destierro. La terrible experiencia del exilio marcó decisivamente la vida y la historia del Pueblo hebreo, que lo entendió como castigo por sus pecados, al haberse apartado de Dios, de su Ley y de sus designios salvíficos y aferrarse con obstinación a sus propios caprichos y pecados. A pesar de las advertencias recibidas por parte de los enviados de Dios, el pueblo de Israel prefirió seguir sus propios caminos, los cuales lo condujeron a un fin desastroso. Todo por no aceptar seguir el genuino sendero que podía llevarlo a la salvación.
Sin embargo, y a pesar de la iniquidad e idolatría, Dios siempre se compadece de su Pueblo. No sólo le ofrece su perdón, sino que lo devuelve de nuevo a la tierra que le había dado. En este contexto surge el anuncio de retorno, caracterizado por el consuelo y el gozo, pues Dios manifiesta su gran amor y su infinita misericordia.
El destierro representó una situación crítica para Israel, pero fue también una gran oportunidad para prepararse a recibir a Dios. Por eso, “una voz grita: En el desierto preparen un camino al Señor; construyan en la estepa una calzada para nuestro Dios; que todo los valle se eleve, que todo monte y colina se rebaje, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale.
La preparación en el desierto tiene un gran valor simbólico, que va más allá de lo geográfico. Representa ámbito de la travesía de Israel a su salida de Egipto. Allí Dios le manifestó su elección, hizo alianza con él en el Sinaí y le otorgó el don de la Ley. Pero también en el desierto Dios puso a prueba la fidelidad de su Pueblo, el cual sucumbió, cayendo en rebelión e idolatría. Ahora, por medio de Isaías, Dios llama al Pueblo para que vuelva al desierto y allí le demuestre su amor, lealtad y fidelidad.
Para lograr ese objetivo, Israel debe eliminar los obstáculos: “allanar en la estepa una calzada para Dios”. No se puede transitar por los terrenos tortuosos e intrincados de actitudes negativas y obstinadas que sólo hacen tropezar. Por el contrario, allanar el terreno significa cambiar actitudes. Las imágenes de “los valles que se levanten, los montes y colinas que se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane”, indican necesidad de conversión, para caminar por senderos rectos.
La experiencia de Israel es, en cierta forma, también la nuestra. El Padre nos ha elegido con gratuidad y nos ha invitado a participar de su proyecto de salvación. Ha hecho con nosotros una alianza nueva y definitiva por medio de su Hijo y nos ha llenado de dones. Sin embargo, muchas veces nosotros no le hemos respondido y, en vez de seguir el camino de salvación en Cristo, hemos seguido los derroteros de nuestros propios gustos, caprichos y pecados.
A pesar de todo, Dios nos ama y nunca nos abandona. Nos mira con amor y nos sigue invitando a vivir en comunión con él. Dice el Apóstol san Pedro: “No es que el Señor se tarde en cumplir su promesa, como algunos suponen, sino que les tiene a ustedes mucha paciencia, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan”. Igual que con Israel, Dios nos tiene mucha paciencia, por su infinita misericordia. Pero también nos pide preparar sus caminos, como escuchamos en la predicación de Juan el Bautista que presenta el evangelio de san Marcos.
El desierto es el ámbito de las pruebas, pero también es lugar privilegiado para el encuentro con Dios; es espacio de las crisis y, al mismo tiempo, lugar propicio para la conversión, donde se templa la fidelidad y se prepara la llegada del Mesías. La predicación del Bautista, citando a Isaías, tan sobria y escueta, pero con mucha fuerza, es hoy para nosotros.
“Preparar el camino del Señor, enderezar sus senderos, abajar todo valle…” expresan las actitudes que necesitamos cambiar. Enderezar lo torcido de nuestra vida, rebajar las montañas de orgullo, vanidad y soberbia; rellenar las profundas oquedades que dejan los egoísmo, odios, venganzas y resentimientos; llenar los abismos de los miedos, desesperanzas y vacíos existenciales. Pero sobre todo debemos construir el sendero nuevo, fundado en la justicia, la reconciliación, el amor y la paz.
Tenemos la fuerza de la Palabra divina y de la Eucaristía ¡Preparemos el camino del Señor!
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