La Palabra de Dios en este domingo tiene “la paz” como un tema central. San Lucas presenta el envío de Jesús a setenta y dos discípulos para que anuncien el evangelio y sean “portadores de paz”. El profeta Isaías “anuncia la paz” que Dios otorga a Jerusalén. Y san Pablo desea que “la paz y la misericordia” de Dios a los que son nuevas creaturas por la fe en Cristo crucificado y para el verdadero Israel.
 
El envío de setenta y dos discípulos simboliza la universalidad de la misión (según la lista de Gn 10, la descendencia de Noé después del diluvio sumó setenta y dos naciones). El envío de Jesús para la anunciar la salvación a toda la humanidad representa un trabajo titánico que requiere de bastantes colaboradores. Por eso añade Jesús: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos: Rueguen por lo tanto al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.
 
Esta misión universal es difícil, compleja y desafiante. Los discípulos son enviados por Jesús como corderos en medio de lobos, lo cual significa que los peligros y obstáculos son muchos e inevitables, pero es preciso afrontarlos con valor, audacia y decisión. Sin embargo la seguridad no radica en fuerzas o poderes humanos, tampoco en cosas materiales como dinero o calzado, sino sólo en la garantía que ofrece quien envía, el Señor, que estará siempre con sus discípulos.
 
Jesús pide a sus enviados que a donde lleguen manifiesten su deseo de paz, la cual consiste ante todo en la presencia salvadora y vivificante de Dios y de su Hijo Jesucristo. Aunque frecuentemente “la paz” es asociada a la “ausencia” (de guerras, luchas, conflictos…), sin embargo el concepto bíblico “shalom” más que “ausencia”, es la “presencia” salvadora de Dios en la vida de las personas, la que genera prosperidad, salud, bendición y toda clase de bienes.
 
El poema de Isaías posee ese sentido: “Porque así dice el Señor: «Yo haré corre la paz sobre ella como un río, y la gloria de las naciones como un torrente desbordado…»”. Se refiere a la presencia generosa divina, que se manifiesta con gestos de ternura: “Como niños serán llevados en el regazo y acariciados sobre las rodillas; como un hijo a quien su madre consuela, así los consolaré yo”. La presencia del “Dios de la paz”, con afecto materno, genera toda clase de bienes abundantes.
 
Así también la paz de Jesús, es decir su presencia salvadora, fortalece, anima e impulsa a sus discípulos, les otorga seguridad en la misión. Y ellos la anuncian, la desean y la portan. Por eso el Maestro les dice: “Cuando entren en una casa digan: “Que la paz reine en esta casa”. Desear la paz es anhelar que la presencia del Padre y de su Hijo se manifiesten en la vida de las personas, no tanto para que desaparezcan los problemas o las dificultades, sino para que al ser colmados de dones y bendiciones, sea posible afrontar y superar cualquier situación adversa.
 
Los discípulos de Jesús anuncian el Evangelio y propagan la paz con toda libertad, liberándose de observancias legales. Ellos pueden comer y beber lo que les den, sin preocuparse de la pureza ritual en los alimentos. La misión universal supera el rigor de las normas alimentarias que obstaculizan la relación entre judíos y paganos.
 
San Pablo también se refiere a la paz, al final de su carta a los Gálatas. Ha insistido mucho en la libertad que Cristo nos ha otorgado. Por ello, los cristianos llegados del paganismo no pueden ser esclavizados por normas, como la circuncisión. Lo importante es la salvación que Dios nos ofrece en su Hijo Jesucristo, a la que podemos acceder sólo por la fe y no por cumplir las obras de la ley. El resultado es una nueva creación y el creyente una nueva creatura. Con la resurrección de Jesús acontece la nueva creación, llena de la paz de Dios y portadora de ella. Por eso el Apóstol desea “la paz y la misericordia de Dios” a “todos los que vivan conforme a esa nueva situación y también para el verdadero Israel.
 
Por tal motivo, con frecuencia san Pablo inicia sus cartas deseando “gracia y paz” a las comunidades. La “gracia” es ante todo el amor gratuito que Dios nos ofrece por medio de Jesucristo. Y este amor es el que genera la auténtica “paz”, en virtud de la presencia salvadora y vivificante de Dios mismo en la existencia humana.
 
Cuando acontece la paz y la misericordia de Dios en nuestra vida, su presencia amorosa divina necesariamente genera relaciones fraternas entre los seres humanos. Una pretendida “paz” que no se base, ni tenga su fuente en la presencia fortificante de Dios, será siempre fugaz, efímera, incluso ficticia. Sólo es posible encontrar la genuina y duradera paz si dejamos que Dios permanezca con nosotros, si su presencia misericordiosa, vivificante y transformadora, especialmente en su Palabra y Eucaristía, nos lleva a amarnos como hermanos. Así podremos ser genuinos peregrinos de esperanza, testigos y portadores de la auténtica paz, que sólo Dios puede dar a este mundo tan agitado y convulsionado por tantos males.