San Pablo parece mencionar lo que pasa en el presente. Las reflexiones y consejos de su carta a los Efesios son muy actuales. Hoy también encontramos muchas quejas y lamentos por lo que sucede: que las cosas van mal, que todo está perdido y que nunca como en la actualidad habíamos tenido tantos problemas, etc. En realidad, esta percepción se ha tenido en casi todas las épocas de la historia.
El Apóstol nos dice con firmeza: “No vivan como necios, sino como inteligentes aprovechando el presente, porque corren tiempos malos”. Él sabe perfectamente que las dificultades pueden constituir oportunidades y que los fracasos dejan enseñanzas. Sus viajes obligados se convirtieron en caminos de evangelización y sus cárceles le dieron más libertad de espíritu. El Apóstol supo capitalizar las crisis para abrirse a la gracia divina. Por eso nos invita a que, en vez de lamentos, busquemos el sentido de lo que acontece. Dice en la carta a los Efesios: “no sean irreflexivos, traten de entender cuál es la voluntad de Dios. No se embriaguen, porque el vino lleva al libertinaje…”
San Pablo se presenta como “prisionero por Cristo”, para exhortarnos a descubrir la misión que Dios nos ha otorgado y a llenarnos del Espíritu Santo. Todos podemos tropezar y caer, pero nunca debemos quedarnos en el suelo, derrotados. Necesitamos aprovechar cada instante de la vida, para que sea pleno y valioso, con la ayuda de Dios.
El libro de los Proverbios, por su parte, se sirve del sencillo lenguaje de la comida y de las relaciones interpersonales para enseñar en qué consiste la auténtica sabiduría. Con frecuencia encontramos un amplio surtido de ofertas que ofrecen felicidad, pero que sólo son espejismos de ella: poseer incluso lo que no necesitamos, satisfacer nuestras ansias de tener, huir del esfuerzo, del riesgo y del dolor, para meternos en una búsqueda individualista de una ficticia o seudo felicidad.
La Sabiduría nos ofrece un camino muy humano: aprender serenamente lo que es bueno, honrado y justo, alegrarse por el encuentro con los hermanos y con la creación, cultivar la gratuidad y la cercanía solidaria con el dolor ajeno, empeñándose en la construcción de un mundo más fraterno, llevando el plan salvífico de Dios en el corazón. Utiliza la imagen de una invitación a una mesa: “Vengan a comer de mi pan y de mi vino. Dejen su ignorancia y vivirán; avancen por el camino de la prudencia”. Participar de la misma vida de Dios y de su bondad, lleva a la verdadera sabiduría y a la vida plena.
Jesús quiere hacerse presente en lo profundo y más sagrado de cada persona cuando dice: “el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”. Jesús se ofrece a sí mismo para alimentar, fortalecer y dar sentido a nuestra vida, en medio de las vicisitudes. Al encarnarse y poner su morada entre nosotros, se hace presente para alimentar y dar vida. Su Encarnación no es apariencia. Es la realidad de su inserción total en las aspiraciones humanas, les da sentido y plenitud.
Su “carne” es su propia persona que ofrece la vida plena, porque puede saciar los deseos más profundos de las personas.
Cristo no es apariencia como pretendía la herejía “docetista”. Él entra de lleno en la historia humana concreta de cada uno de nosotros. Se deja tocar, compartir y comer. Todo él, su persona, su palabra, su testimonio, es alimento que da vida verdadera. Se hace experiencia de salvación en cada Eucaristía y en cada pan material que se comparte.
La sabiduría se manifiesta como un festín, pero también en un banquete Cristo, “Sabiduría de Dios”, sacia plenamente nuestra vida. El banquete es ya de suyo signo de encuentro y comunión, pero si además allí el alimento es la propia carne y la sangre de Jesús, adquiere una fuerza única. La Eucaristía que nos une a Jesús, también nos abre infinitas posibilidades para el encuentro y comunión con los hermanos. De ella tomamos la misma fuerza de Jesús que transforma nuestras vidas y hace de nuestras caídas y fracasos nuevas oportunidades de vida.
Jesús continúa diciéndonos que él es el único que puede darnos vida plena. Por eso nos repite: “si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día… El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Jesús nos alimenta con el don de sí mismo para que seamos capaces de transformar el dolor en fecundidad y las dificultades en esperanza. Él mismo se sigue ofreciendo como el pan que otorga la vida con toda plenitud.
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