MEDITACION SR. OBISPO ADOLFO MIGUEL CASTAÑO SOBRE EL II DOMINGO DE PASCUA

24 de abril de 2022

Cristo Resucitado

La resurrección del Señor al mismo tiempo que constituye un signo elocuente del poder de Dios, lo es también de su infinita misericordia. Manifiesta la omnipotencia divina que vence el pecado y la muerte, pero también expresa el amor infinito de quien murió y volvió a la vida para darnos la salvación. Como dijo el Papa Francisco: «Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia» (MV 6). Es lo que celebramos de modo especial este segundo domingo de Pascua.

Las lecturas de la Palabra de Dios nos muestran cómo el poder de Dios no solo no está desvinculado de su misericordia, sino que ésta es expresión de aquella. Los apóstoles son testigos de la resurrección del Señor, por medio de milagros y prodigios que manifiestan el poder del Señor resucitado y su bondad hacia los necesitados.
La primera lectura pone de manifiesto la eficacia de la resurrección del Señor a través de prodigios realizados por los apóstoles. El pueblo los reconoce por los milagros que realizan. Sin embargo ellos declaran con franqueza que no los hacen por sí mismos, sino gracias a la fuerza de Cristo resucitado. Tan grande es esta fuerza que se expresa hasta en la sombra de Pedro. La multitud les lleva a los enfermos y les pide la curación, por el poder del Resucitado.
Pero lo más importante de todo no estriba en los milagros en cuanto tales, sino en la nueva vida en Cristo. Las personas beneficiadas por los milagros experimentan al mismo tiempo el poder salvífico y la gran misericordia del Señor resucitado, que les otorga la nueva vida.
La manifestación de Cristo vivo y glorioso en el Apocalipsis es a la vez asombrosa y transformadora. El Señor, que pasó de la muerte a la vida, hace pasar también a la vida a los que creen en él. El autor relata que tuvo una visión nocturna durante su destierro en la isla de Patmos, a causa de la Palabra de Dios y por haber dado testimonio de Jesús. En medio de siete lámparas de oro, vio una figura humana, con aspecto extraordinario. Dice, “Caí a sus pies como muerto”. Esto hace comprender la fuerza del poder del Señor resucitado. Aunque todo parece envuelto en una atmósfera de temor, sin embargo el Señor glorioso le dice: “No temas. Yo soy el Primero y el Último, yo soy el que vive”. Cristo resucitado es el “Viviente” por excelencia porque ha vencido la muerte y vive ahora para la eternidad. Pero este poder es para nuestro beneficio y salvación. Por eso dice: “Ya ves, vivo ahora por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la muerte y del infierno”. Tener dichas llaves significa la potestad para resucitar a los muertos, dar nueva vida gracias al sacrificio de su propia vida y a su gloriosa resurrección.
Por su parte, san Juan narra la aparición del Señor a sus discípulos el mismo día de la resurrección. Aunque se encontraban a puerta cerrada por miedo a los judíos, él entró y se puso en medio de ellos, pues su cuerpo glorioso ya no está sujeto a lo material. Esta es una demostración de poder, pero al mismo tiempo ofrece paz, alegría y esperanza, expresiones de misericordia.
Aunque el saludo de Jesús, “la paz sea con ustedes” era habitual entre los judíos, como resucitado adquiere un significado nuevo y pleno. Él es quien trae realmente la “Paz”, es decir la presencia salvadora de Dios. Jesús es “nuestra Paz” (Ef 2,14), porque nos ha reconciliado con Dios. Por eso no dirige reproche alguno, a pesar de que lo habían abandonado, del que lo negó, incluso de quien lo entregó.

Jesús muestra sus manos

Jesús muestra las manos y el costado. Las marcas son el signo de su oblación por amor y son fuente de paz: “Por sus llagas hemos sido sanados” (Is 53,5). Las manos y el costado expresan la gran misericordia de quien ofrendó su vida. Los discípulos se alegran al verlo resucitado. El tiempo de la Pascua es el tiempo por excelencia de la alegría. Por eso repetimos: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117,24). Además Jesús les reitera el llamado a la misión: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. La resurrección del Señor abre paso a un poderoso dinamismo apostólico, capaz de transformar el mundo. Los discípulos reciben ese poder del Resucitado para ser portadores y testigos de su misericordia, y así llevar alegría y paz al mundo. Ésta es la misma misión que nosotros recibimos y estamos llamados a cumplir.

San Juan menciona que cuando Jesús se presentó a sus discípulos, Tomás no estaba allí. Sus compañeros le decían: “Hemos visto al Señor”, pero él no quiso creerles. La actitud de Tomás parece demasiado grotesca: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creeré”. Esta respuesta suena terrible en labios de un apóstol. Sin embargo no hay que juzgar al Tomás individual. Él refleja toda una realidad. El evangelio de Juan se escribió casi sesenta años después de los hechos que narra. Para entonces había muchos como Tomás, que querrían haber visto con sus ojos y palpar con sus manos lo que se les predica y trasmite. En realidad Tomás encarna a muchos hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, todos los que quieren tocar con las manos lo que sólo puede ser visto y contemplado con los ojos de la fe y aceptado por el corazón.
Tomás recibe la lección, ocho días después. El Señor resucitado, después de repetir las palabras de saludo y de paz, se dirige al apóstol que ahora sí está con sus compañeros. La lección no es menos dura que sus desafortunadas palabras. Jesús le dice: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo, sino creyente”. Pero de nuevo la lección no es sólo para el individuo Tomás, sino para todos los que quieren comprobar, para los que ponen la fe en el nivel de lo que puede ser tocado y sometido a comprobaciones físicas.
Este segundo domingo de Pascua nos invita a experimentar y a ser testigos del poder del Señor resucitado y de su infinita misericordia. Aunque pasamos por muchas pruebas y escenarios difíciles, no podemos olvidar que el Resucitado está siempre con nosotros y que acompaña con poder y misericordia la marcha de nuestra historia. Necesitamos aprender a ser comunidades que creen en su Palabra poderosa y transformadora, a manifestar que hemos experimentado la nueva vida que nos ha traído y que nos comprometemos a testimoniar que “su misericordia es eterna”, través de la comprensión, el servicio, la fraternidad y la caridad con el prójimo.
+Adolfo Miguel Castaño Fonseca
Obispo de Azcapotzalco