Nueve meses antes de la Navidad (el tiempo que suele durar la gestación de una persona en el vientre de su madre) celebramos la Anunciación del nacimiento del Señor a María Santísima. Esta fiesta recuerda el momento en el que ella recibió la noticia de que ella había sido elegida para ser la madre del Mesías prometido y el Salvador de toda la humanidad.
 

Significado de la fiesta de la Anunciación

Siglos antes, por medio del profeta Isaías, Dios había hecho un anuncio que esperaba su plenitud: “He aquí que la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros”. En aquel momento se trataba de un vaticinio para que el rey Ajaz y todo el pueblo de Israel no dudaran de que, en medio de la amenaza de Asiria, Dios estaba con ellos. El signo fue una doncella embarazada cuyo bebé habría de simbolizar que el Señor estaba con el rey y con su pueblo, por eso su nombre, Emmanuel, “Dios-con-nosotros”.
 
Sin embargo, aquella profecía de Isaías tiene su cumplimiento pleno en Cristo, como lo testimonia san Mt 1,23. San Lucas, por su parte, cuando narra el anuncio a María, también alude al Antiguo Testamento, presentando a Jesús como el Hijo del Altísimo, pero al mismo tiempo como el Hijo David, quien reinará sobre la casa de Jacob. Es el Hijo de Dios prometido a Israel y, por medio de este pueblo, a toda la humanidad. El Mensajero la saluda con gozo: “alégrate María, llena de gracia”. Estas palabras expresan que ella es la más favorecida, al recibir un privilegio incomparable de parte de Dios, por ser la más amada de toda la humanidad.
 
La versión latina de la Biblia, conocida como Vulgata, tradujo la expresión griega “kexaritômenê” como “gratia plena” (“llena de gracia”). La Iglesia, después de siglos y de mucha de reflexión, descubrió en esto una base del dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen.
 
Igual que para Juan Bautista (1,13), el nombre del niño que va a nacer es dado desde el cielo, porque la misión que va a cumplir en este mundo proviene de Dios: se llamará “Jesús” (Yeshua’”) que significa “Yahvé salva”. María no dudó, como Zacarías, pero pregunta cómo sucederá, dado que ella es virgen y, aunque está comprometida en matrimonio con José, todavía no viven juntos. Y ante la revelación de que el Espíritu Santo descendería sobre ella, muestra su total aceptación y entrega, llamándose a sí misma “sierva” o “esclava del Señor”.
 
María declara su total adhesión a la voluntad de Dios, con esa expresión: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Toma la actitud de mismo Cristo, quien ha venido para cumplir la voluntad de su Padre, como afirma la Carta a los Hebreos: “Al entrar al mundo, Cristo dijo conforme al salmo: …No te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije –porque a mí se refiere la Escritura–: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para cumplir tu voluntad”. Y más adelante repite: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para cumplir tu voluntad”.
 
En el contexto de preparación para la Pascua, al celebrar la fiesta de la Anunciación a María y de la Encarnación de Cristo, agradecemos a Dios la plenitud de la salvación, pero también al mismo tiempo como María y como el propio Jesús, también nosotros manifestamos nuestra absoluta disposición y nos comprometemos a hacer la voluntad del Padre celestial.
 
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