Hoy cantamos jubilosos: “¡Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo!” La alegría y de gozo que nos impregnan desde la Vigilia Pascual. No podemos dejar de proclamar por todas partes con grande júbilo: ¡Cristo, el Señor, ha resucitado! Éste es el anuncio festivo que recorre y se proyecta por los rincones de la creación.
 
 

¡Cristo ha resucitado!

Jesús muestra sus manos

 
¡Jesús vive! La creación entera se inclina humilde ante un misterio que la sobrepasa y que tiene su origen sólo y únicamente en el poder del Dios del la vida. Él en su designio de salvación quiso entregar a su Hijo para rescatarnos a los humanos, pero no dejó que sufriera la corrupción, sino que lo sacó triunfante del sepulcro. Jesús murió realmente, pero no quedó en inerme cadáver. Él es el “Viviente”, como lo llama el libro del Apocalipsis, y con quien nuestra vida tiene todo su sentido.
 
El discurso de Pedro en la casa del Centurión Cornelio, constituye un anuncio que recapitula lo acontecido en torno a Jesús: “Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Después, Pedro añade algo muy relevante: Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén… Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos”.
 
Pedro no pretende solo informar acerca de un hecho sucedido en Judea. Él anuncia, proclama, testimonia. Su discurso es eminentemente kerigmático (evangelizador). Por eso repite dos veces: “nosotros somos testigos”. Este anuncio de Pedro en casa de Cornelio es un modelo de evangelización. No discurre a base de argumentos sofisticados, sino que se funda en una convicción profunda, que testifica con su propia vida. Así se coloca en la misma línea del testimonio unánime de los profetas, que hablaron por decisión de Dios, llenos de real y genuina convicción.
 
En el evangelio encontramos otro testimonio, el de san Juan. El descubrimiento de la tumba vacía, en el “primer día de la semana”, da lugar al anuncio: María Magdalena al amanecer fue al sepulcro, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
 
María Magdalena muestra desconsuelo y desilusión porque piensa que todo había terminado en la tumba. Su estado emocional era muy vulnerable, pues aún no había recibido el anuncio, que habría de dar sentido a su existencia. Entre las realidades más ingratas en la vida de los seres humanos están el desconsuelos y la desilusión. La sensación de impotencia y los temores nos hacen vulnerables. María expresa su desilusión con esas palabras: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pero ella está a punto de ser la primer testigo de la resurrección del Señor.
Relata san Juan que ella “echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto»”. Pedro y el otro discípulo van al sepulcro sin saber lo sucedido. El otro discípulo respeta la prioridad de Pedro, pues aunque llega antes, no entra. Lo hace solo cuando entra Pedro. “Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte”.
 
Lo que dice después el evangelio es fundamental no sólo en la escena, sino en toda la narración: Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. “Ver y creer” son dos verbos que recapitulan los contenidos de todo el evangelio juánico. Para eso fue escrito. No lo fue para ofrecer informaciones acerca de ciertos hechos ocurridos en el pasado. El evangelio se escribió ante todo para que creyéramos, y creyendo tengamos vida. Es un testimonio de fe para ser creído con firme convicción y anunciado con grande gozo.
 
Pero la fe no consiste en un simple sentimiento o emoción pasajera. La fe es ante todo una actitud de adhesión con la mente y el corazón, es decir, con todo nuestro ser, a Dios y a su Hijo Jesucristo, muerto y resucitado. Esta actitud fundamental orienta la vida y aunque muchas veces tiene que pasar por pruebas, en vez de debilitarla o aniquilarla, la fortalecen, la hacen más firme y madura para anunciar con convicción lo que se cree.
 
San Pablo, en la Carta a los Colosenses, nos recuerda: “Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque ustedes han muerto, y su vida está con Cristo escondida en Dios”. No se trata de enajenarnos de las realidades presentes, sino de asumirlas en su justo valor, pero sin vivir anclados en intereses egoístas y mundanos, con la mirada puesta en nuestra meta, que consiste en participar plenamente de la gloria eterna de nuestro Señor resucitado, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
 
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