El lunes iniciamos la recta final de la segunda sesión del Sínodo de los Obispos, en el cual, invitados por el Papa Francisco, buscamos las formas de caminar juntos como Iglesia sinodal misionera. En este contexto, la Palabra del Señor nos ilumina mucho, ya que nos invita a vivir en solidaridad y servicio para con nuestros hermanos.
 
El profeta Isaías reflexiona sobre la muerte injusta del «Siervo del Señor», pero aceptada por Dios, ya que su sacrificio trae salvación a muchos (todos). Recuerda la importancia del sufrimiento compartido y describe la pasión y muerte, que se ofrece como expiación de justifica los pecados de todos. Su entrega silenciosa a favor de los culpables revela el sentido del dolor en el designio salvífico de Dios: la solidaridad en la aflicción con los otros lleva a la luz, esa oscuridad.
 
Ese cuarto cántico del Siervo del Señor tiene cumplimiento pleno en Jesús, como refiere san Marcos. Él es el genuino Siervo que ofrece su vida «por todos». El contexto es el tercer anuncio de la pasión que los discípulos aún no han entendido, por eso están preocupados por los puestos de honor. Jesús les pide servicio y ofrenda de la vida, para que otros puedan tener vida, la solidaridad en su sentido más pleno.
 
Jesús camina hacia Jerusalén, un destino de dolor y muerte. Y aunque también habla con claridad de su resurrección, sus discípulos no logran entender el futuro del Maestro, porque necesitan crecer en la fe incondicional al Mesías sufriente y entender su camino de entrega, para salvación «de todos».
 
El Señor cuestiona la búsqueda de poder y enseñan a sus discípulos que su vocación de ellos es la misma que la de él, de servicio para que otros tengan vida. Santiago y Juan caminan junto con Jesús a Jerusalén, pero buscan privilegios, lo que indica que los discípulos aún no comprenden el mesianismo de su Maestro, ni que ellos también deben beber la copa del sufrimiento y sumergirse en un bautismo, que conlleva “aguas de muerte” (Sal 69). Estas dos imágenes indican el sacrificio redentor del Mesías para liberación de «todos» y para reunirnos en una sola comunidad y caminar juntos («sinodalidad»).
 
La Carta a los Hebreos, por su parte, se refiere a dos grandes cualidades de Cristo Sacerdote, mediador de la nueva alianza entre Dios y los hombres: su misericordia y solidaridad con la humanidad. A diferencia del sacerdocio antiguo, Cristo no ofreció sacrificios por sus pecados, sino por los de «todos». Sin haber pecado, Dios lo perfeccionó en su solidaridad con los hombres por la obediencia y el sufrimiento, para que, conociendo en su carne la debilidad humana, fuera compasivo con «todos». Ahora intercede por «toda» la humanidad, colmado de vida y gloria, porque compartió con nosotros las consecuencias del pecado sin que él haya pecado (cf. 4,15; 7,26).
 
La «solidaridad», a la que se refiere la Palabra de Dios, está en la base de la comunión eclesial y de la sinodalidad. El Papa Francisco nos ha exhortado a vivir como Iglesia en encuentro solidario, para escuchar, discernir y caminar juntos, en comunión eclesial, bajo la guía del el Espíritu Santo, para ser Iglesia misionera y misericordiosa.
 
Palabras clave del Sínodo son «comunión», «participación» y «misión», y designan el misterio de la Iglesia, a partir de la contemplación e imitación de la vida de la Santísima Trinidad, misterio de comunión («ad intra») y fuente de misión («ad extra»).
 
La sinodalidad más que una acción, actividad o proyecto es un estilo o modo de ser de la Iglesia, Pueblo de Dios. Desde el bautismo iniciamos juntos ese camino, con vocación de servicio, lo que excluye la busca honores y privilegios. El Sínodo será realmente provechoso si logra convencer de que el modelo de la Iglesia es la misma Trinidad, para vivir la comunión y la misión.
 
El Santo Padre nos ha recordado que la sinodalidad sólo podrá ser realidad si hay conversión personal y pastoral, en clave misionera, que pone al servicio como el valor más alto y no privilegios o puestos de honor. El Sínodo nos ofrece una gran oportunidad para lograr esto.
 
En conclusión, lejos de ser algo fortuito, resulta providencial, que en este domingo, en el que la Palabra de Dios nos llama a vivir sin buscar honores o privilegios, para formar una comunidad basada en la fraternidad, en la comunión y en el servicio, el Sínodo también nos recuerde eso mismo y nos invite a disponer nuestra mente y corazón a la acción del Espíritu de la unidad, para que, alimentados con la Eucaristía, él nos guíe hacia donde Dios quiere, y no hacia donde nos llevarían nuestras ideas, intereses o gustos personales.
 
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