Iniciamos el Adviento 2024. Éste es un tiempo especial de preparación para la venida del Señor. Sin duda para celebrar la Navidad, pero también y sobre todo para preparar la última y definitiva venida del Señor. Por eso, mientras Jeremías anuncia que Dios cumplirá sus promesas y dando a la casa de David un descendiente justo y santo, san Pablo, en su primera carta a los Tesalonicenses, y el evangelio de san Lucas se refieren con mayor énfasis a preparar la segunda venida de Cristo.
El profeta Jeremías señala con fuerza que el Mesías viene para ejercer la justicia y el derecho en la tierra. Esto indica que para que se dé la salvación, ellas tienen que ser realidad. En otras palabras, el Señor inicia su obra de salvación a partir de la implantación de la justicia y la equidad en el mundo. De lo contrario la salvación sería abstracta, etérea e incluso ficticia. Por eso el Mesías ejercerá justicia y derecho en la tierra. Se salvará Judá, Jerusalén será transformada y la llamarán: “El Señor es nuestra justicia”. El Reino de Dios que se acerca, queda así caracterizado como Reino de Justicia.
El evangelio de san Lucas y san Pablo se refieren a la segunda venida de Jesús. El Apóstol llama a prepararnos para ella, con todos los santos. El propio Jesús se refiere a su regreso final y también nos invita a estar preparados. Esta es la verdad de fe que profesamos, cuando en el Credo decimos “creo que vendrá de nuevo a juzgar a vivos y muertos y su Reino no tendrá fin”. Creer en esa verdad de fe significa disponerse cada día para ella, aunque nadie sabe “ni el día ni la hora” en que ocurrirá. Necesitamos prepararnos no sólo para la propia muerte, sino para esperar la venida gloriosa del Señor.
No vivimos una espera tensa, en temor o en angustia, sino gozosa, como el niño que se ha portado bien y espera que su padre regrese para recibir un premio, no como como quien teme un castigo.
Si bien es cierto que el evangelio utiliza lenguaje “apocalíptico”, caracterizado por ciertas imágenes y figuras fuertes, es como cuando se pinta un fondo negro en un cuadro, para que resalte más la luz. El evangelio no usa ese lenguaje para aterrorizar sino para invitarnos a conservar la fe y la fidelidad, aunque los escenarios sean difíciles. A pesar de la adversidad, es preciso mantener la fe y la esperanza, pues al final de todo el Señor triunfará y dará la victoria a sus fieles. Hoy también encontramos amenazas, tanto en lo personal: enfermedades, carencias, sufrimientos…, como en lo social: guerras, inseguridad, delincuencia, crimen organizado… Sin embargo, no podemos perder la calma, la serenidad ni, mucho menos, la esperanza.
Paradójicamente, los acontecimientos críticos y situaciones amenazantes son, al mismo tiempo, oportunidades y signos que acompañan una liberación, porque nos ayudan a vivir en desapego. No hemos sido creados para bienes terrenales. Necesitamos liberarnos de ellos para vivir en la genuina libertad, en el amor y en la vida generosa. Esto significa que el creyente en Jesucristo es un ser de esperanza, aun cuando parezca que todo es negativo y que el mal está venciendo al bien. Sabemos que al final de todo, el vencedor será Dios y nosotros con Él.
Pero Jesús añade algunas advertencias importantes: “Tengan cuidado para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día”. Es necesario velar y estar preparados. Necesitamos estar atentos, evitando los caminos equivocados que llevan a la perdición.
También san Pablo nos exhorta a conservarnos irreprochables en santidad, hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. Esta es nuestra tarea. La vida de santidad no es una idea abstracta y etérea o un ideal inalcanzable. Por el contrario, ella representa el camino que necesitamos ir recorriendo cada día, en actitud de apertura al Espíritu Santo.
El Papa Francisco nos recuerda que “todos estamos llamados a ser santos, viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra” (Gaudete et Exultate 14). La santidad significa aprender a discernir la voluntad de Dios en cada momento y aprender a vivir con amor y generosidad, esperando así la venida definitiva de nuestro Salvador. Transitando por este camino, alimentados con la Palabra, la Eucaristía y fortalecidos con los demás sacramentos y con la oración, nuestra vida podrá ser un constante y permanente y genuino adviento.