La Carta Apostólica Porta Fidei recordaba las palabras de Jesús a sus discípulos en la última cena: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”. Y afirmaba: “Es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar.
 
Continuamos celebrando con gozo a nuestro Señor resucitado. Hoy nos iluminan el libro de los Hechos de los Apóstoles, el evangelio de san Juan y el no siempre bien comprendido libro del Apocalipsis. En ellos podemos descubrir varios rasgos que caracterizan la vida de las comunidades que creen, anuncian y celebran a Cristo glorioso.
 
El final del primer viaje misionero de san Pablo estuvo lleno de momentos difíciles, constantes peligros y circunstancias adversas, que él y sus compañeros tuvieron que enfrentar para cumplir con la misión que el Señor les había confiado. Pero ese también fue un viaje rico de experiencias evangelizadoras exitosas y gratificantes. Al volver, Pablo y Bernabé animaron a los discípulos y los exhortaron a perseverar en la fe, pero también les advirtieron que “es preciso pasar por muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios”.
 
Cuando los misioneros regresaron a Antioquía de Siria, de donde habían partido, reunieron a la comunidad y les contaron “cuanto Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los paganos la puerta de la fe”. Este momento es muy relevante. Dios abre “la puerta de la fe” a todos, pero la entrada por ella depende de la respuesta de cada quien. En octubre de 2011, el Papa Benedicto XVI promulgó el “Año de la Fe” con la Carta Apostólica Porta Fidei, cuyo nombre tomó de este pasaje. Quiso que fuera un tiempo de gracia especial para la Iglesia y para impulsar la vivencia y celebración de nuestra fe, como también ahora el Jubileo de este año 2025 quiere que reforcemos nuestra esperanza.
 
La gran noticia para los cristianos de Antioquía fue que se abría la oportunidad para que todas las personas pudieran conocer y recibir el plan de salvación del Padre, en su Hijo Jesucristo. El mensaje central de ese pasaje es que nadie está excluido de la salvación, pues Dios abre “la puerta de la fe” a todos los que estén dispuestos a entrar por ella.
 
La Carta Apostólica Porta Fidei recordaba las palabras de Jesús a sus discípulos en la última cena: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”. Y afirmaba: “Es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo” ( n. 7). Por tanto, la verdadera y genuina fe, que fortalece la esperanza y desemboca en la caridad, se anuncia con alegría en la acción misionera.
 
Jn 13,31-38 marca el inicio del discurso de despedida de Jesús y la primera parte del llamado “Libro de la Hora” (Jn 13,1-20,31). Su tema principal es el “destino” del Maestro: “¿a dónde va?” (después, Jn 16,30 abordará el “origen”; “¿de dónde viene?”). Su destino es la glorificación que el Padre está a punto de otorgarle. A partir de la “Hora” de Jesús acontece su nueva presencia y la nueva relación con él, pero también inicia la relación que desde ahora va a caracterizar la vida de sus discípulos, gracias al mandamiento nuevo del amor. Éste será el signo claro, fehaciente e inequívoco de esa nueva presencia del Señor glorificado en medio de su comunidad.
 
La novedad del mandamiento del amor consiste sobre todo en el modelo: “como yo los he amado” (13,34). No es cualquier tipo de amor, sino de aquel que tiene su prototipo en quien, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Se trata, por tanto, de ese amor entendido como entrega oblativa, al estilo de Jesús, y que es preciso vivir como testimonio gozoso.
 
Por tanto, quien entra por la “puerta de la fe”, la anuncia y la manifiesta en la vivencia del amor, pues sólo por la práctica de la fe “que actúa en la caridad” (Gál 5,6) podemos llegar a ser auténticos discípulos de Cristo: “por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”.
 
A través del alegre testimonio misionero de nuestra fe, esperanza y caridad podremos aspirar a participar del “Cielo nuevo” y de la “Tierra nueva” y a vivir eternamente en la “Ciudad Santa”, la “Nueva Jerusalén”, “donde ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor”, como describe el Apocalipsis la felicidad eterna, en comunión con el Padre, con su Hijo glorificado y con toda la multitud de los redimidos.
 
El Señor nos invita a mantenernos firmes en el testimonio fiel de nuestra fe y nuestra esperanza, a pesar de las adversidades, pues hay “pasar por muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios”. Ese testimonio tiene que ser expresado necesariamente a través del amor fraterno, como el del propio Cristo. Su Palabra y Eucaristía nos otorgan la fuerza para vivir como él nos enseñó. Así, cuando llegue el final de todo, participaremos de la gloria eterna del Padre, de su Hijo resucitado y de su Espíritu de amor. A ellos todo honor, gloria y poder por los siglos de los siglos. Amén.