Celebramos a Jesucristo, Luz verdadera que ilumina nuestros senderos oscurecidos por las penumbras del pecado, que es la causa de todos los males. Esta fiesta de la Presentación del Señor es llamada también de “La Candelaria”, porque la Santísima Virgen María, como si fuera un gran “candelero”, lleva en sus brazos a Jesucristo, Luz verdadera.
 
En el mundo hebreo, el candelabro de los siete brazos (“Menorah”), ha sido muy emblemático para simbolizar la presencia divina, de modo especial simboliza la “Torá” (Instrucción o Ley) como luz inextinguible. Prov 6,23 dice que la Torá es “una lámpara y la enseñanza es una luz, y las reprensiones de la corrección son los caminos de la vida”. Jesús es la Luz verdadera que ilumina el mundo y los brazos de su Madre María como los de la nueva “Menorah”, que desde el templo de Jerusalén inaugura una nueva época, un Templo nuevo y un nuevo culto, porque ella es la mujer que dio a luz a la Luz del Mundo.
 
El pasaje del evangelio de san Lucas que hoy escuchamos refiere tres momentos importantes, que se relacionan con el cumplimiento de la Ley de Dios: la purificación de María, el rescate del primogénito y la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén.
 
1. La purificación de María da cumplimiento de un mandato de la Ley de Dios para su pueblo. Según Lv 12,2-8, toda mujer al convertirse en madre debía someterse a un rito de purificación: “Cuando una mujer conciba y dé a luz un hijo varón, quedará impura durante siete días… El octavo día el niño será circuncidado, pero ella permanecerá treinta y tres días más purificándose. No tocará ninguna cosa santa ni irá al santuario, hasta cumplirse los días de su purificación…” María, mujer humilde y dócil, cumple fielmente este precepto de Dios.
 
2. El rescate del hijo primogénito responde a que todo primer nacido pertenecía sólo a Dios. Por eso Ex 13,12 prescribe: “Consagrarás al Señor todo primogénito. Todo primer nacido de ganado, si es macho, pertenece al Señor. También por eso el mismo libro del Éxodo ordena: Conságrame todo primogénito, todo primer parto entre los israelitas, tanto de hombres como de animales, es mío”.
La forma de expresar esa pertenencia a Dios era sacrificando al primer nacido de los animales. Sin embargo, los primogénitos de los humanos debían ser rescatados, por eso Ex 34,20 ordena: “Rescatarás todo primogénito de entre tus hijos”. Este rescate consistía en ofrecer un sacrificio de sustitución: “Al cumplirse los días de su purificación, por niño o niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado… Si no le alcanza para presentar un cordero, tome dos tórtolas o dos pichones…” (Lv 12,6.😎. José y María cumplieron también cabalmente este precepto, reconociendo a Dios como el dueño de la vida.
 
3. Aunque la presentación propiamente tal del niño no era obligatoria, la gente piadosa la estimaba conveniente, como el caso de Samuel presentado por sus padres (1 Sam 1,24-28). José y María, piadosos y reverentes a Dios, llevan a Jesús al Templo para presentarlo.
 
La purificación de María, el rescate del primogénito y la presentación del niño en el Templo de Jerusalén, siendo actos diversos, han sido reunidos por san Lucas para expresar cómo el Salvador asume lo ordenado por su Padre Dios. Que el primer acto cultual de Jesús sea en el templo de Jerusalén es relevante, pues para el evangelio de san Lucas esta ciudad ocupa un lugar central en la obra de la salvación (9,31.51.53). En Jerusalén, Jesús llevará a cabo el último y supremo acto cultual, su pasión, muerte y resurrección, y será el punto de partida de la misión cristiana. De esta ciudad surgirá la Luz pascual para iluminar a todos los redimidos y para ser, como profetizó Isaías, “alianza del pueblo y luz de las naciones”.
 
La forma de actuar de María y José nos ayuda a descubrir la fidelidad al Señor y también el valor de la genuina religiosidad. La auténtica piedad no consiste sólo en la práctica de ciertos actos externos, llevados a cabo por costumbre, inercia o, peor aún, por legalismo, al que Jesús se opuso abierta y decididamente. El cumplimiento de preceptos, los gestos religiosos y los actos de piedad son auténticos y tienen valor si expresan la actitud interior de verdadero reconocimiento a Dios.
 
Una clave imprescindible para valorar dicha autenticidad y fidelidad es la coherencia de vida, como la de María y José y como la de muchas otras personas realmente piadosas, congruentes entre sus manifestaciones religiosas y su vida cotidiana. De lo contrario será sólo culto vacío.
Jesús es la Luz verdadera que nace de lo alto e ilumina a toda persona que se deja iluminar por él. Él la Luz que puede destruir las sombras de muerte que envuelven nuestro mundo, muchas veces sumergido en las tinieblas del mal, a causa del pecado. Dejémonos iluminar por Jesucristo para ser peregrinos de esperanza en medio de tantos escenarios caóticos de oscuridad, violencia y muerte, que siembran desesperanza.
 
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