El pasaje del evangelio de san Mateo que proclamamos este domingo prepara el “discurso de la misión” (Mt 10). Es importante señalar cómo la misión tiene punto de partida la compasión del Señor: “Al ver Jesús a las multitudes, se compadeció de ellas porque estaban extenuadas y desamparadas como ovejas sin pastor”. De aquí surge la necesidad de rogar al “dueño de la mies para que envíe trabajadores a sus campos” y de que los discípulos de Jesús sean enviados con el “poder de expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedad y dolencia”. Por tanto, la misión nace de la compasión de Jesús y está acompañada con signos que la expresan.
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La Misión y su significado
El Papa Francisco ha insistido en la misericordia (compasión) como eje trasversal de todas la acciones de la Iglesia. El Dios amor “se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor… Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (Misericordia Vultus). Esto es lo que aparece en el relato del evangelio. Porque siente compasión de la gente, Jesús envía a sus apóstoles a la misión. Ellos van a proclamar la Buena Noticia, capaz de responder a las necesidades espirituales más fuertes de los seres humanos, quienes sin esa Buena Nueva andan “como ovejas sin pastor”.
Aquella muchedumbre de entonces nos representa a todos. La compasión de Jesús es universal, constante y permanente, no limita ni discrimina, pero también asume un dinamismo con etapas y procesos. Por eso, envía a los doce “apóstoles”, en primer lugar a “las ovejas perdidas de la Casa de Israel”. Les ordena llevar el mensaje del Evangelio primero a los judíos, quienes esperaban el cumplimiento de las promesas hechas a sus padres.
La misión, como la presenta san Mateo, debe recorrer las etapas previstas por el plan de Dios, que eligió al pueblo de Israel como primer destinatario de sus promesas. Este proyecto divino de salvación tiene dos momentos fundamentales: “el camino” y el “cumplimiento” de lo prometido. Ambos son parte de una sola y única historia de salvación.
Dios, a través de Moisés, dice a los israelitas en el Sinaí: “…Si escuchan mi voz y guardan mi alianza, serán mi especial tesoro, entre todos los pueblos… Ustedes serán para mi un reino de sacerdotes y una nación consagrada”. En realidad su plan de salvación es para toda la humanidad, como lo prometió a Abraham: “en ti bendeciré a todas las naciones de la tierra” (Gn 12,3). El Señor mantiene siempre su promesa, sin embargo para llegar a la universalidad de la salvación se requirió pasar por algunas etapas, en un dinamismo continuo y creciente. Israel preparó la salvación, que tuvo cumplimiento para toda la humanidad con la muerte y resurrección de Jesús y con el mandato final de “hacer discípulos” a todos los pueblos (cf. Mt 28,19).
San Pablo afirma que “Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado…” y ésta es también “la prueba de que Dios nos ama”. La muerte del Señor rescató a todos los pecadores de Israel y del mundo. Pero también todos, judíos y no judíos, hemos experimentado el inmenso amor del Padre. Por la infinita bondad de Dios, la salvación lograda por la muerte y resurrección de Jesús tiene alcances universales. Sólo se requiere la adhesión de la fe a quien murió y resucitó para nuestra justificación. La salvación, por la gran misericordia de Dios, ha rebasado las fronteras de Israel, para alcanzar a todas las naciones.
Ahora bien, quienes hemos experimentado la compasión de Jesús y recibido la salvación, estamos llamados a compartirla, mediante la misión. Jesús quiere que sus discípulos misioneros anunciemos su infinita misericordia a todos nuestros hermanos, con la palabra y con el testimonio de nuestra vida.
Por tanto, la misión no consiste sólo en trasmitir palabras o ideas. Es ante todo compartir la experiencia de la compasión de Jesús. Ella es genuina cuando palabras y obras la testimonian. “Curar a los enfermos, resucitar a los muertos, arrojar a los demonios” son modos de expresar que la misión va acompañada de expresiones claras y fehacientes de compasión, porque el anuncio gozoso de la salvación está unido indisolublemente a hacer el bien.
Dicho de otro modo, el genuino discípulo misionero de Cristo es aquel que ha experimentado la misericordia de su Señor, se adhiere a él por la fe, anuncia el Evangelio con firme convicción y lo testimonia por medio de signos que expresan compasión.
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