Una actitud característica muy loable de los pueblos del Oriente es la hospitalidad. Ésta es deseable en todas las sociedades, incluyendo la nuestra, impregnada de mucho egoísmo y desconfianza, aunque a veces explicable por tanta inseguridad. El libro del Génesis y san Lucas abordan la hospitalidad en una doble perspectiva: la de Abraham hacia tres viajeros y la que recibe Jesús en la casa de Marta y María.
La hospitalidad de Abraham
El Génesis pone de relieve la generosidad de Abraham al recibir en su casa a tres personajes. En cuanto los ve, sale de prisa a su encuentro, se postra en tierra y les pide que acepten su hospitalidad. Pareciera que quien recibe el favor es el propio Abraham, pero lo que destaca es la extraordinaria generosidad del Patriarca. Les ofrece una excelente bienvenida: descanso a la sombra, agua para lavarse los pies y comida exquisita.
El relato del Génesis pone de manifiesto cómo Abraham, aun sin saber, brinda hospitalidad a Dios mismo. Por un momento pareciera como si él lo supiese, sobre todo por el gesto de postrarse en tierra y también por la expresión, en singular: “Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, te ruego que no pases junto a mí sin detenerte”. Después el discurso sigue en plural. De aquí que ya los padres de la Iglesia dieran a este pasaje una interpretación trinitaria, al menos como un anuncio o prefigura. Así lo ha plasmado también el pintor ruso Andrey Rublev, en su famoso lienzo sobre la Trinidad.
El relato del Génesis elogia una hospitalidad, pero que va más allá de la virtud humana. Trasciende a lo divino. Dios responde también con generosidad, como queda expresado en la promesa a Abraham: “Dentro de un año volveré sin falta a visitarte por estas fechas; para entonces, Sara, tu mujer, habrá tenido un hijo”. El cumplimiento de la promesa de recibir descendencia está cerca. Y la hospitalidad la propicia.
La hospitalidad de Marta y María
San Lucas, por su parte, presenta otro ejemplo, aunque distinto, de hospitalidad. Esta vez hacia Jesús, por parte de las hermanas de Lázaro. Marta se preocupa por servir y ofrecer lo mejor al Señor, lo cual es, sin duda, digno de reconocimiento. Sin embargo, al mismo tiempo la escena muestra que hay otro modo de recibir como huésped a Jesús. Así lo entiende María. Mientras Marta se “preocupa” por hacer mucho, María se “ocupa” de escuchar al Maestro. Aunque el actuar de Marta sigue el modelo de Abraham, María es merecedora de un mayor elogio.
Jesús no rechaza las buenas intenciones de Marta, sin embargo enseña que escuchar su palabra y atender sus enseñanzas es “la parte mejor”, pues sólo así es posible descubrir lo esencial en la vida, y únicamente a la luz de la Palabra divina las acciones y actividades alcanzan pleno sentido. María “ha escogido la mejor parte” porque escuchar al Maestro es atenderlo y hospedarlo en el corazón. Al mismo tiempo, el que escucha la Palabra del Señor es acogido por ella también como huésped. Es alimentado y fortalecido por ella. Así, la hospitalidad se vuelve recíproca.
Como Marta, necesitamos comprender el sentido de la mutua hospitalidad. Las numerosas actividades suelen dificultarnos e impedirnos entender la importancia de escuchar la palabra de Jesús y alojarla realmente en lo más profundo de nuestra mente y corazón, de modo que también seamos acogidos, alimentados y animados por esa palabra de vida.
El pasaje del evangelio nos muestra la necesidad de frenar un poco la marcha acelerada y frenética en la solemos sumergimos, para dejar espacio a la escucha y meditación de la Palabra divina. El activismo nos absorbe, nos agota y nos hace perder el sentido de nuestras acciones. Si éstas no se fundan en quien es el Verbo eterno del Padre, se tornan vacías y carentes de sentido. El sano equilibrio es necesario. La escucha auténtica de la Palabra también evita espiritualismos desencarnados e impulsa a vivir la caridad hacia los hermanos, sobre todo a los más necesitados, los pobres, los
hambrientos, los migrantes… En ellos acogemos al mismo Cristo.
Conclusión
En consecuencia, para llegar a ser “gratos a sus ojos de Dios”, como cantamos con el salmo 14, necesitamos escuchar su palabra y ponerla en práctica. Como san Pablo, que “por disposición de Dios fe constituido ministro de la Iglesia para predicar su mensaje”, también nosotros, desde el bautismo, fuimos llamados por Cristo, para anunciarlo. Pero esto sólo será posible si sabemos escuchar realmente su palabra y nos dejamos transformar por ella, conforme a su estilo de vida. Entonces, como dice el Apóstol, “Cristo vivirá en nosotros”. Y nosotros viviremos en él.
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