El Señor nos llama a vivir la fe, no sólo de palabra sino efectivamente. Nos pide decisiones que expresen con firmeza que en realidad hacemos su voluntad. Esto es hacer opción por él y su Reino. Si nos equivocamos, Dios siempre nos ofrece una nueva oportunidad para recapacitar y retomar el camino correcto, pero es preciso perseverar en éste.

 

Seguir la voluntad de Dios

 
Dice el Profeta Ezequiel: “Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere… Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se aparta de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá”. Esta palabra profética pone de manifiesto una paradójica realidad. Pareciera que el considerado “justo” tendría ya ganado un lugar privilegiado ante Dios, sin embargo debe mantenerse firme en su camino. De lo contrario podría desviarse, cometer el mal y sufrir las consecuencias de sus errores: “morir por la maldad que cometío”. Pero también, en sentido contrario, el pecador tiene oportunidad de volver al buen camino y “salvar su vida”. Ezequiel indica la importancia de mantener firme la decisión de respuesta a la invitación de Dios para colaborar en su plan de salvación, conocer su voluntad salvífica y cumplirla con “opción fundamental”.
 
La parábola que nos ofrece el evangelio de este domingo profundiza más lo dicho por Ezequiel. La pregunta fundamental es: “¿quién hace real y efectivamente la voluntad del Padre?”. La enseñanza de Jesús es ilustrada por un ejemplo tomado de la vida cotidiana, donde contrasta la respuesta de dos hijos, al ser llamados a trabajar en la viña. El padre se dirige al primero de sus hijos y le pide: “Hijo, ve a trabajar hoy en la viña”. Pero de manera muy extraña para el tiempo y el contexto sociocultural de entonces, donde el respeto a los padres era una actitud esencial e indiscutible, el hijo respondió con aspereza inusitada: “No quiero”. Sin embargo, y pese a su irreverente respuesta, “se arrepintió y fue”.
 
A pesar de su irrespetuosa respuesta, el primer hijo se dio cuenta de su falla, “se arrepintió” y reparó su falta. El verbo griego que utiliza el evangelio (metamélomai) significa “causar pena, tristeza o pesar”, “tener remordimiento” por una incorrecta manera de proceder. Sin embargo es importante notar que además de “sentirse mal por su actuar”, este hijo fue más allá de la pena o arrepentimiento. Dio un paso todavía más importante: reparó su falta, yendo efectivamente a trabajar en la viña. Esta actitud denota ya de genuina “conversión”.
 

“Ya voy, Señor”

 
Lo contrario tiene lugar con el otro hijo. “Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: ‘Ya voy, Señor’”. En contraste con el anterior, este hijo contesta de modo correcto. Llamar “señor” al padre expresaba un trato respetuoso, de reconocimiento y veneración. Parecía indicar que este hijo era reverente, educado y bien dispuesto. Pero el problema es que en realidad él no fue a trabajar en la viña. Su disposición fue sólo de palabra, con una consecuente y grave in coherencia entre su decir y su actuar.
 
Por eso Jesús interroga a quienes debieran estar mejor acreditados ante Dios, los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?” Ante evidencias tan claras y contundentes, ellos tienen que reconocer que fue “el primero” quien realmente la hizo. Entonces Jesús les advierte con toda claridad: “Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios”.
 
El contexto de la parábola es el debate sobre el origen de la autoridad de Jesús, el cual sólo puede entenderse en la plenitud de la historia salvífica. El que los publicanos y las prostitutas se adelanten a los que debieran ser los primeros en el Reino suena escandaloso, pero significa que ha comenzado la etapa decisiva de la historia, donde las opciones firmes valen más que las palabras. Publicanos y prostitutas tipifican a las personas de peor conducta, por lo que nadie podía esperar que participaran en el Reino de Dios. Pero esta gente de tan mala fama logró entender que el Bautista venía en el camino de la salvación, creyó y se convirtió. Por eso se están adelantando al Reino.
 
La parábola revoluciona la comprensión de la historia salvífica y representa una fuerte interpelación no sólo para los judíos del tiempo de Jesús y los cristianos de la comunidad de san Mateo, sino también para todos nosotros. Decir “sí” al proyecto de salvación de Dios significa hacer una opción firme que compromete la vida de forma clara, decidida e irreversible, a pesar de las adversidades y obstáculos.
 
El “sí” de Jesús al Padre, lo llevó a asumir todas sus consecuencias. San Pablo dice que por ese “sí”, Jesús “no se aferró a las prerrogativas de su condición divina, sino al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo… Se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz…”. El “sí” de Jesús a la misión que el Padre le confió fue siempre firme en su fidelidad, porque Cristo Jesús… no fue primero “sí” y luego “no”. Todo él es un “sí” (cf. 2 Cor 1,19). Él mismo, a quien comulgamos en su Palabra y Eucaristía, es el mejor ejemplo y modelo de nuestra fiel y decidida respuesta al Padre.
 
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