El evangelio nos presenta a Jesús lleno de compasión por la gente que anda como ovejas sin pastor. El Profeta Jeremías, prepara este pasaje con una fuerte crítica a los pastores de Israel por no cumplir su misión, más aún, por haberse convertido en depredadores del rebaño que debieran cuidar y anuncia que Dios mismo será quien lo apaciente. San Pablo, por su parte, en la carta a los Efesios se refiere a la paz que Cristo ha venido a traernos.
 
Terminada su primera misión, los discípulos vuelven a Jesús y le cuentan lo que han hecho y enseñado. El trabajo ha sido extenuante, por lo que el Señor, aunque exigente en el cumplimiento de la misión, es también misericordioso y se preocupa por el descanso de los suyos. Por eso les dice: “Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco”. Añade san Marcos: “Porque eran tantos los que iban y venían, que no les dejaban tiempo ni para comer…”
 
El gesto de Jesús hacia los discípulos revela gran calidad humana, pero sobre todo su gran caridad de Pastor. Sabe que una actividad intensa durante mucho tiempo exige tomar reparar las fuerzas, tomando descanso. Todos los seres humanos, también los seguidores de Jesús, tenemos necesidad de hacer pausas en nuestro camino, porque nuestra naturaleza misma nos exige alternancia entre trabajo y reposo. Jesús lo sabe bien.
 
Este gesto de Jesús es también una interpelación a la sociedad pragmática en que vivimos. Las personas muchas veces son reducidas a engranajes de la maquinaria productiva. El valor de lo económico suele ser puesto por encima de los valores humanos y de las personas mismas, las cuales llegan a ser reducidas a simple fuerza de trabajo, que cuando ya no producen son simplemente desechadas. Es lo que el Papa llama “cultura del descarte”. En cambio, Jesús establece una relación exquisitamente humana, de enorme cercanía con sus discípulos, pero sobre todo de una caridad ejemplar.
 
Sin embargo, en esta ocasión no se llega a realizarse del todo el deseo del Señor, ya que la gente que lo ve marcharse con los discípulos empieza a acudir al lugar a donde se dirigen. La muchedumbre los espera. Una necesidad más urgente e imperiosa se antepone, en este caso la de las personas deseosas y de escuchar al Maestro y necesitadas de su ayuda.
 
Jesús, al desembarcar, ve a la multitud y se conmueve por ella porque se da cuenta que están como ovejas sin pastor. Llama la atención que lo primero que hace el Señor, lleno de compasión, es enseñar. ¿Por qué Jesús se ocupa en primer lugar de esto y no de remediar otras carencias? Porque antes de atender diversas necesidades también legítimas e importantes, las personas requieren ante todo recibir el mensaje que ilumine, guíe y dé sentido a su existencia. Quien no conoce la Palabra que viene del Señor, carece de lo principal y más necesario, de la salvación integral.
 
A pesar de que las personas logren saciar muchas necesidades humanas, si no resuelven la más importante, es decir, la que otorga pleno sentido a su vida, permanecen vacías. En cambio, quien conoce la verdad del Evangelio puede caminar con seguridad en su vida y encontrarle sentido.
 
Jeremías lanza un fuerte reproche de parte de Dios, a los pastores de Israel, porque en vez de reunir a las ovejas, las han dispersado: “¡Ay de ustedes los pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas de mi rebaño, dice el Señor!” Promete reunir de nuevo el resto del rebaño, desde todas las regiones donde fue expulsado, y constituir pastores que las conduzcan a los pastizales. Se refiere particularmente a un sucesor de David, que será un pastor justo, lleno de sabiduría y de generosidad y recibirá el nombre de “Señor nuestra justicia”.
 
Ese anuncio tiene su cumplimiento en Jesús, de la descendencia davídica, el Buen Pastor que cuida con esmero, diligencia y cariño a sus ovejas. No sólo las conduce por los senderos rectos, las alimenta y atiende en sus necesidades, sino que da la vida por ellas. Su ser y calidad única de Pastor supera todas expectativas proféticas.
 
San Pablo alude a la reunión de todos en un solo pueblo, gracias a Jesucristo, porque “Él hizo de los judíos y de los no judíos un solo pueblo…” Según el Apóstol, antes de Cristo dominaba la división, por un muro que separaba a Israel de las otras naciones. Pero gracias a Jesús, ese muro ha sido derribado. Ya no existe más diferencia entre judíos y griegos. El Buen Pastor, al dar su vida por todos sin excepción y “destruyó, en su propio cuerpo, la barrera que separaba…”
 
Los discípulos de Cristo necesitamos seguir derribando muchos muros y construyendo otros tantos puentes, para consolidar la unidad del rebaño del único Pastor. Alimentados con el mismo pan de la Eucaristía y atendiendo a la misma enseñanza de nuestro Maestro común, caminemos en sinodalidad, sabiendo que el Señor es nuestro Pastor y que nada nos falta, “aunque vayamos por cañadas oscuras, nada podemos temer, porque Él está con nosotros, su vara y tu cayado nos dan seguridad”.
 
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