Estamos llegando al final del año litúrgico. La próxima semana, con la fiesta de Cristo Rey del Universo, concluirá el presente ciclo litúrgico y el primer domingo de Adviento iniciará el nuevo. Por eso los textos de la Palabra de Dios usan lenguaje “apocalíptico”.
Pero, ¿qué es la “apocalíptica”? Es una corriente teológica y literaria que tuvo auge a finales del s. II a.C. y se extendió hasta la era cristiana. Existen muchas obras de carácter apocalíptico tanto en libros bíblicos, como en muchos de los llamados “apócrifos”. Contrario a lo que se cree con frecuencia, la “apocalíptica” no es una presentación pesimista y catastrófica de los acontecimientos al final de los tiempos. Es más bien un movimiento amplio y vigoroso que busca leer la historia en clave de esperanza. Cuando se habla de “fenómenos con efectos apocalípticos”, en el sentido de terribles y desastrosos, se asume un falso concepto de la apocalíptica, influenciada por visiones equivocadas que ofrecen una imagen incorrecta y distorsionada.
Es verdad que el movimiento apocalíptico en el Antiguo Testamento se originó en el ámbito de situaciones críticas, cuando empezó a declinar la “profecía”. Algunos libros proféticos, como el de Malaquías, que hoy escuchamos, poseen ya elementos apocalípticos embrionarios, que se desarrollaron en el siglo II a. C., en la época de los Macabeos. La “apocalíptica” busca responder a interrogantes en las comunidades judías ante las adversidades y la persecución.
Los textos apocalípticos, en tiempos de tribulación, lejos de aterrorizar, intentan infundir esperanza. Exhortan a perseverar en la fe cuando parece que el mal está venciendo al bien y motivan para no dejarse derrotar ante lo que parece imposible de superar.
Las imágenes son recursos que hacen comprender mejor y a grabar en la mente cómo Dios triunfa y hace triunfar a sus fieles. Las tribulaciones ayudan a descubrir el sentido del sufrimiento, templan y fortalecen la fe y la fidelidad, en espera del premio definitivo. La “apocalíptica” es como pintar una luz en un cuadro, se necesita un fondo oscuro para que resalte más la luz. A pesar de todo lo terrible, Dios dará la victoria a sus fieles, los cuales no sucumbirán ante el mal. Por eso, Malaquías, al mismo tiempo que advierte a los malvados, también anima a “ los que temen al Señor”.
El Nuevo Testamento posee también lenguaje apocalíptico, no sólo en el Apocalipsis de san Juan. En el evangelio de san Lucas, como hoy escuchamos, Jesús vaticina la destrucción de Jerusalén, la llegada de falsos mesías, guerras y persecuciones a sus discípulos. Sin embargo, después de describir con fuertes imágenes los oscuros escenarios, infunde ánimo y confianza. Les dice a sus discípulos: “No tienen que preparar su defensa porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario..” Y aunque les advierte que serán traicionados, incluso por la propia familia, también les dice: “Sin embargo ni un cabello de su cabeza perecerá”. Y concluye con gran énfasis: “Si se mantienen firmes, conseguirán la vida” .
Todos esos textos bíblicos coinciden en dibujar un oscuro panorama, para que en este trasfondo resalte mucho más la gloria del Señor, en la que participarán los que se mantengan fieles a él.
En el tiempo presente también encontramos escenarios de violencia, crimen y persecución, ahora más ideológica, y legislaciones hostiles que atentan contra nuestra fe. El clima de violencia e inseguridad generado por la delincuencia fragmenta nuestra existencia personal y social y amenaza con robarnos la paz. Se suman otros tipos de violencia que tiene lugar en grupos sociales por ciudadanos comunes, en pueblos, colonias e incluso en los propios núcleos familiares.
La pérdida de valores, la cultura de muerte con múltiples expresiones, la polarización social y la crisis económica son amenazas crecientes. A veces pareciera que todo está perdido y que el mal está venciendo al bien. Las malas noticias nos amenazan con la desesperanza, cuando por el contrario estamos llamados a ser “peregrinos de esperanza”.
Entre oscuros escenarios y negros nubarrones que presagian fuertes tormentas, la Palabra de Dios es luz que brilla en las tinieblas y nos mantiene fieles, firmes en la fe y en la esperanza, pese a toda adversidad. San Pablo subraya que la fidelidad implica esfuerzo. Confiamos en Aquel que nos anima y alimenta con la Eucaristía, pero también le reafirmamos nuestra fidelidad. Aunque no sabemos el día ni la hora, sabemos que el Señor llegará con poder y hará participar de su gloria a quienes se mantengan fieles a él.
