La Palabra de Dios nos invita a orar con perseverancia y sin desfallecer. Especialmente oramos por la evangelización de los pueblos, al celebrar hoy el Domingo Mundial de las Misiones.

El libro del Éxodo ilustra con elocuencia la eficacia de la oración. El contexto es el combate de Israel con el rey Amalec. La lucha es ardua y la victoria depende de la oración de Moisés. Acompañado de Aarón y Jur, se coloca en lo alto del monte con la vara de Dios es su mano, en tanto que Josué lucha al frente del pueblo. “Mientras Moisés tenía las manos en alto dominaba Israel, pero cuando las bajaba vencía Amalec”. Por eso, cuando Moisés se cansó, sus acompañantes tuvieron que sostenerle los brazos para que resistiera hasta la puesta del sol. Así “Josué derrotó a los amalecitas..” Este pasaje ilustra elocuentemente la eficacia de la oración perseverante.
 
Jesús también nos invita a orar con insistencia, perseverancia y sin desfallecer. Ejemplifica su enseñanza con la parábola de la viuda que acude ante un juez, que “no teme a Dios ni respeta a los hombres”, en busca de justicia. Los dos rasgos que caracterizan a ese juez malo suelen ir de la mano, pues de hecho quien no respeta a Dios tampoco va a respetar a las personas. Es falso pretender respetar la dignidad humana cuando se pasan por alto los designios de Dios.
 
Las viudas, los huérfanos y los migrantes eran símbolo de las personas más desprotegidas en el pueblo hebreo. En este caso se trata de una viuda, pobre por tanto, que acude con frecuencia al juez para pedirle: “Hazme justicia contra mi adversario”. Aunque durante mucho tiempo el juez no hizo caso, sin embargo, por la insistencia de ella y para que no lo siguiera molestando, al final el juez le hizo justicia. Este fue el resultado del ruego insistente y perseverante de esa viuda.
 
A partir del ejemplo anterior, Jesús hace una reflexión, usando un argumento llamado “a fortiori” (“por fuerza mayor”): si un juez deshonesto es convencido por la insistencia de la viuda, con cuanta mayor razón Dios, que es Padre misericordioso, escuchará a quien acude a él. Por eso pregunta Jesús: “¿Creen ustedes acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos?” La respuesta cae por su propio peso.
 
Sin embargo Dios tiene sus tiempos, que no siempre coinciden con los nuestros. Por eso a veces pareciera que no nos escucha. El momento de Dios se llama en griego “kairós” (tiempo propicio, en el orden de la salvación), el cual no siempre tiene lugar cuando nosotros deseamos, ya que es conforme a su plan de salvación. Por otro lado, Dios tampoco es una “máquina despachadora automática”, en las que se echa una moneda (oración) y se obtiene un producto (favor). Dios es un ser personal, un Padre que actúa por amor. Y la oración es el mejor medio para establecer relaciones personales con él.
 
La oración perseverante refuerza nuestra relación personal con Dios y la hace más duradera. Entre más oramos, nuestra comunión con él se hace más fuerte y profunda, como un hijo que encuentra muchos espacios para dialogar con su padre. Cuando el hijo es inmaduro, exige a su padre que le otorgue de inmediato lo que le pide, pero si el hijo madura, entonces podrá dialogar y esperar el momento oportuno para recibir lo que pide, incluso aceptará si no obtiene lo que pide. Actuamos con inmadurez espiritual cuando exigimos con impaciencia a Dios, sin entender que la oración es la gran oportunidad de dialogo, que fortalece nuestra relación con Él y nos acerca a nuestros prójimos.
 
Al final, el evangelio plantea una pregunta crucial: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” La fe y la oración se reclaman mutuamente. La oración requiere de la fe, pero la oración, a su vez, alimenta la fe. La falta de oración va apagando la fe, como cuando a una lámpara le falta el aceite, pero cuando se ora con perseverancia la fe crece, madura y se fortalece.
 
Moisés y la viuda del evangelio nos enseñan a orar sin desfallecer ante lo adverso, incluso, ante lo que parece imposible. Por eso, frente a los escenarios tan complejos que hoy enfrentamos, como la violencia, la inseguridad, la injusticia, la mentira…, no podemos bajar los brazos. Orar con fe nos hace perseverar “en lo que hemos aprendido y se nos ha confiado”, como exhorta san Pablo a Timoteo, y nos impulsa a anunciar con espíritu misionero lo que “hemos visto y oído”.
 
Cada domingo nos reunimos para orar juntos y ofrecer al Señor la oración más excelente, la Eucaristía. Nos alimentamos de ella y de la palabra divina, “inspirada por Dios, útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud…”, a fin de que seamos personas de Dios, “preparados para toda obra buena”. Orar con insistencia y con actitud de fe cimenta con firmeza nuestra relación con Dios, la cual necesariamente impacta en la relación con nuestros hermanos.