Celebramos a nuestro Pastor resucitado, nosotros “su pueblo y ovejas de su rebaño”. En la Eucaristía conmemoramos su presencia pascual, él nos ofrece su cuerpo glorioso como alimento que nos nutre hacia la Pascua eterna. Como a Pablo y Bernabé, él nos envía a proclamar la Buena Nueva de la salvación, a pesar de que muchos, como los judíos de entonces, la rechacen. Los que escuchemos la voz del Pastor y seamos fieles, formaremos parte de aquella multitud con vestiduras blancas, que permanecerá en su presencia, como dice el libro del Apocalipsis.
 
El IV domingo de Pascua resalta la figura de Jesús buen Pastor. Y lo primero que debemos es agradecerle que haya concedido al Papa León XIV como pastor para su Iglesia. Oramos por su ministerio y también por todas las vocaciones, ya que “vocación” (del latín “vocare”: “llamar”), hace alusión a la voz del buen Pastor que llama y espera respuesta.
 
Las imágenes que usa el evangelio son muy ricas. Israel nació como pueblo de pastores: Abraham salió de Ur de Caldea, con su familia y sus rebaños, hacia la tierra prometida; Isaac, Jacob y sus hijos fueron pastores; Moisés fue llamado por Dios para liberar a su pueblo cuando pastoreaba los rebaños de Jetró; David fue sacado de lo apriscos para ser ungido rey de Israel; Amós reconoce que el Señor lo “tomó de detrás del rebaño”…
 
Muchos personajes bíblicos tuvieron que ver con el mundo de los pastores. Incluso en los orígenes de la humanidad, según el Génesis, mientras Caín era agricultor, Abel fue pastor, lo que denota la gran estima de la Biblia por los pastores. El mismo Dios se presenta como “Pastor”. Los salmos lo invocan: “¡Pastor de Israel escucha!” (Sal 80,1); “el Señor es mi Pastor, nada me falta…” (Sal 23). Hoy cantamos: “El Señor es Dios, Él nos hizo, somos su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99). Y a los malos pastores, dirigentes del pueblo, el Señor les advierte: “Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré…” (Ez 34,11-12).
 
Por eso, la imagen del “Pastor” que Jesús usa en el evangelio de san Juan es muy emblemática. El pasaje tiene lugar después de la curación del ciego de nacimiento, donde aparece la incredulidad de los judíos, verdaderos ciegos, que se resisten a creer en Jesús. Por tanto, la “escucha” al pastor, va ligada a la fe. Jesús se presenta como el “Pastor bueno” (literalmente “bello”, con el sentido de “ideal” o “modelo”), que cumple fielmente su misión. Fidelidad y amor hasta el extremo de dar la vida por sus ovejas constituyen sus rasgos primordiales y en ellos consiste su “belleza”.
 
Jesús dice: “Mis ovejas escuchan mi voz conozco a mis ovejas y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna”. El conocimiento en su sentido bíblico no se reduce a poseer ciertos datos sobre alguien. Es el fruto de la relación interpersonal profunda y que se sintetiza en el amor. Cuando Jesús dice que “conoce al Padre” se refiere a la comunión eterna de amor con Él. Un vínculo tan firme, por el que nadie puede arrebatarle lo que su Padre le ha dado.
 
Así es también el conocimiento de Jesús para con sus ovejas, a quienes ama y les ofrece la vida eterna. Por eso dice: “no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano”.
 
“Escuchar” al Pastor consiste en creer en él y amarlo. Desde el Antiguo Testamento, Dios le pidió a su pueblo: “Escucha Israel”. Y le dice qué significa “escucharlo”: amarlo “con todo el corazón, con toda el alma y todas las fuerzas” (Dt 6,5-6). “Escuchar” significa amarlo y grabar en la memoria sus palabras, obedeciendo sus mandatos.
 
“Escuchar” a nuestro Pastor Jesucristo significa amarlo sólo a él y obedecerlo, ignorando voces extrañas, voces que invitan al placer, poder, fama y riqueza a toda costa, incluso destruyendo; voces que proclaman falsos valores y enarbolan estandartes de pretendidos derechos y supuestas libertades; voces que atentan contra la naturaleza humana, creada por el mismo Dios; voces llenas de mentiras y demagogias vacías. En medio de este barullo de voces engañosas, necesitamos saber distinguir y escuchar la voz de nuestro único y genuino Pastor, Jesucristo y seguirlo sólo a él.
 
“Escuchar” a nuestro Pastor significa responder a la “vocación” a la que nos llama. Los padres de familia han recibido la vocación para educar a sus hijos según las enseñanzas de Cristo y conducirlos por caminos rectos; los maestros, con su palabra y ejemplo, están llamados a enseñar los altos valores; los médicos, a curar enfermedades, pero también a testimoniar el valor de la vida, a respetarla y a cuidarla. Que las familias sean espacios propicios en los que se escuche la voz del Pastor.
 
Respondamos con generosidad a la vocación que hemos recibido de nuestro buen Pastor resucitado. Él nos ha concedido al Papa León XIV para que pastoree la Iglesia en su nombre, pero también necesitamos de muchas otras personas que se consagren a su servicio: sacerdotes, religiosos, religiosas, misioneros que vayan en busca de las ovejas más alejadas y hacer presente entre ellas la caridad del buen Pastor, Jesucristo, que se nos ofrece en su Palabra y Eucaristía. Que tengamos “pastores con olor a oveja”, como nos pidió el Papa Francisco, de feliz memoria, y que entre todos hagamos presente su misericordia, sanando, “con el aceite del consuelo y el vio de la esperanza”, las heridas de su pueblo.