La parábola de los viñadores homicidas, así como fue una muy fuerte llamada de atención para el pueblo hebreo, lo es para nosotros también.
 
Tanto el Profeta Isaías, como el evangelio de san Mateo vuelven a presentarnos imágenes relacionadas con un cultivo muy emblemático en la cultura mediterránea, por tanto en el mundo de la Biblia, el de la vid. La imagen de hoy se asocia al amor de Dios, que se encarna en los diversos momentos de la existencia humana, como el del trabajo.
 
El canto a la viña refleja la vida del mundo agrícola. Se canta siempre, al iniciar labores y al final de la jornada. Las coplas mezclan las alegrías y el cansancio de los arduos esfuerzos cotidianos. Pero también, el campo y la viña inspiran sentimientos humanos profundos. En el poema campirano de Isaías a la viña se puede descubrir a un enamorado que usa el lenguaje campesino para expresar amor esponsal. Así, esta imagen llega a ilustrar en aquella historia del gran amor de Dios por el pueblo que él eligió, pero que también lo rechazó.
 
 
La exquisita y emotiva imagen de Isaías contrasta con la otra, más dura, grave y terrible, que tiene lugar en la “parábola de los viñadores homicidas”. Un amor que, sin importar las infidelidades, se ofrece una y otra vez, buscando renovar el amor inicial, se encuentra con el rechazo y una violencia creciente, hasta desembocar en la barbarie del crimen del hijo y único heredero. Tanta violencia podría parecer exagerada, y de hecho lo es. Por una viña se golpea, se apedrea y se termina asesinando. Suena triste. Es la historia de un Israel obstinado que rechaza una y otra vez a su Dios, pero es también la historia de la humanidad de violencia que tiñe de sangre la tierra y destruye la creación.
 
 
Esa es también nuestra propia historia. El rechazo a Dios y a su propuesta de salvación está en la base de la espiral de violencia que se genera en nuestro derredor. Se asesina por dinero o por ambición de poder, se secuestra y destruye en actitud obstinada. Y lo peor es que parece normal.
Todo eso sucede cuando rechazamos a Dios y perdemos la dimensión de la vida que Él nos ofrece y merecemos el mismo reclamo: “Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos”… La tierra se llena de luto y llanto por tantos crímenes perpetrados por manos sanguinarias, sedientas de poder y riqueza. Muchas víctimas, silenciosas e impotentes, permanecen en el anonimato y en el olvido.
 
 
Isaías nos muestra un poema del amor maravilloso de Dios por nosotros. Él es el viñador y su pueblo la viña a la que canta las coplas de su amor, el enamorado que espera la respuesta de quien ama. Todo nos habla de él. Si estamos atentos, todo nos contará y cantará bellas historias de amor. La creación, las flores, el sol, la lluvia… nos traen, como a Francisco de Asís, un mensaje muy claro del Dios que nos ama. Este amor que Dios tiene a su viña nos lanza a la respuesta de cuidar y responsabilizarnos de la comunidad y del mundo que habitamos.
 
 
El Papa, en su nueva Exhortación Apostólica, “Laudate Domino”, nos enseña: “Las creaturas de este mundo ya no se presentan como una realidad meramente natural, porque le Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud” (n. 65). Dios nos pide respuesta de amor, al suyo que llegó hasta el extremo.
 
 
La parábola, por su parte, también nos pide respuesta. En primer lugar a los destinatarios: “los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo”. Aunque todo el pueblo es responsable de la viña, sus jefes y representantes son los primeros. La semana pasada, Jesús nos dijo que no basta con hablar, sino que hay que cumplir la voluntad del Padre; hoy acusa al pueblo y sobre todo a sus dirigentes por “no entregar frutos a su tiempo”.
 
 
Por otro lado, tampoco podemos quedar en indiferencia, pasividad o temor cuando está en juego la vida física y espiritual. Cada uno debe asumir con dignidad y valentía su propia responsabilidad, pues está en riesgo la viña amada de Dios, por la cual entregó a su Hijo.
 
 
Pero lo más relevante es el final de la parábola: la muerte del Hijo, el reconocimiento de la piedra angular y el juicio a las autoridades. Todo eso nos lleva a una toma de conciencia frente al proyecto del Padre. Nos invita a creer en el Evangelio y a construir una viña donde no haya llanto, gritos de dolor o de miseria, donde se cosechen frutos de justicia, paz y reconciliación, donde seamos “todos hermanos”, como escribe el Papa Francisco en Fratelli tutti. La parábola no está lejos de nuestra realidad fratricida, bañada de sangre.
 
 
Por último, la parábola de los viñadores homicidas, así como fue una muy fuerte llamada de atención para el pueblo hebreo, lo es también para nosotros también. Israel, bajo el supuesto de una aparente seguridad, se confió en sus prerrogativas, se obstinó ante el proyecto salvador de Dios y terminó en el rechazó. Nosotros también necesitamos estar atentos para no tropezar con la misma piedra e incurrir en ese mismo error. Contamos con la fuerza de la Palabra y de la Eucaristía.
 
 
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