En el Evangelio según san Lucas, Jesús ofrece una parábola que puede resultar desconcertante: la del administrador deshonesto. En ella, un hombre que ha actuado con trampas es elogiado por su astucia, lo cual provoca cierta incomodidad en quien la escucha. Sin embargo, Jesús concluye con una frase clave: “los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz”.
La pregunta es inevitable: ¿qué pueden aprender los discípulos de Jesús de un personaje que ha sido infiel y astuto para su propio beneficio?
San Lucas presenta, a lo largo de su Evangelio, diversas enseñanzas de Jesús sobre el uso adecuado de los bienes materiales. Las riquezas, cuando se usan mal, generan codicia y conducen al pecado, como lo denuncia también el profeta Amós. Por ello, Jesús instruye a sus discípulos a utilizar los bienes de manera que sirvan para la salvación y no se conviertan en causa de perdición.
El administrador, al verse en una situación difícil, usa su ingenio para asegurar su futuro. Su acción no es elogiada por su deshonestidad, sino por su habilidad para actuar con decisión. Jesús invita a sus seguidores a tener esa misma sagacidad, pero puesta al servicio del Reino de Dios: a ser audaces en la misión y a usar los bienes para el bien de los demás, especialmente de los más necesitados.
En las enseñanzas finales de la parábola, Jesús recuerda tres grandes verdades. La primera, que el dinero puede convertirse en un falso dios si se le da un lugar central en la vida. La segunda, que nadie es dueño absoluto de los bienes materiales, sino administrador de lo que Dios le ha confiado. Y la tercera, que no se puede servir a dos señores: a Dios y al dinero.
Cuando el dinero se vuelve un ídolo, surgen graves consecuencias: codicia, injusticia, explotación y violencia. De ahí nacen muchas realidades que hoy destruyen al ser humano —la guerra, la trata, la corrupción—, fruto de una idolatría que adora al poder y a la riqueza.
Jesús nos invita a una sabiduría nueva: usar los bienes con inteligencia, sin apegos, con sentido de justicia y caridad. Así, los discípulos podrán ser astutos no para su propio interés, sino para alcanzar los bienes eternos, adorando sólo al único y verdadero Dios.
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