Jesús responde que él mismo es “el Camino, la Verdad y la Vida”. Sólo unidos a él es posible conocer y llegar realmente al Padre.

La liturgia de hoy nos ofrece textos muy bellos, que nos revelan cómo tiene que ser la vida de los que creen en el Señor resucitado. Mientras en el evangelio de san Juan, Jesús promete a sus discípulos prepararles un sitio en la casa de su Padre, Hechos de los Apóstoles muestra la organización de la Iglesia primitiva, afrontando las dificultades y atendiendo las necesidades que iban surgiendo. Por su parte, san Pedro, en su primera carta, nos habla de la construcción de la casa espiritual, para formar un sacerdocio santo.
 
 

Jesús: el Camino, la Verdad y la Vida

 
Jesús pide a sus discípulos que no pierdan la paz, ya que ésta es ante todo su presencia salvadora, que genera bendición, prosperidad y esperanza. La inminencia de la pasión no es abandono. Si bien el misterio de la redención conlleva dolor, sin embargo los discípulos pueden estar ciertos de que el Señor está y estará siempre con ellos. Por eso les pide que no pierdan la paz, les promete “prepararles un lugar” y les asegura volver para llevarlos consigo: “para que donde yo esté, estén también ustedes”.
 
Cuando Jesús dice a sus discípulos que va a prepararles “un sitio”, les está asegurando la participación para siempre con él, en su reino eterno. Pero entonces ellos también deben emprender una marcha, por eso añade: “ya saben el camino para llegar a donde voy”. Este camino conlleva sufrimiento, muerte y resurrección, que los discípulos necesitan asumir con decisión y fidelidad. Si siguen a Cristo y participan de su muerte y resurrección, podrán participar también con del reino glorioso de su Padre.
 
A la pregunta de Tomás, “¿cuál es ese camino?”, Jesús responde que él mismo es “el Camino, la Verdad y la Vida”. Sólo unidos a él es posible conocer y llegar realmente al Padre. Caminar a través del Hijo hacia el Padre significa seguir sus enseñanzas y cumplir sus mandamientos con fidelidad, de los cuales el principal es el del amor. Éste implica servicio, donación y entrega, incluso hasta el extremo, hasta dar la vida.
Jesús no sólo es “camino verdadero”, en oposición a un “camino falso”. Él mismo es la “Verdad”, porque viene del Padre, “Verdad suprema y absoluta” y porque es fiel a Él. La “verdad” en lenguaje bíblico se identifica también con la “fidelidad”. El Padre es “la Verdad” en sí mismo y es fiel a su designio de salvación. Y el Hijo es fiel al Padre que lo envió.
 
Jesús es también la “Vida”, porque la ha recibido del Padre en plenitud y a su vez puede otorgarla a sus discípulos. Sólo a través del Hijo podemos conocer al Padre, pues “nadie ha visto jamás a Dios. El Hijo único que está en el seno del Padre, él lo ha manifestado” (Jn 1,18). Incluso ante la inminencia de la pasión, muerte y resurrección, en el Hijo se puede ver el rostro del Padre. Por eso dice: “Quien me ve a mi, ve al Padre”. Para conocer y llegar al Padre, es preciso creer en Jesús y permanecer en él.
 
A los discípulos les corresponde “hacer las obras” de Jesús: “El que cree en mi hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre”. Pero, ¿en qué sentido es posible hacer obras mayores que las del Señor? Por una parte, mientras el ministerio terreno de Jesús duró cierto tiempo (unos tres años) en un lugar (Israel), sus discípulos, habrán de llevar la misión en su nombre, en horizontes y campos de acción más amplios, a toda la tierra y hasta el fin de los siglos. Por otra parte, los discípulos reciben la garantía de que el Padre les concederá cualquier cosa, que pidan en nombre de Jesús. Por esto, podrán hacer “cosas mayores”.
 
Nuestra misión es realizar la “obra de Dios”, unidos a Cristo. Esta tarea no es sólo obra humana, es también divina, para transformar las realidades de pecado y de muerte en signos de resurrección y de vida. San Pedro nos dice que los bautizados somos “piedras vivas en la edificación del templo espiritual”. Esta imagen es más que una simple metáfora poética. Expresa el ser y la misión de nuestra condición bautismal: “edificar un templo espiritual” y “ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios”. Mientras “edificar” se opone a “destruir”, el significado original de “sacrificio” (sacrum facere) es “hacer lo sagrado”. Por tanto, a los bautizados nos corresponde “construir” y llevar a cabo todo “con sentido sagrado”.
 
La primera comunidad cristiana nos enseña cómo, gracias a la fe en Cristo resucitado, a estar unidos a él y bajo la guía del Espíritu Santo, es posible afrontar problemas y remediar necesidades. Mientras los apóstoles se dedican a la oración y al servicio de la Palabra, siete hombres piadosos asumen el servicio de la administración y atención a personas necesitadas, haciéndolo con “sentido sagrado”, es decir, con generosidad y amor.
 
Nuestra completa vida podrá llegar a ser auténtica ofrenda sacerdotal y sacrificio agradable a Dios, si hacemos todo con sentido sagrado, unidos a Cristo muerto y resucitado. Así podremos sembrar signos de vida y resurrección en medio de tantos escenarios de muerte. Ante los problemas y adversidades de cada día, el Resucitado nos pide no perder la paz, ya que él mismo es “nuestra paz”, y a tener la seguridad de que él siempre está con nosotros de muchas formas, especialmente en su Palabra, en la Eucaristía y en los demás sacramentos, pero también en el ejercicio de la caridad y el servicio a nuestros hermanos.
 
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