MEDITACIÓN DEL SR. OBISPO ADOLFO MIGUEL SOBRE XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

30 de agosto de 2020

Hermanos en Jesús Mesías, que nos ha redimido por su cruz y resurrección

Este domingo la Palabra de Dios nos pone una disyuntiva: seguir los criterios de Dios o los del mundo. Jesús reprocha a Pedro porque trata de disuadirlo para que no cumpla la voluntad del Padre en la misión que le ha dado, por tanto, que no asuma el sufrimiento, la cruz, la muerte y la resurrección. El reproche se debe a que ese “modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres”. Por su parte, san Pablo también exhorta a los cristianos de Roma para que “no se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. En tanto, el Profeta Jeremías reconoce que “se ha dejado seducir” por Dios, esto significa que ha aceptado el mensaje divino y la misión de anunciarlo, pero se ha topado con el rechazo de los que prefieren seguir otros caminos.

Por tanto, las tres lecturas de la liturgia de este domingo evidencian que la forma de actuar de Dios está lejos de los criterios mezquinos y egoístas, que con frecuencia rigen en la vida de los seres humanos y distan mucho de los de Dios. Mientras los humanos buscan confort, placer, poder, privilegios, prerrogativas… Dios y su Mesías miran y actúan desde lo que parece pequeño e insignificante e, incluso, despreciable.

San Mateo narra cómo Jesús, después de discutir con algunos fariseos y saduceos (15,1-16,4), advierte a sus discípulos que tengan cuidado con la “levadura” de ellos, es decir que se cuiden de sus enseñanzas y formas de actuar, por lo que los llama a creer sin vacilar (16,5). Al llegar a Cesarea de Filipo, Jesús les pregunta acerca de lo que la gente dice de él, y sobre todo los interroga sobre lo que ellos mismos piensan. Pedro confiesa: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Esta respuesta se gana una alabanza y una promesa: Pedro será depositario de las llaves del Reino de los cielos, con la autoridad de atar y desatar.

Sin embargo la narración del evangelio da un vuelco tremendo. Primero, Jesús pide a sus discípulos que no digan a nadie que él es el Mesías, lo cual no es extraño, ya que no quiere una mala comprensión de su identidad y misión. Entonces él empieza a revelar cuál es la naturaleza de su mesianismo. Les anuncia que “tenía que ir a Jerusalén para padecer allá mucho… que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”. Estas palabras impactan demasiado a sus discípulos. Al escucharlas, sufren desánimo y desilusión… Quizás por esto Pedro se lleva aparte a Jesús para intentar disuadirlo, es decir convencerlo que esa no podría ser la suerte del Mesías e Hijo del Dios vivo.

La actitud de Pedro es bien intencionada, pero denota mucha incomprensión. Al decirle: “no lo permita Dios, Señor, eso no te puede suceder”, desea evitar el camino sufriente de Jesús, pero se equivoca. El intento de amable deferencia hacia su Maestro es fallido. Por eso, Jesús le responde duramente: “Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino”. Llamar “Satanás” a quien Jesús acaba de llamar “dichoso” es extraño, sin embargo así ocurre en el evangelio y así puede pasar con nosotros, al no asumir los criterios de Dios.

Pedro, con buena intención, pretende ofrecer un gesto de aprecio a Jesús. El problema es que no ha entendido la exacta identidad del que ha confesado como Mesías, Hijo de Dios vivo. Aunque su profesión de fe es correcta, no acepta el camino de dolor, exclusión, marginación y muerte. Él necesita aún entender que Jesús no persigue éxitos mundanos, poder, riqueza, fama… Por el contrario, su camino es de servicio, entrega y sacrificio. La dura reprimenda es: “porque tu modo de pensar no es el de Dios sino el de los hombres”. De la alabanza y reconocimiento, pasa al reproche. El contraste es muy fuerte, pero necesario para que Pedro aprenda los criterios de Dios. De “roca donde Jesús edifica su Iglesia”, Pedro pasa a ser “piedra de tropiezo” para el mismo Jesús.

Sin embargo la lección no es sólo para Pedro. Es para los discípulos de todos los tiempos, sobre todo para los que nos cuesta entender su misión salvadora, a través del sufrimiento, el aparente fracaso y la muerte. Como a Jeremías, el Señor puede “fascinarnos”, “seducirnos”, pero cuando nos muestra lo que implica la fidelidad y sus consecuencias, nos da temor y volvemos a los criterios mundanos, pues anunciar la palabra del Señor nos hace objeto de burlas.

Dios no quiere el sufrimiento con sentido “masoquista”, como si fuese algo grato en sí mismo. Al contrario él, como Padre, busca aliviar el sufrimiento, la enfermedad, las penas de sus hijos, pero ante todo busca remediar los males causados por el pecado. Y para llevar a cabo este misterio de redención (rescate), ha optado por algo impensable según los criterios del mundo, la cruz de su propio y amado Hijo.

La cruz rebasa toda lógica humana. Supera los criterios y valores que rigen las conductas de las personas. Ella es el símbolo más claro y fehaciente del amor hasta el extremo, y no sólo la imagen del suplicio de un condenado a muerte. Es la expresión más emblemática de la donación del que por amor entregó su vida, para rescatar a quienes nos encontrábamos bajo el yugo del pecado y de la muerte. Pero no es fácil entender esto. Los discípulos de Jesús, el mismo Pedro, tampoco lo entendieron al principio. Lo fueron descubriendo mediante un aprendizaje paulatino, en la medida en que fueron abandonando los “criterios de este mundo” para ir adquiriendo y creciendo en los del propio Jesús, que son en última instancia los del propio Padre celestial, que así quiso la Redención.

Cristo nos enseña el verdadero valor de la persona, que no se encuadrada en las categorías, criterios e intereses mundanos del utilitarismo, el triunfalismo, el orgullo y la vanagloria. La propuesta de Jesús es construir un mundo de hermanos, que se reconozca amado por Dios, aunque él, como el profeta Jeremías y san Pablo, se encuentre con la incomprensión, el rechazo, el sufrimiento, persecución y la cruz. Sus discípulos asumirán también esta misma cruz que implica el seguimiento fiel al Maestro. Sólo así es posible ese otro mundo, y sólo así también será posible una vida plena.

Padre lleno de bondad, de quien procede todo lo bueno, inflámanos con tu amor y acércanos más a ti, a fin de que descubriendo la vida que nos trae la cruz de Jesús, la llevemos con alegría y fidelidad para construir su Reino de Amor. Enséñanos a entender bien lo que significa seguir a tu Hijo por el camino de la cruz, hacia la participación de tu gloria. Amén.