MEDITACIÓN DE SU EXCELENCIA SR. OBISPO ADOLFO MIGUEL SOBRE XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

16 de agosto de 2020

Hermanos en Cristo, que ha derribado la barrera de separación

Desde tiempos primitivos los seres humanos formaron agrupaciones, en razón de los vínculos de la sangre, padres, hijos, hermanos… Buscaron sumar fuerzas para protegerse y conseguir alimentos. Entonces surgieron clanes y tribus que, entre otras cosas, se caracterizaban por su sentido de pertenencia. Pero así como nació y se fortaleció dicho sentido de pertenencia, también propició la rivalidad hacia otros grupos y las frecuentes luchas tribales.

Desde aquellos remotos períodos de la historia, varios comportamientos humanos no han cambiado mucho. Hoy como ayer el sentido de pertenencia a una familia, pueblo, país… es normal y hasta legítimo. Pero cuando ese mismo sentido se absolutiza, se generan rivalidades. Así sucede en los conflictos frecuentes en muchos lugares, tales como las guerras armadas o económicas entre países, las polarizaciones sociales y políticas en las sociedades, los muros en las fronteras entre países… Si analizamos con detenimiento estas lamentables situaciones, no sólo no hemos avanzado en relación a los tiempos primitivos, sino que incluso se ha sofisticado la rivalidad, haciéndola más cruel e inhumana.

A veces nosotros mismos adoptamos actitudes de esa índole. En ocasiones nuestra forma de actuar es hostil e intolerante respecto a quienes no pertenecen a nuestros “gremios” o no piensan como nosotros; nos cuesta aceptar a los que no son de nuestro círculo familiar, de amigos, miembros de nuestro club, colonia, partido político; incluso llegamos a ser intolerantes con quienes no pertenecen a nuestras asociaciones o grupos parroquiales. A quienes no colaboran o cooperan para nuestras causas, con frecuencia los vemos como intrusos, extranjeros y hasta indeseables. Por eso, este domingo la Palabra del Señor nos interpela con mucha fuerza.

El Profeta Isaías hace un anuncio inusitado para su tiempo, hacia el s. VI a.C.: “Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia… A los extranjeros que se han adherido al Señor para servirlo, amarlo y darle culto y se mantienen fieles a mi alianza, los conduciré a mi monte santo y los llenaré de alegría en mi casa de oración. Sus holocaustos y sacrificios serán gratos a mi altar, porque mi templo será casa de oración para todos los pueblos”.

El mensaje de Isaías es inédito. El Antiguo Testamento suele referirse a bendiciones y beneficios de Dios casi exclusivamente para Israel, el pueblo destinatario de las promesas. Sin embargo Isaías presenta un maravilloso universalismo. La salvación de Dios se abre a los excluidos de la alianza. También los extranjeros pueden tener parte.

Por su parte, san Pablo, nacido en el seno de una familia judía, radicada en Tarso de Cilicia, y educado en la observancia de la Ley, al dirigirse a los cristianos de Roma, les dice que trata de desempeñar lo mejor posible su ministerio entre los que no tienen su origen. Más aún, con esto mismo busca despertar celos a los de su raza, para conducirlos también a la salvación. Les recuerda a los cristianos de Roma, que en su vida anterior a la conversión eran rebeldes contra Dios, pero que ahora han alcanzado su misericordia, la cual ha sido más evidente por la rebeldía de sus hermanos de raza y religión judía, de quienes espera también su conversión.

Tanto la alegría con la que serán llenados los extranjeros a los que se refiere Isaías, como la misericordia que han encontrado los paganos convertidos al cristianismo en Roma, vienen directamente de Dios. Él despliega su amor paterno y acoge a los que no pertenecen a “grupos oficiales”. Lejos de hacer distinciones discriminatorias, el Señor invita a todos a experimentar su infinita bondad, de modo especial a los que se encuentran más alejados.

En virtud de lo dicho, parece desconcertante lo que escuchamos en el Evangelio, en labios del propio Jesús, cuando “una mujer cananea le salió a su encuentro y se puso a gritar: ‘Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio’”. Sin embargo no existe contradicción alguna.

La retirada de Jesús a la región de Tiro y Sidón otorga un matiz particular al relato. Se aleja de la tierra de Israel para entrar en la región de la Fenicia pagana. Allí aparece gritando una mujer designada como “cananea” (nombre peyorativo y despectivo de los enemigos de Israel). La súplica de la mujer incluye el reconocimiento de la condición mesiánica de Jesús y la petición a favor de su hija.

En un primer momento Jesús no responde. San Mateo narra que él se quedó callado, como ignorando a la mujer extranjera. Cuando los discípulos le piden que la atienda, lo hace pero de modo muy áspero, enfatizando la prioridad de Israel en el plan de salvación de Dios (cf. Mt 10,5-6). La expresión, en labios de Jesús parece demasiado fuerte, incluso hasta ofensiva: “No está bien quitarles el pan a los hijos para dárselo a los perritos”. Parece impropia en labios de alguien que ha predicado misericordia y amor hasta a los enemigos. Sin embargo esta circunstancia es una maravillosa oportunidad que abre paso a una gran enseñanza no solo a la mujer y a los discípulos de entonces, sino para todos los que en la historia han leído y leemos el evangelio.

La fe de la mujer extranjera y pagana es edificante y un ejemplo para todos. Este pasaje del evangelio enseña que cuando acontece la fe en Jesús, ya no se puede negar la entrada en el proyecto de salvación de Dios en su Hijo Jesucristo. La adhesión a él es la única condición para ser acogido por Dios y experimentar todo su amor. La respuesta de la mujer, “también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”, es digna de alabanza. Podría escribirse con letras de oro, ya que es modelo de humildad, disposición y adhesión total a quien ella reconoce como un enviado de Dios.

Más que el rechazo a una pobre mujer, el pasaje funciona como recurso pedagógico para entender el lugar de la fe en la dinámica de la salvación. Al final de todo, gracias a la fe, esa “cananea” no sólo recibe el favor que pidió, sino que se convierte en modelo de creyente.

Un gran desafío para nosotros hoy, en nuestro país, es vencer la polarización ideológica, política y social. En vez de mirarnos como “enemigos” o “adversarios” (término sinónimos, aunque algunos pretendan vanamente distinguirlos), los creyentes en Cristo debemos considerarnos hermanos y aprender a aceptarnos como tales, sin importar que la división y polarización sea propiciada a veces por los mismos gobernantes o representantes de la sociedad. La Palabra de Cristo posee una fuerza mayor que los falaces adoctrinamientos ideológicos de ciertas corrientes políticas. Nuestra prioridad es seguir a Jesús y su enseñanza, no a quienes intentan suplantarlo.

Padre bueno, que quieres que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, gracias por llamarnos a creer en ti, a los que no descendemos del pueblo hebreo y, a pesar de ser extranjeros, nos ofreces tu misericordia y tu salvación, ayúdanos a responder a tu gran amor y a ser testigos de tu salvación. AMÉN.