XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
02 de agosto de 2020
El evangelio de este domingo presenta uno de los varios relatos de la multiplicación de los panes y los peces, que tienen lugar en los evangelios. Destaca con fuerza la compasión de Jesús hacia las personas hambrientas y enfermas. Las multitudes buscan al Señor quien se compadece de ellas y alivia sus necesidades. Saciando el hambre del pueblo de Dios y sanado los males da cumplimiento a las expectativas mesiánicas.
La compasión es una característica relevante de Jesús en los evangelios. Porque es bondadoso, piensa de inmediato en las necesidades y sufrimientos de la gente. En dos pasajes de san Mateo (9,13; 12,7) Jesús hace suya la expresión del profeta Oseas (6,6): “Misericordia quiero y no sacrificios”. De este modo pone de manifiesto que el Padre celestial, rico en misericordia, ha enviado a su Hijo como Mesías, para hacer presente y tangible su compasión, ayudando a los más necesitados, entre los que destacan los enfermos y los hambrientos.
Por su parte, los discípulos necesitan entender la dinámica compasiva de su Maestro. Ellos razonan conforme a la lógica humana. Le dicen a Jesús “El lugar es despoblado y la hora es avanzada; despide a la gente para que vayan a comprar de comer”. Lo más lógico y fácil es “despedir a la gente”. Pero el Maestro no concuerda con esa lógica cómoda, por eso les responde: “Denles ustedes de comer”. Esta orden lleva a comprometerse con las necesidades de los hermanos más pobres y vulnerables.
Por otro lado, cinco panes y dos pescados representan algo insignificante frente a la cantidad de personas que requieren alimento. Jesús, sin embargo, está a punto de inaugurar un paradigma que, a partir de entonces, deberá ser fuente de inspiración de su comunidad.
Dicho paradigma se centra en dos actitudes básicas: la confianza absoluta en Dios, el Padre bondadoso y providente, que actúa en su Mesías, y la acción de ir al encuentro de las necesidades del prójimo, erradicando conformismos pesimistas e individualismos egoístas. Al mismo tiempo, Jesús anuncia el inagotable alimento de su Palabra y de la Eucaristía, que se habrá de multiplicar de forma ilimitada e incesante, a través de todos los tiempos y lugares, hasta que él vuelva.
Varios siglos antes, Isaías anunciaba cómo Dios habría de saciar el hambre y la sed de los necesitados. Pero el Profeta no hablaba sólo en sentido físico y material. “Los sedientos” es una metáfora que se refiere en primer lugar a los necesitados del “agua” que pueda mitigar la sed de ver cumplidas las promesas del Señor. “Los que tienen sed, vengan por agua; y los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen vino y leche sin pagar” son, en primer término, los invitados a escuchar y prestar atención a la Palabra de salvación, que es la que otorga la certeza de una vida genuina y plena.
La pregunta el Profeta “¿por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el salario, en lo que no alimenta?” constituye una interpelación para los que se preocupan de cosas materiales, de suyo útiles y necesarias, pero olvidan lo que tiene mayor importancia para la vida integral de las personas. Olvidan los dones de Dios más excelentes, los que pueden alimentar y transformar realmente la vida: su palabra, sus promesas, su amor y su salvación.
En el fondo, el tema es siempre el mismo: el Dios bondadoso, que se ocupa de las necesidades de sus hijos y los alimenta integralmente con sus múltiples dones materiales y espirituales. Él es el Padre compasivo, cuyo rostro misericordioso es su propio Hijo Jesucristo. Por eso San Pablo nos recuerda ese amor infinito e inagotable, al cual nos vinculamos tan estrechamente por la adopción filial y del que nada puede separarnos jamás, ni las circunstancias más adversas.
En la carta a los Romanos, el Apóstol no regala un maravilloso himno de esperanza, respondiendo a la pregunta acerca de si alguien puede separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús: “¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?… Una sola es la respuesta: “¡Nada ni nadie!”. La razón es el inmenso amor que Dios nos manifestó al entregarnos, sin escatimar nada, a su propio Hijo (cf. 5,6-8).
Puede haber en nuestra vida muchos escenarios adversos y hostiles que debamos afrontar, podemos encontrar innumerables penurias y calamidades que nos asechen y perturben, es posible que enfrentemos incesantes rechazos y persecuciones… ¡Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a Dios que nos ha amado!” (8,37)

Pastoral Social, Comedor emergente para atender a los afectados del Covid-19.
Ya que el amor de Dios, revelado en la entrega de su Hijo, es nuestra garantía, fortaleza y mejor motivación, ningún sufrimiento (hambre, sed, enfermedad, epidemia, realidad dura, dolorosa, difícil o incierta) podrá separarnos del amor que el Padre misericordioso y su Hijo, nos tienen. Más aún, ni la muerte, ni la vida, ni los poderes sobrehumanos (cf. 8,38), “nada puede separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (8,39).
El paradigma que se deja traslucir en la multiplicación de los panes y los peces, se sintetiza en la confianza absoluta en el Padre bondadoso y providente y en Jesús, su rostro misericordioso. Es al mismo tiempo un llamado a salir al encuentro del prójimo necesitado, para expulsar conformismos baratos y fatalismos pesimistas y para superar todo género de individualismo mezquino.
La providencia compasiva de Dios, el inagotable alimento de su Palabra y Eucaristía, que él en nos prodiga generosamente, genera la confianza de que nada podrá separarnos del amor con que nos ama Cristo, pero también nos compromete a testimoniar la caridad con los más necesitados, pues finalmente, él vive en el hambriento o sediento, en el enfermo o migrante, en el preso o desnudo… (cf. Mt 25,31-46).