MENSAJE DEL SEÑOR OBISPO ADOLFO MIGUEL SOBRE X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

06 de junio de 2021

Hermanos en Jesucristo Salvador del pecado

Cada día vivimos situaciones tristes, dolorosas y lacerantes: luchas por ambición de riqueza y poder, que provocan dolor y llanto. ¿Qué hay en el corazón de quien hace daño, hiere o asesina? ¿Por qué tantos males, que flagelan y destruyen la humanidad? ¿Estamos destinados a caer en la tenebrosa oquedad de la barbarie y el sinsentido?
En todos los tiempos se ha buscado respuesta a esas interrogantes. Se ha querido encontrar el origen del mal, de la enfermedad y de la muerte. Los primeros capítulos del Génesis nos conducen por los caminos de la creación del universo y del ser humano, de su dignidad como imagen de Dios y de su misión de cuidar lo creado; pero, también nos hacen descubrir la deplorable realidad del dolor provocado por la maldad, la injusticia y el pecado. El hombre y la mujer, pensados por Dios como plenitud de la creación, llamados por él a vivir en el amor, como si fueran una sola persona, y a regir y hacer crecer la creación, pronto se vieron “desnudos y avergonzados”.

La creación de Adán

El Génesis no pretende ofrecer datos históricos, sino señalar el origen y la ruta, de la que se extravió el ser humano. Éste decidió romper con su Creador para erigirse, con pretendida autonomía, en dueño de todo. No respetó la creación, sino que se apoderó de ella para manipularla. La relación humana se fracturó desde la pareja misma. El pecado es la ruptura de esa relación y de la armonía con Dios, consigo sí mismo y con la creación entera. Provoca división, caos y destrucción. Al olvidar de su condición creatural, el ser humano se constituye en centro de todo, pierde su sentido original y se convierte en esclavo de lo mismo que pretende dominar. Se hace enemigo de sí mismo y se esconde de Dios. Las consecuencias del pecado son: desnudez y penurias, pero ante todo, lejanía de Dios, quien da sentido a la vida.

Jesucristo vino a romper la opresión y esclavitud de pecado. Pero lo acusaron de estar poseído por Satanás. Ni los mismos de su casa lo comprendieron y lo tildaron de loco. Parecía y parece locura querer reconstruir la imagen de Dios, originalmente puesta en el corazón humano. Parece locura querer romper las cadenas que esclavizan a la humanidad. Se escandalizan porque Jesús trasciende los lazos familiares para recuperar el original sentido de la familia, de la plena participación de todas y cada una de las personas como iguales y con todos los derechos. Los mismos de su casa llaman “loco” a Jesús y pretenden atarlo a la cerrazón de sus costumbres, tradiciones y leyes que en vez de dar libertad, esclavizan.

Es imposible ocultar la maldad en el mundo. Pero hay que entenderla como consecuencia de la desviación y rechazo de lo que Dios quiso desde el principio para la humanidad. Males, injusticias, destrucción y violencia parten del desorden interior del ser humano. Avaricia y ambición, producto de la afanosa búsqueda de poder y tener, sólo dejan orfandad y vacío; rupturas y divisiones en la familia y en la sociedad nacen del corazón egoísta. Muchas situaciones lamentables e inhumanas evidencian la presencia del mal y en el mundo.

Justicia

Esos son los auténticos campos de actuación del Demonio. No tanto las pretendidas posesiones diabólicas o influencias malignas, objetos de explotación mediática. El Demonio busca urdir el mal y generar pecado. Nada gana con infundir terror, pero mucho logra apartando de Dios y destruyendo la belleza del amor divino en nosotros.

El pecado mayor e “imperdonable” es aquel contra el Espíritu Santo. Éste consiste básicamente en la oposición abierta y frontal al Espíritu de Dios, inhibiendo su actuación. Significa rechazar al Espíritu de la verdad, de la vida, de la santidad y de la gracia y optar contra Dios y su Reino. Es “imperdonable” no porque Dios no lo pueda o quiera perdonar, sino porque el pecador, por su tenaz oposición al Espíritu, no se deja perdonar. Es la opción obcecada por el mal y el pecado.

Sanando la profundidad del corazón humano es como se puede remediar el mal y la persona puede abrirse a la acción del Espíritu de Dios. Precisamente Jesús ha venido a sanar esas heridas profundas, pero necesitamos abrirle nuestro corazón para que lo sane, cambie radicalmente los valores y reconstruya las relaciones interpersonales.
Un espacio privilegiado para dejar actuar al Espíritu de Dios es la familia que engendra vida, educa y produce armonía y equilibrio en la persona. Aunque en el evangelio que escuchamos pareciera que Jesús rechaza a su madre y a sus familiares, sin embargo, su respuesta nos hace descubrir que se requiere algo más que los lazos de sangre, para ser verdadera y auténtica familia: “El que cumple la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. Para ser familia, en esta perspectiva de Jesús, se requiere adoptar, asumir y vivir el querer de quien somos su imagen y semejanza.

Pentecostés

Asumir nuestra relación como hijos del verdadero Dios significa mirar a Cristo, como hermano nuestro, quien abre nuestros horizontes, para hacernos descubrir la amplitud de la fraternidad, como nos recuerda el Papa Francisco en “Fratelli Tutti”. Fraternidad que se ensancha para acoger a todos, hombres y mujeres, que cumplen la voluntad del Padre. Jesús no niega la familia. Le da mayor fortaleza y seguridad. Por la acción del Espíritu de la unidad reconstruyamos y renovemos la fraternidad en nuestras familias y abrámosla más allá de los vínculos de la sangre. Así podremos reconstruir el proyecto original de Dios para todos los seres humanos.

Dios de bondad, enséñanos a valorar la belleza de tu amor infinito, que nos has mostrado en tu Hijo amado. Que tu Espíritu de Unidad, de Santidad y de Verdad nos fortalezca, para luchar contra el pecado que separa y divide y para fomentar entre nosotros la unidad como familia y sociedad e Iglesia. Haz que siempre busquemos la comunión contigo y con nuestros hermanos.

Amén.

 

+Adolfo Miguel Castaño Fonseca

Obispo de Azcapotzalco