Vigilia Pascual: reflexión de S. E. Adolfo Castaño

Vigilia Pascual: reflexión de S. E. Adolfo Castaño
Bautizados, partícipes de la consagración bautismal que los ha incorporado a Jesucristo muerto y resucitado, esta noche es festiva por naturaleza. Celebramos con gozo la resurrección del Señor, triunfador del pecado y de la muerte. Nuestra Vigilia Pascual tiene signos muy elocuentes que expresan alegría y júbilo, como queda bellamente expresado en el Pregón Pascual.
 
Es posible estar alegres, aún en medio de las pruebas, como exhortaba el Apóstol Pedro a su comunidad: “permanezcan llenos de alegría, aunque todavía tengan que sufrir diversas pruebas por algún tiempo…” (1 Pe 1,6-8). A pesar de las adversidades y escenarios lamentables en el mundo, como las guerras en Ucrania, Gaza y en otros lugares, y a pesar de la violencia que priva en nuestro país, nos alegramos por el acontecimiento que sustenta nuestra fe, nos sostiene en la esperanza y nos llena de gozo.
 
Habiendo celebrado los misterios de la pasión y muerte de Jesucristo nuestro Redentor, hoy anunciamos que Él, injustamente condenado, flagelado y clavado en la Cruz, no fue vencido por la muerte, ni el sepulcro lo pudo retener. ¡Surge victorioso del sepulcro! El vencedor del pecado, de la muerte y del mal, vive resucitado por y para siempre. La Iglesia canta jubilosa este admirable acontecimiento que da sentido a su ser y misión, pues como dice san Pablo, “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es también fe. Y quedamos como testigos falsos de Dios” (1 Cor 15,14).
 
La Palabra de Dios proclamada en ésta, la “Madre de todas las vigilias”, como la llamaba san Agustín, nos presenta el proyecto de salvación de Dios, desde cuando todo empezó a existir por la palabra del Creador, hasta la Nueva Creación, por medio de quien es la Palabra eterna del Padre, su Hijo amado, quien da sentido pleno a todo lo que existe.
 
Las lecturas del AT han puesto de relieve las maravillas del proyecto de salvación de Dios. Por su bondad creadora llama a todo a la existencia; elige a Abraham, para cumplirle una promesa; libera al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto; le manifiesta su misericordia por medio de Isaías y ratifica su alianza; a pesar de la ruptura por causa del pecado, por medio de sus profetas, Dios invita a su pueblo a la conversión y a que sega experimentando, su infinito amor. Además de todas esas expresiones de amor en la antigüedad, en la plenitud de los tiempos, Dios nos envía a su propio Hijo, para llevar a plenitud su proyecto de salvación.
San Marcos refiere la buena noticia de la resurrección del Señor. Un joven vestido con una túnica blanca anuncia a las mujeres que habían ido a embalsamar el cuerpo de Jesús: No se asusten: ustedes buscan a Jesús Nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; vean el lugar en donde le pusieron… Las palabras de este misterioso joven “vestido con túnica blanca” anuncian la Buena Nueva, el mensaje que da sentido a nuestra fe. San Marcos contrapone este joven a aquel otro que “escapó desnudo”, en el relato de la pasión. Mientras el primero representa a la comunidad desnuda, desamparada, el segundo la representa con el vestido de la fiesta y de la fidelidad, anunciando la resurrección del Señor.
 
Por eso hoy cantamos con gozo: “Alégrense por fin los coros de los ángeles, alégrense las jerarquías del cielo; y por la victoria del Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación…”
 
Pascua significa “paso”. La pascua hebrea conmemoraba el “paso de Dios”, hiriendo a los primogénitos de los egipcios y el paso de Israel, de la esclavitud a la libertad. La Pascua nueva conmemora el paso de nuestro Salvador de la muerte a la vida y, en consecuencia, nuestro paso de esclavos del pecado y de la muerte, a la nueva vida en Cristo; el paso de nuestra condición pecadora a la de redimidos y santificados, ya no por la sangre de un cordero de un año, sino por la sangre preciosa del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
 
Todo sería distinto si los bautizados tomáramos en serio nuestra consagración bautismal. Nuestras actitudes y acciones serían las de quienes se saben salvados por la muerte y resurrección del Señor. Nuevas relaciones serían generadas entre las personas, incluso con aquellas con quien no compartimos modos de ser, de pensar o de hablar, pues todos somos redimidos por Cristo. Entender que todos hemos sido marcado con el sello del Espíritu Santo y consagrados, cambiaría muchas actitudes.
 
La vigilia Pascual nos recuerda nuestra condición bautismal. Los signos que hoy usamos: agua, luz, Palabra de Dios, profesión de fe, vestidura blanca ponen de relieve los signos bautismales. Si por nuestra condición humana somos ya imagen y semejanza de Dios, en el bautismo recibimos la dignidad de ser hijos de Dios, en el Hijo por excelencia. Somos consagrados y, por la gracia del Espíritu, entramos a formar parte de la Iglesia. Incorporados a Cristo muerto y resucitado, por el bautismo nos convertimos en sus discípulos y misioneros.
 
En el bautismo fuimos revestidos con una vestidura blanca, el color de la fiesta, pero tambiéin y sobre todo el de la fidelidad a Cristo, como dice Ap 7,14 los que blanquearon sus vestiduras con la sangre del Cordero. Fuimos ungidos con el don del Espíritu santo para anunciar al mundo la Buena Nueva de la Salvación, para proclamar el mensaje gozoso de la resurrección de Jesucristo y para impregnar este mundo del gozo pascual y hacerlo más humano y fraterno.
 
Seamos cristianos realmente pascuales, pues hemos sido revestidos de Cristo, alimentados con la Palabra y la Eucaristía. Nuestro mundo tan azotado por tantos males y desgracias, como la guerra violencia y la criminalidad, necesita portadores y testigos gozosos de la fe en el Señor resucitado y glorioso, vivo y presente en nuestra vida y en nuestra historia.
 
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