La Palabra de Dios este domingo tiene mucho que ver con la sinodalidad. Mientras la carta a los Tesalonicenses nos muestra la maravillosa actuación de san Pablo con las comunidades que ha fundado, san Mateo, al mismo tiempo que refiere las críticas de Jesús a los escribas y fariseos, enseña como deben vivir sus discípulos. Este pasaje del evangelio está preparado por el Profeta Malaquías, quien cuestiona fuertemente a los sacerdotes judíos para que actúen conforme a lo que ellos son.
 
El Señor, a través del profeta Malaquías (“Mensajero de Yahvé,”), amonesta a los sacerdotes judíos, puestos para el servicio de Dios y para enseñar la ley al pueblo. Pero ellos no han sido fieles a su misión y sólo han buscado su propio interés. Por eso reciben serias advertencias: “Si no me escuchan y no se proponen de corazón dar gloria a mi nombre, yo mandaré contra ustedes la maldición”. El Señor les reprocha: “Ustedes se han apartado de mi camino, han hecho tropezar a muchos en la ley… Por eso yo los hago despreciables y viles ante todo el pueblo, pues no han seguido mi camino y han aplicado la ley con parcialidad”.
 
La misión de los sacerdotes, herederos de la bendición divina, es trasmitir esta misma bendición a los demás. Gracias a ella es posible alcanzar la prosperidad, hacer frente a las situaciones de la vida y así conseguir la tan anhelada felicidad. Pero cuando los sacerdotes no son fieles a Dios, tampoco pueden comunicar la bendición. Al contario, comunican maldición, ya que se convierten en un mal ejemplo para el pueblo. En vez de ayudar en la relación entre Dios y el pueblo, le ponen trabas y obstáculos. En lugar de enseñar en la ley de Dios, generan confusión y caos. Por eso Dios les reprocha, a través del profeta Malaquías.
 
Jesús, por su parte, también advierte contra los escribas y fariseos que ocupan la cátedra de Moisés, diciendo: “hagan todo lo que les digan, pero no imiten sus obras”. Jesús reconoce que esos hombres, aunque tienen autoridad para enseñar, sin embargo son incoherentes y no practican lo que enseñan. Aquí el problema no es de “ortodoxia” (correcta doctrina), sino de “ortopraxis” (correcta acción y coherencia en el actuar).
 
Los escribas y fariseos imponen cargas pesadas a los demás, que ellos no son capaces de mover ni con el dedo. Además de la evidente incongruencia entre el decir y el actuar, equivocan el ejercicio de la autoridad. Ésta no es un poder opresor para subyugar a los demás, sino que ante todo es un servicio para el bien de la comunidad y para la convivencia ordenada y pacífica. Así entendida, la autoridad es uno de los principios básicos y pilares de la sinodalidad.
 
Otro reproche de Jesús a los escribas y fariseos tiene que ver con su manera ostentosa de proceder: “Todo lo hacen para que los vea la gente”. En vez del servicio, buscan la admiración de los demás y recibir halagos. Se trata de actitudes plagadas de soberbia y vanidad, que nada tienen que ver con el servicio que debieran prestar. Ya en el Sermón de la Montaña Jesús había advertido contra tales actitudes, al ejercer la limosna, el ayuno y la oración sólo por amor a Dios y a los hermanos, sin buscar la alabanza de los hombres (cf. Mt 6,1-18). La actitud de los discípulos de Cristo no es la ostentación, sino el servicio humilde en el amor.
 
Jesús pide a sus discípulos renunciar a los títulos de “maestro”, “padre” o “guía”. Se le llamaba “maestro” (“rabí”, grande) a quien se consideraba cualificado para instruir al pueblo en la ley del Señor, sin embargo es sólo Jesús quien puede realmente enseñar en nombre de Dios, ya que ha sido enviado por Él, por eso es el único “Maestro”. También pide no llamar “padre” a ningún hombre sobre la tierra, no porque no lo sean los que engendran hijos o porque de suyo se deba prohibir, sino para evidenciar que Dios es el “Padre” de todos, origen de toda paternidad y por quien todos somos hermanos. Del mismo modo hay que entender que Jesús es el único que puede conducir realmente en el camino hacia Dios, como único “guía” (“kategetos”, “catequista” o “instructor”). Por tanto, no es hay que usurpar los títulos que corresponden a Dios y a su Hijo.
 
La enseñanza principal de Jesús en este pasaje es que sus discípulos vivan la coherencia entre la fe y la vida, en una dinámica de fraternidad. Que rechacen la búsqueda del poder, las ostentaciones plagadas de vanidad y sobre todo la usurpación de lo que le corresponde sólo a Jesús, para que vivan la auténtica fraternidad y comunión de los hermanos, reconociendo a Dios como el “Padre” y a Jesús como el “Maestro” y “Guía” que conduce a Él.
 
La congruencia entre la fe y las obras, así como el servicio generoso hacia los demás son estrictamente necesarios para una auténtica vida comunitaria y sinodal, superando la tentación egoísta de buscar la propia gloria o intereses mezquinos. San Pablo nos ofrece un bello ejemplo de esta actitud auténticamente cristiana y sinodal. En vez de apelar a su autoridad de apóstol de Cristo, se presenta ante la comunidad de Tesalónica “con la misma ternura con la que una madre estrecha en su regazo a sus pequeños”. Esta actitud misericordiosa del Apóstol corresponde plenamente a la orientación que Jesús nos da en el evangelio.
 
Por tanto, la liturgia de hoy ilustra el genuino significado de la sinodalidad que consiste básicamente en caminar juntos como comunidad de hermanos, hijos de un mismo Padre y discípulos de su Hijo, escuchando la voz del Espíritu Santo, para vivir la coherencia de nuestra fe y ejercer, en caridad fraterna y misericordia, carismas y ministerios, para el servicio y edificación de la comunidad. La Palabra de Dios y la Eucaristía son la fuerza que nos sostiene e impulsa en este camino.