En este segundo domingo de Adviento la Palabra del Señor nos invita a la confianza y a la vez al compromiso: a confiar en la abundancia de sus dones y sobre todo en la venida de su Hijo, pero al mismo tiempo exige el compromiso para estar bien preparados.
El Profeta Baruc anuncia las maravillas que Dios va a realizar. Aunque el libro es posterior, alude al tiempo del exilio, cuando Jerusalén fue devastada y sus habitantes desterrados. El Profeta pide despojarse de las “vestiduras de luto y aflicción” y a vestirse “con el esplendor de la gloria de Dios, envolverse en un manto de justicia, adornar la cabeza con la diadema de la gloria del Eterno”. Dios otorga esplendor espiritual y comunica a Jerusalén su justicia, su santidad y su amor. Pero para recibir estos dones es preciso estar preparados y asumir compromisos a nivel personal y comunitario.
Baruc explica que Dios ha preparado su intervención prodigiosa. Ha mandado “que se abajen todas las montañas y todas las colinas, que se rellenen los valles hasta aplanar la tierra, para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios”. El Señor prepara el camino al Pueblo exiliado para que pueda volver gozoso a su tierra. Guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su gloria, con justicia y misericordia. Las promesas de Dios inspiran confianza, pero también comprometen la vida.
San Lucas, por su parte, enuncia solemnemente la intervención de Dios, situando el cumplimiento de sus promesas en su contexto histórico concreto. En el momento es decisivo, la irrupción divina da un vuelco a la historia humana. Juan prepara todo en el desierto, quizás porque él recibió la inspiración de ir al allá para dedicarse a la contemplación y a la oración. Sin embargo, la Palabra de Dios que viene sobre él lo domina y lo impulsa a predicar un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
Citando al Profeta Isaías, Juan el Bautista exhorta: “Una voz grita en el desierto: preparen el camino del Señor, hagan rectos todos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios”. Esta preparación, personal y comunitaria es la que hará posible ver la salvación de Dios.
El anuncio de Juan conlleva un serio compromiso de preparación que sigue siendo actual y vigente. También hoy necesitamos escuchar esa llamada. El Adviento es propicio para preparar el camino del Señor, allanar sus senderos, elevar valles, abajar montes y colinas, enderezar lo torcido. ¿Cuántos senderos de nuestra vida hay que allanar, quitando lo que estorba y hace tropezar: vicios, actitudes negativas, desconfianzas… Todo eso que lleva a la insatisfacción y a sentir vacíos, a experimentar oquedades en nuestra existencia cotidiana.
Necesitamos también abajar también muchas montañas de soberbia, orgullo, vanidad, egoísmo, para asumir actitudes de sencillez, humildad y disposición. El Señor nos llama a hacer un análisis de nuestro interior, para descubrir lo torcido en nuestra vida y atrevernos a enderezarlo, aunque nos cueste mucho. La predicación del Bautista nos pide realizar un examen de conciencia para que, con sinceridad, nos demos cuenta qué es lo que debemos corregir y tengamos la audacia de hacerlo para preparar la venida del Señor.
San Pablo, por su parte, invita a los cristianos de Filipos a tener confianza. Los elogia por su cooperación en la difusión del Evangelio. Dice el Apóstol: “Estoy convencido de que Aquel que comenzó en ustedes esta obra, la irá perfeccionando siempre, hasta la venida de Cristo”. El Apóstol llama a los filipenses y a todos nosotros a un discernimiento espiritual, de manera que podamos escoger lo mejor y así lleguemos limpios e irreprochables al día de la venida del Señor, llenos de frutos de la justicia que viene del mismo Cristo Jesús.
El segundo domingo de Adviento, a la vez que nos invita a fortalecer nuestra confianza en Dios, también nos llama al compromiso que significa tomar en serio sus promesas y preparar la venida de Cristo, sobre todo la llegará al final de los tiempos. El Documento Final del Sínodo sobre la sinodalidad nos recuerda con insistencia el llamado a la conversión personal y comunitaria que hoy nos hace la Palabra de Dios. Así, fortalecidos con ésta y con la Eucaristía, podremos responder a lo que el Señor nos está pidiendo.