Aunque hemos concluido el tiempo litúrgico de la Pascua, con la solemnidad de Pentecostés, la celebración de la Santísima Trinidad de alguna forma nos conserva en el ambiente pascual.
Por: Mons. Adolfo Miguel Castaño Fonseca, Obispo de la Diócesis de Azcapotzalco
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El Misterio de la Santísima Trinidad
Este Misterio es tan insondable porque nos transporta hasta la intimidad de Dios y nos muestra los que es Él en sí mismo: el amor en total plenitud.
Es el amor de tres personas distintas, pero cuya unidad es tan plena y tan perfecta que forman un solo y único Dios. Y éste el Dios que nos ha revelado el propio Hijo eterno encarnado, Cristo Jesús.
El misterio de la Trinidad Santísima fue revelado de manera progresiva. El Antiguo Testamento solo tuvo muy leves asomos, pues subrayó con fuerza la unidad y unicidad de Dios. Afirmó con mucha reiteración que Dios es uno solo y que Él es el único y verdadero Dios.
Esta insistencia fue absolutamente necesaria para que, cuando llegase la plenitud de la revelación y el Hijo hablara del Padre y del Espíritu Santo, no hubiera espacio para duda o confusión. No se trata de tres dioses, sino de uno solo, cuya esencia es el amor, de modo que ama desde toda la eternidad, aún cuando el mundo todavía no existía.
Aunque el Antiguo Testamento subraya que Dios es uno solo, también permite ver leves atisbos de lo que será la revelación de la Trinidad.
El libro de los Proverbios da voz a la Sabiduría divina: “El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas”. La sabiduría de Dios hace un autoelogio. En lenguaje poético habla de su existencia antes de la Creación: “En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra… Estaba con Dios, como aprendiz para construir el mundo y se alegraba ante él en todo momento”. Este pasaje, al personificar a la sabiduría, se asoma ligeramente el misterio de la Trinidad.
Una espera de siglos
En realidad, la revelación del Misterio trinitario de Dios tuvo que esperar muchos siglos, hasta que Jesús, en la plenitud de los tiempos, lo dio a conocer:
Se revela a sí mismo como el Hijo eterno enviado por el Padre, con quien está unido de manera única y excepcional, como lo dice en el evangelio de san Juan: “el Padre y yo somos uno” (10,30). Jesús habla también del Espíritu Santo que deberá venir y que el Padre enviará en su nombre. Lo llama “Espíritu de la Verdad”, ya que es quien revela la verdad del misterio de Dios y es también el que irá guiando a los discípulos hasta le verdad plena.
La forma en que Jesús habla del “Espíritu de la verdad” expresa la unión y al mismo tiempo la distinción que existe entre las personas divinas.
Jesús dice: “Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que irá comunicando a ustedes. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho, que tomará de lo mío y se lo anunciará”. Jesús revela la Trinidad, es decir, habla de la vida íntima del Dios que, al ser uno y trino, es familia. El Padre ama a su Hijo desde toda la eternidad, el Hijo ama también eternamente al Padre y el fruto de este amor es el Espíritu Santo.
La vida íntima de Dios es, por tanto, un continuo intercambio de eterno amor entre las tres personas, distintas entre sí pero unidas en la comunión más plena y perfecta.
La revelación de Cristo
Ahora bien, Jesús no ha revelado el misterio de la Trinidad Santísima para saciar una curiosidad, ni para dar una información abstracta.
Esta revelación tiene que ver directamente con el designio de salvación de Dios para la humanidad. Por esto san Pablo, al afirmar que hemos sido justificados en Cristo por medio de la fe, añade que quien cree en él y le reconoce como Hijo único del Padre es hecho justo, purificado y santificado, unido a Dios. El Apóstol enseña que “Dios ha infundido su amor en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se él mismo nos ha dado”. Cuando el amor de Dios llega a lo más profundo de nuestro ser, al corazón, gracias al Espíritu Santo, suscita en nosotros la capacidad de amarlo a Él y amar a los hermanos.
La santificación a la que se refiere san Pablo se efectúa en virtud de la “gracia de Dios”, la cual consiste básicamente en la presencia del Dios uno y trino en la vida del creyente. Dicha santificación, por tanto, empieza a ser realidad en nosotros, en la medida que dejamos que la Santísima Trinidad nos inhabite y nos conduzca.
Por tanto, podemos decir que el Misterio trinitario marca toda nuestra vida cristiana está siempre presente en ella. La comunión genuina con el Dios uno y trino nos lleva necesariamente a vivir esa misma comunión entre nosotros, como Iglesia. Al ser bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, somos santificados e introducidos en la comunión de las tres personas divinas, la cual sustenta toda nuestra comunión y sinodalidad eclesial.
La unidad perfecta del amor
La celebración de hoy nos hace descubrir a un Dios de relaciones interpersonales, fundadas en el amor.
No creemos en un Dios solitario, sino en Dios familia, que vive en la unidad perfecta del amor. Por eso, nuestras comunidades y familias, nuestra Iglesia y nosotros mismos estamos llamados a ser reflejo y expresión de la Trinidad Santísima. Nuestro modelo es la vida íntima de Dios, en la que la cualidad principal es el amor. Solo podremos asumir realmente el proyecto salvador de Dios si hacemos del amor nuestra prioridad.
Padre eterno, que nos has amado tanto, hasta darnos a tu propio Hijo para nuestra redención y nos das al Espíritu de la Verdad para que nos guíe, ilumine y santifique, enséñanos a valorar la revelación de tu Misterio trinitario y agradecer siempre el poder participar en ese Misterio de amor, proclamando a una voz: Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo… Amén.
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