El Señor pide que cumplamos sus mandamientos. No lo exige a la fuerza, sino como obsequio de la voluntad y de la libertad, en la dinámica de la opción personal ante Dios y ante su proyecto de salvación. Para hacer esta opción es necesaria la sabiduría que viene de Dios mismo.
 

El cumplimiento de los mandamientos

(Foto: Unsplash)

 
Unos 200 años antes de Cristo, durante la dominación griega, un sabio inspirado por Dios, escribió el libro del Sirácide (Eclesiástico). En aquel tiempo algunos judíos, instigados por ciertos gobernantes, adoptaban costumbres extranjeras, en contra de sus tradiciones. El autor del Sirácide, un escriba lleno de fervor al templo y de respeto al sacerdocio y a las Escrituras, busca demostrar, apelando a la fuerza de la tradición de los padres, que la genuina sabiduría está en la Ley dada a Israel. Pero lejos de querer imponerla por la fuerza, llama a la conciencia de los judíos que se están apartando de su religión. Afirma que Dios, nos ha creado libres, por lo cual pide hacer una opción: “agua o fuego, vida o muerte”.
 
Desde el principio, el Creador nos ha dado el sagrado don de la libertad, que él mismo respeta, a pesar de los riesgos que implica. No quiso crear “robots” programados, sino personas con inteligencia, voluntad y libertad. Quizás, si el Señor nos hubiese programado para hacer solo el bien, no habría males e injusticias en el mundo, pero tampoco existirían seres humanos libres y capaces de ejercer esa misma libertad.
 
El evangelio de san Mateo, preocupado por presentar los principios que rigen el tiempo del cumplimiento y de la plenitud del plan de Dios, iniciado desde la antigua alianza, aborda el tema de la Ley. En el Sermón de la Montaña, Jesús revalora y redimensiona el sentido de la Ley, superada pero al mismo tiempo vigente. Él no viene a “abolirla”, sino a “darle plenitud”. La Torâh (Instrucción – Ley) fue muy importante en el Antiguo Testamento y no puede ser desechada por los discípulos, sino recibida con gratitud y asumida como parte de las santas Escrituras.
 
 

La llegada del Mesías

 
Pero al mismo tiempo que la Ley alcanza su plenitud, con la llegada del Mesías, también es superada. La presencia de Jesús la desborda y la perfecciona, porque él pide hacer todo, incluso acatar las normas, como expresión de amor y no solo como mero cumplimiento legalista. Guardar los preceptos libremente, teniendo como principio el amor es lo que otorga la perfección y las enseñanzas del Señor, se convierten en un ideal de esa misma perfección, radicado en el corazón de cada persona.
 
Por eso, optar por Jesús y su proyecto no es fácil. Requiere de una decisión firme e irrevocable, por medio de una sabiduría superior a la que se puede conseguir por el esfuerzo humano y los talentos naturales, la sabiduría que procede del mismo Dios, como hoy nos enseña san Pablo.
 
En la primera carta a los Corintios, el Apóstol ofrece una especie de radiografía de la vida, organización y conflictos de una comunidad cristiana naciente, con gran vitalidad, pero situada en medio de un hervidero de culturas y paganismo de fuerte influencia y con exagerado aprecio del mundo griego, al conocimiento humano y a la retórica. En este contexto, san Pablo recuerda que la única y genuina sabiduría viene de Dios y se manifiesta en el misterio de la crucifixión de su Hijo, para salvación de todos, ya que Dios realizó la salvación por la humillación de su Hijo hasta la muerte en cruz.
 
A esta sabiduría divina, escondida y misteriosa solo se puede tener acceso mediante la fe, pues para los griegos es necedad y locura para los judíos.
 
Solo es posible hacer opción por Jesús y su proyecto de salvación cuando la mente y corazón se abren a esa sabiduría divina. Esto vale nos solo para la comunidad de Corinto, sino para nosotros hoy, en esta sociedad actual que se jacta de sabia por sus avances científicos y tecnológicos. Pero, al mismo tiempo que rinde culto a la razón y a las ciencias y dice pugnar por “las libertades”, nuestra sociedad cae en contradicciones. Su obsesión por la libertad la ha llevado a sufrir muchas formas de esclavitud; queriendo ser sabia se ha ofuscado en sus vanos y necios razonamientos y queriendo ser libre, se ha construido sus prisiones y forjado sus propias cadenas.
 
Jesús nos sigue invitando a optar voluntariamente por él y por su reino. A nadie coacciona, ni impone sus mandatos por la fuerza. Él llama a aceptarlos y cumplirlos con entera y absoluta libertad, siempre como expresión de amor generoso y oblativo. En este sentido, sus exigencias son más fuertes y apremiantes, pero al mismo tiempo expresan mayor perfección, la que él mismo ha traído, en plenitud de los tiempos.
 
Quien opta libremente por Jesús como Mesías y por su proyecto de salvación, se convierte en su discípulo, se compromete a seguirlo con decisión y fidelidad, a practicar sus enseñanzas y cumplir con sus mandatos. En consecuencia, nunca será aceptable intentar hacer del cristianismo una “religión a la carta”, donde cada quien puede seleccionar lo que le apetece y dejar de lado lo que no le agrada. La genuina aceptación de la salvación que ofrece Jesús es total, absoluta, íntegra, incondicional e irrevocable.
 
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