MEDITACIÓN DE NUESTRO OBISPO ADOLFO MIGUEL TITULADA: “LA MUJER FIEL SANADA POR JESÚS”
EL 22 de julio celebramos litúrgicamente a la primera persona que tuvo la dicha de ver a Jesús resucitado, María Magdalena. Hay que alabar la iniciativa del Papa Francisco que quiso elevar a la categoría de fiesta la celebración en honor de una mujer tan excelente. Después de la otra María, la madre de Jesús, Magdalena ha sido la mujer más afortunada y dichosa que haya existido. Ni los apóstoles, ni el mismo Pedro, fueron privilegiados con tan grande distinción. Solo ella recibió un premio de esa magnitud, por su gratitud, amor y fidelidad.
Con excepción de Lc 8,2, María Magdalena es mencionada en los relatos de la muerte y resurrección de Cristo, los más importantes y trascendentes en los evangelios. Ella es llamada por su nombre en Mt 27,56. 61; 28,1; Mc 15,40. 47; 16,1.9; Lc 24,10; Jn 19,25; 20,1. 11. 16. 18. En la mayoría de estos pasajes se le llama, en griego María Magdalênê. Mt 27,61; 28,1 y Jn 20,18 la llaman hê Mariam Magdalênê’ (María es la forma griega de la hebrea Miriam). En Lc 24,10 el nombre está escrito hê Magdalênê María. Jn 20,1-18 la menciona varias veces: una vez la llama sólo “María” (20,11) y en 20,16, Jesús le dice “Mariam”, a lo que ella responde, también en arameo, “¡Rabbouní”!
Fuera del relato de la resurrección del Señor, Magdalena aparece únicamente en Lc 8, 1-2: “Después de esto, Jesús recorría todas las ciudades y pueblos predicando y anunciando el Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y enfermedades; estas eran María, llamada Magdalena (hê kaloumenê Magdalênê), de la que habían salido siete demonios”. Marcos 16,9 hace eco de esta mención. Pero como esta sección de Marcos es en realidad un añadido tardío, no resulta extraño que lo haya podido tomar directamente de Lc 8,2.
El pasaje de Lucas (y su réplica en Marcos) han sido interpretados con frecuencia como si Jesús hubiese “exorcizado” a María Magdalena, que habría estado “plenamente poseída” por el Demonio y sus ángeles (el número 7 en la Biblia significa plenitud). Esa pretendida “ plena posesión diabólica”, como se suele interpretar, se habría debido a los “horrendos pecados” cometidos por ella. Hay incluso quienes se han atrevido a identificar esos “siete demonios” con los “siete pecados capitales” (clasificación muy tardía y totalmente ajena a los tiempos del Nuevo Testamento), entre los cuales estaría la lujuria, por el ejercicio de la prostitución. Sin embargo todas éstas son meras e infundadas suposiciones, que se han trasmitido como ciertas, pero carecen de sustento. En realidad los pecados no se identificaban con demonios, sino las enfermedades.
Al iniciar el capítulo 8, san Lucas presenta la actividad misionera de Jesús. Él aparece acompañado de sus discípulos. Lo sorprendente es que también tenga “discípulas”, apartándose del estilo de los maestros de su tiempo, que generalmente consideraban indebido que se instruyera a las mujeres. De hecho, san Lucas es el único que usa el femenino “discípula”, al referirse a Tabitá de Jafa (Hch 9,36). Las mujeres que acompañaban a Jesús “lo servían y ayudaban con sus bienes” (Lc 8,3). Ellas son también las primeras en anunciar la Buena Noticia de la resurrección del Señor (24,9.22-23).
San Lucas se refiera a Magdalena como la mujer, “de la que habían salido siete demonios”. Esta expresión, leída fuera de contexto, como generalmente se ha hecho, ha llevado a interpretaciones que poco o nada tienen que ver con el sentido del texto. Para empezar, en ninguna parte de los evangelios se menciona que Jesús haya “exorcizado” a Magdalena. San Lucas usa el verbo “salir” en voz pasiva exelêlythei (literalmente, “de la que fueron sacados”). Se infiere que Jesús es el sujeto activo del verbo. Pero para comprender bien ésta y otras expresiones bíblicas, es preciso evitar los anacronismos, es decir, dejar de lado las categorías adquiridas con el tiempo, para que sin prejuicios actuales, nos asomemos a la cultura y lenguaje de los tiempos bíblicos.
Tanto en el mundo oriental antiguo, como en el grecorromano, “tener un espíritu o un demonio” significaba ante todo padecer por alguna situación inexplicable. En esa culturas, muchos acciones eran atribuidas a seres sobrenaturales, que no habitaban propiamente la tierra, pero que sí incidían en la vida de los seres humanos. En griego eran llamados “pneúmata” (“espíritus”) o daimónia (“demonios”). Por ejemplo, 1 Sam 16,14 dice que un “espíritu malo”, pero “procedente de Dios”, atormentaba a Saúl. Parece contradictorio que diga “malo” y “procedente de Dios”. ¿Cómo explicar eso?
Israel, igual que muchos pueblos antiguos, creían en la existencia de una gran variedad de espíritus buenos y malos. El primer libro de Samuel supone, sin mayor problema, que todos vienen de Dios. En el mundo griego, los “espíritus” o “demonios” tampoco eran seres eran malos por sí mismos. Había “demonios buenos”. De hecho, en la lengua griega, “felicidad” dice “eudaimonía” (“¡buenos demonios!”). Por tanto, cuando se habla de “demonios” sobre todo en plural, no se refiere a lo que hoy entendemos, por influencia de la literatura apocalíptica tardía, pero sobre todo por las interpretaciones medievales, a la acción del Espíritu del Mal y enemigo de Dios. Aunque tampoco se puede descartar que la acción de Satanás provoque daños de todo tipo.
En las culturas donde se inserta la Biblia, muchas enfermedades sobre todo de origen desconocido eran atribuidas a “los demonios”. Pero no todos los “endemoniados” eran necesariamente “pecadores”. Más bien eran “víctimas”.
San Lucas refiere que a Jesús “lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y debilidades. El griego dice “pneumatôn ponerôn kai asthenôn”. Aunque parece que distingue entre “malos espíritus” y “debilidades” o “enfermedades”, en realidad el mismo verbo “therapeúo” (sanar), rige los dos complementos, lo que constituye una forma literaria llamada “hendíadis” (“uno mediante dos”, figura retórica por la que se expresa un único concepto a través de dos términos coordinados).
Por lo anterior, con toda seguridad, María Magdalena habría sufrido graves enfermedades de origen desconocido, por las que habría sufrido mucho. Ella, al ser sanada de sus males por Jesús, se siente sumamente agradecida con él y decide seguirlo, hasta el último momento. El Señor, en premio a su exquisita fidelidad, la recompensa con el privilegio de ser la primera en verlo resucitado.
Las confusiones acerca de la identidad de María Magdalena comenzaron con un sermón en Roma, en el año 591, cuando el Papa Gregorio Magno la identificó con la “pecadora anónima” de Lc 7,36-39, afirmando, sin sustento en los textos bíblicos, que ella era una “prostituta penitente”. Esa desafortunada equivocación ha llevado a muchos al error de que María Magdalena habría sido una prostituta. Por lo demás, no toda “pecadora” debía ser necesariamente meretriz, ya que el significado mismo de hamartôlós es amplio y variado. Podría incluso traducir el arameo hayyâbtâ’, que significa a la vez “pecador” y “deudor”. Además existe la palabra griega pornê para designar a la prostituta.
Si bien es cierto que una de las enseñanzas relevantes de Jesús tiene que ver con el perdón de los pecados y muchas veces la figura de María Magdalena ha servido para ilustrar al pecador perdonado, hasta llegar a ser emblema del que se arrepiente y hace penitencia, sin embargo es preciso reivindicar el justo lugar que esa mujer tiene en el Evangelio. La enseñanza acerca del perdón es ciertamente significativa y encuentra muchos y muy claros ejemplos, no solo en los evangelios, sino en todo el Nuevo Testamento, incluso en la Biblia entera.
María Magdalena, en el infortunio de su marchita salud, tuvo la dicha de encontrarse con Jesús y llegó a ser la primer testigo de la resurrección de su amado Maestro y Señor. Ella, que supo responder al amor de Cristo, creyó con firme determinación e inquebrantable convicción y llevó esta Buena Noticia a los apóstoles, tendría que ser reconocida ante todo como “la mujer sanada por Jesús y la creyente fiel hasta el final”. Su marcada presencia en los relatos evangélicos de la pasión, muerte y resurrección del Señor no es fortuita.
En medio de esta pandemia, en la que pedimos al Señor que sane las enfermedades y dolencias de toda la humanidad, invocamos la intercesión de santa María Magdalena, la mujer que encontró al “Médico” por excelencia, al Señor de la salud y de la vida, para que él nos conceda la sanación integral, física y espiritual. Pero también le pedimos que nos conceda la fe inconmovible, el amor incondicional y la exquisita e inquebrantable fidelidad que caracterizó a la maravillosa mujer, cuya fiesta celebramos hoy con grande júbilo.
+Adolfo Miguel Castaño Fonseca
Obispo de Azcapotzalco
Responsable de la Dimensión ABP