El evangelio presenta un ejemplo de hospitalidad, en que Marta se preocupa por servir y ofrecer lo mejor al Señor, lo cual es, sin duda, digno de reconocimiento. Al mismo tiempo, la escena muestra que hay otro modo de recibir como huésped a Jesús: María elige la mejor parte “y no le será quitada”.
Por: S. E. Adolfo Miguel Castaño Fonseca, Obispo de Azcapotzalco

La hospitalidad y la mejor parte

GÉNESIS

(Foto: Catholik.blog)

La hospitalidad es sin duda una actitud característica y muy loable de los pueblos del Oriente. Su practica es deseable siempre en todas las sociedades, incluyendo la nuestra, ahora tan impregnada de egoísmo y desconfianza. Este domingo, la primera lectura y el evangelio abordan la hospitalidad en una doble perspectiva: la de Abraham hacia tres viajeros y la que recibe Jesús en la casa de Marta y María.
El libro del Génesis pone de relieve la generosidad de Abraham al recibir en su casa a tres personajes. En cuanto los ve llegar a su tienda va de prisa a su encuentro, se postra en tierra y les pide que acepten su hospitalidad.
Pareciera que quien recibe el favor es el propio Abraham, sin embargo lo que destaca es su grande y extraordinaria disponibilidad. Les ofrece todos los signos de la bienvenida: descanso a la sombra, agua para lavarse los pies y comida exquisita.
El relato del Génesis pone de manifiesto cómo la actitud del Patriarca propicia que el huésped sea el mismo Dios. Por un momento pareciera como si Abraham ya lo supiese, sobre todo por el gesto de postrarse en tierra y también por la expresión en singular: “Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos, te ruego que no pases junto a mí sin detenerte”. Después sigue el discurso en plural. De aquí que ya los padres de la Iglesia dieran a este pasaje una interpretación trinitaria, al menos como un anuncio o prefigura. Así lo ha plasmado también el pintor ruso Andrey Rublev, en su famoso lienzo.
El relato del Génesis elogia la hospitalidad. Pero su práctica rebasa el plano de una virtud humana y trasciende hasta Dios, quien responde también con generosidad.
Así queda expresado por la promesa que hace a Abraham: “Dentro de un año volveré sin falta a visitarte por estas fechas; para entonces, Sara, tu mujer, habrá tenido un hijo”. Lo más deseado por el Patriarca era obtener su descendencia.

EVANGELIO

(Foto: Todo de Dios)

El evangelio, por su parte, presenta otro ejemplo de hospitalidad, esta vez hacia Jesús por parte de Marta, la hermana de Lázaro. Ella se preocupa por servir y ofrecer lo mejor al Señor, lo cual es, sin duda, digno de reconocimiento.
Sin embargo, al mismo tiempo la escena muestra que hay otro modo de recibir como huésped a Jesús. Marta se “preocupa” por hacer mucho, mientras María se “ocupa” de escuchar al Maestro. Sin restar valor al actuar de Marta, en la línea del modelo de Abraham, María es merecedora de un elogio mayor.
Aunque Jesús no rechaza del todo las buenas intenciones de Marta, sin embargo enseña que escuchar su palabra y atender sus enseñanzas es “la parte mejor”, pues solo así es posible descubrir lo esencial en la vida, y solo a la luz de la Palabra divina las acciones y actividades alcanzan su sentido pleno.
María “ha escogido la mejor parte” porque escuchar al Maestro es “atenderlo” y recibirlo en el corazón. Al mismo tiempo, quien escucha la Palabra del Señor es acogido alimentado y fortalecido por ella, de modo que también se convierte en huésped. Así, la hospitalidad alcanza sentido de reciprocidad.
Muchos de nosotros, como Marta, necesitamos comprender esa mutua hospitalidad. Las numerosas actividades suelen dificultarnos e impedirnos entender la importancia de escuchar la palabra de Jesús y alojarla realmente en lo más profundo de nuestra mente y corazón, de modo que ella llegue a ser el motor de toda nuestra existencia.
El pasaje del evangelio nos muestra la necesidad de detener un poco la marcha acelerada y frenética en la que con frecuencia nos sumergimos, para dejar espacio a la escucha y meditación de la Palabra divina.

Busquemos un sano equilibrio

El activismo no es el camino de la salvación, pues si nuestras acciones no se fundan en la escucha y en la contemplación, se tornan vacías y carentes de sentido. Pero tampoco podemos caer en “espiritualismos” extremos. El sano equilibrio es imprescindible. La genuina escucha de la Palabra lleva necesariamente a vivir la caridad hacia los hermanos, sobre todo a los más necesitados, los pobres, los hambrientos, los migrantes… En ellos acogemos al mismo Cristo.
Por tanto, para llegar a ser “gratos a sus ojos de Dios”, como cantamos con el salmo 14, necesitamos escucharlo y poner en práctica su palabra. Igual que san Pablo, quien “por disposición de Dios ha sido constituido ministro de la Iglesia para predicar su mensaje”, también nosotros hemos sido elegidos y llamados por Cristo, para ser sus discípulos misioneros. Pero esto solo será posible realmente si escuchamos la palabra y aprendemos el estilo de vida de nuestro Maestro. Entonces también, como escribe el Apóstol a los Colosenses, “Cristo vivirá en nosotros” y podremos ser “cristianos perfectos”.
Descubre más información para vivir tu fe en Diócesis de Azcapotzalco