El miércoles pasado dio inicio la Cuaresma, tiempo de preparación, con espíritu de penitencia, oración y sobre todo con la práctica de la caridad, para llegar purificados a celebrar la Pascua de Cristo.
La Cuaresma no fin en sí misma, sino camino. No es objetivo, sino medio. El Papa Francisco ha advertido que “hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua” (EG 6), pero también recordamos que para celebrar con gozo la Pascua de Cristo muerto y resucitado, es preciso acompañarlo en su camino de cruz.
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¿Qué es la Cuaresma?
La Cuaresma es un tiempo de gracia en el que la Iglesia, como Israel, atraviesa el desierto para alcanzar la tierra prometida. Vencidas las tentaciones, mediante la oración, la penitencia y la caridad, podremos llegar purificados a las fiestas pascuales. El tiempo cuaresmal nos enseña cómo vencer el mal y a prepararnos para la Pascua eterna.
La Palabra de Dios habla de tentación y conversión, pero también, de la Buena Noticia y del Bautismo. El Génesis refiere la promesa y alianza de Dios después del diluvio. La primera carta de san Pedro recuerda los días de Noé, cuando el diluvio fue una figura y anuncio del bautismo. San Marcos de modo muy breve hace referencia a las tentaciones del Señor, pero también a la conversión y al anuncio de la Buena Nueva de Jesús.
El espíritu que vino sobre Jesús en el bautismo es quien lo impulsa al desierto, en preparación para su ministerio. Este escenario inhóspito representa la situación de prueba, pero también la oportunidad de salir fortalecido. Aunque la experiencia es difícil, ayuda a templar la fe y la fidelidad. El pueblo de Israel en el desierto fue puesto a prueba por Dios y sucumbió; Jesús, en cambio sale victorioso, nos da ejemplo y nos enseña a vencer la tentación y cómo salir fortalecidos.
Como preparación para su ministerio Jesús, en el desierto combate contra las fuerzas del mal, opositoras a la misión que el Padre le ha confiado. También para nosotros la Cuaresma es tiempo importante de preparación espiritual para nuestra misión como discípulos continuadores de esa misma misión. Necesitamos fortalecernos para vencer las fuerzas del mal que tienen expresiones en la violencia, el crimen, la mentira, y en toda clase de males que degradan la dignidad de las personas y destruyen la armonía de las relaciones humanas.
Tenemos medios para combatir el mal como la oración, la penitencia y la caridad con el prójimo. La oración genuina repercute en el trato con los demás. La penitencia no se reduce a la sola mortificación, sino que se ejercita en la generosidad y oblación para el bien del prójimo, por eso el ayuno alcanza su sentido genuino cuando con las privaciones ayudamos a los necesitados. El mal se combate y se vence mediante el amor y la comunión, con Dios y con el prójimo.
Jesús dócil al Espíritu se encamina al lugar de la tentación, para prepararse a cumplir su misión mesiánica y en fidelidad absoluta a su Padre celestial. San Marcos dice que Jesús estaba con las fieras, es decir, en medio de peligros y amenazas, pero también bajo la protección de su Padre, simbolizada en los ángeles que le servían.
Vencidas las tentaciones, Jesús empieza a predicar el Evangelio, que exige fe y conversión: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”. Aceptar este mensaje de la salvación conlleva un cambio de mente y corazón para reconocer a Dios, como único Señor y soberano. Mientras su reinado no sea realidad en nuestra vida y en nuestra historia, el mal seguirá campeando en el mundo, la sangre derramada por deleznables fratricidios estará empapando la tierra, ese mal seguirá expandiéndose como cáncer con muchas formas de metástasis en nuestra sociedad. Es necesario convertirnos y creer en el Evangelio para que se realice la salvación que Dios quiere en el mundo, por medio de su Hijo.
Aunque nosotros ya hemos sido bautizados, como nos recuerda san Pedro, necesitamos vivir nuestra fe en actitud de constante conversión. A pesar de que le hemos pedido “vivir con una buena conciencia ante Dios”, nuestra vida nunca está totalmente orientada a Él. Necesitamos la conversión que consiste en asumir con decisión su Reino de justicia, de verdad, de santidad, de vida y amor y ser testigos de su Evangelio en un mundo que se empeña en rechazarlo.
Aceptemos la soberanía absoluta de Dios, el único que puede colmar las aspiraciones más profundas de nuestro corazón. Escuchemos la llamada de Jesús a “arrepentirnos y creer en el Evangelio”. Iniciemos con empeño nuestro camino cuaresmal hacia la luz pascual, a fin de recibir con gozo la gracia de Dios que quiere transformarnos “por la resurrección de Cristo Jesús…” Que su Palabra y si Eucaristía nos nutran y fortalezcan en este camino.
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