La Iglesia, peregrina hacia la Pascua eterna, al enfrentarse a la tentación, se encuentra con dos alternativas: sucumbir a la tentación, como Israel, o mantenerse fiel a Dios, como Jesús.
 
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¿Qué dice la Palabra de Dios acerca de la “tentación”?

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Desde el miércoles pasado hemos iniciado el tiempo de la Cuaresma. Con el signo de la ceniza expresamos nuestro de compromiso de prepararnos con espíritu de penitencia y oración y en ejercicio de caridad, para celebrar la victoria pascual Cristo. La Cuaresma es el camino. La meta es participar en el Misterio Pascual de Cristo muerto y resucitado. El Papa Francisco nos advierte que nuestra opción no puede ser “la de una Cuaresma sin Pascua” (Evangelii Gaudium, 6), sino aprovechar ese tiempo propicio para fortalecer nuestra fidelidad a Dios, unidos a su Hijo.
 
En la Cuaresma la Iglesia recuerda que tiene dos modelos para enfrentar las tentaciones: 1) Israel, en su camino durante cuarenta años por el desierto, fue sometido a la tentación, cayó en desesperación, rebelión e idolatría, y sucumbió; 2) Jesús, al iniciar su ministerio, pasó cuarenta días en el desierto y a pesar de ser también sometido a la tentación, se mantuvo fie a su Padre. La Iglesia, peregrina hacia la Pascua eterna, al enfrentarse a la tentación, se encuentra con esas dos alternativas: sucumbir a la tentación, como Israel, o mantenerse fiel a Dios, como Jesús.
 
¿Qué dice la Palabra de Dios acerca de la “tentación”? El Génesis enseña que Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza y lo hizo partícipe de su señorío sobre todo lo creado, lo dotó de inteligencia, voluntad y libertad para decidir. Este don es maravilloso, pero implica una enorme responsabilidad. De hecho, el ser humano rechazó la invitación de Dios para vivir en amistad con Él, y sucumbió a la “tentación”. La “más astuta de las creaturas”, la serpiente (cuya divinización en varias culturas es rechazada por la Biblia), puso a prueba la libertad humana. En esto consiste la tentación. La pregunta a la mujer es capciosa, inducida y tendenciosa: “¿Es cierto que Dios les ha prohibido comer de todos los árboles del jardín?” Cuando la mujer aclara que la única prohibición era comer del árbol del centro del jardín, la serpiente asegura que si comen el fruto prohibido serían como Dios mismo, conocedores del bien y del mal.
 
Eva y Adán cayeron en la tentación de querer ser dioses. Pretendiendo poseer ciencia y autonomía, rechazaron a su Creador. Entonces se dieron cuenta de su desnudez, no tanto física, la desnudez de su miserable condición de creaturas débiles y vulnerables. Las simbólicas hojas de higuera son intentos fallidos de cubrir una desnudez imposible de ocultar.
 
El relato del Génesis no es una anécdota del pasado remoto. Es un relato emblemático, cuya enseñanza es siempre válida. Retrata al ser humano que busca sabiduría al margen de Dios, incluso en su contra. Es la historia que se repite en cada sociedad orgullosa, que se jacta de su autonomía y, con soberbia, rechaza a Dios. El ser humano, pretendiendo ser artífice de su propia historia, cae en la trampa de querer ser “dios”, pero lo único que logra es evidenciar su desnudez. Entonces busca hojas de “higuera”, en un vano intento de esconder su orfandad y de cubrir sus vacíos existenciales.
Por su parte, el evangelio de san Mateo presenta a Jesús, el “Nuevo Adán”, fiel al Padre y a su proyecto de salvación. Una vez bautizado es conducido por el Espíritu al desierto, lugar de prueba pero también oportunidad para templar y fortalecer su fidelidad. Después de ayunar cuarenta días, que evocan los cuarenta años que Israel pasó en el desierto, Jesús siente hambre. Entonces se le presenta el Tentador.
 
  • La primera tentación inicia con palabras aduladoras: “Si eres el Hijo de Dios…”. El Tentador astuto recoge el título con el que en el bautismo el Padre reconoció a Jesús, “Hijo amado”, y lo manipula para incitarlo a sacar ventaja de tu condición. Pero lo que el Diablo le propone a Jesús va en contra de la dignidad del Hijo de Dios. Quiere inducirlo para que use su posición en provecho propio. Si puede multiplicar el pan y saciar multitudes, ¿por qué no hacerlo ahora en su propio beneficio? Sin embargo ni en Getsemaní (Mt 26,53) Jesús usará su condición divina en su provecho propio. El Padre lo ha enviado para anunciar su palabra de salvación, por eso responde: “No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios”. La palabra que viene de Dios es el único alimento capaz de dar la vida eterna.
  • La segunda tentación es más insidiosa, pues se vale de la Escritura misma, pero manipulada. El Diablo utiliza un salmo para volver a tentar a Jesús: “Si eres el Hijo de Dios, arrójate para abajo, porque está escrito: Mandará a sus ángeles para que te cuiden y ellos te tomarán en sus manos…” El Tentador cita de memoria la Escritura y la manipula para poner trampas. Le sugiere a Jesús que sea él mismo quien “tiente” a su Padre”, obligándolo a intervenir en su favor. Jesús rechaza también esta tentación, citando una vez más la Escritura: “También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios”. Le demuestra que no es lícito servirse de la Palabra divina para sacar conclusiones falsas. Tirarse desde la parte más alta del templo es presunción y querer obligar a Dios a hacer un milagro
  • Y la tercera tentación, aunque parece absurda, es muy seductora. El Diablo, mostrándole en un instante todos los reinos de la tierra, le promete a Jesús todo el poder si se postra ante él y lo adora. Dice ser dueño de todos los reinos y que puede darlos a quien él quiera. ¿En qué sentido los reinos de la tierra son del Maligno? La creación pertenece a Dios, pero al rechazarlo y rechazar su plan de salvación, los humanos nos adueñamos de ella y la entregamos al Diablo. Por eso rige el mal, la injusticia, la mentira, el odio y la muerte, propiciamos que el Maligno reine en lugar del Creador.
 
Como Adán, al rechazar a nuestro Creador intentamos constituirnos nosotros mismos en “dioses”, pero en realidad nos ponemos al servicio del mal, de su poder y su sed de dominio, a costa de sufrimiento, destrucción y muerte. Esto es entregar los reinos de la tierra al Maligno, postrarse ante él y tributarle ofrendas de sangre, incluso de muchos inocentes. Jesús es el Rey, pero obtiene su soberanía sobre el cielo y la tierra gracias a la fidelidad a su Padre y a su obediencia hasta la muerte. Por eso rechaza la tentación, citando otro pasaje de la Escritura: “Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto”. Éste es el primero de los mandamientos. Dios es el único Señor, quien pertenece el universo entero.
 
Jesús vence todas las tentaciones y nos enseña que las más insidiosas y peligrosas son las que tienen apariencia de bien, las que se disfrazan de ejercicio de libertad y derechos, las que se enmascaran de supuestos logros o conquistas de modernidad… Podemos caer en las garras del Tentador, cuya arma más peligrosa es la sutileza, no la imagen terrorífica, con la que se le suele representar. En el inicio de este camino cuaresmal, el Padre nos llama a vivir unidos a él, para que la gracia del Nuevo Adán, Jesucristo vencedor del mal, y que se nos ofrece en su Palabra y Eucaristía, redunde en nuestra vida y nos ayude, para que también nosotros nos mantengamos firmes en fidelidad al Padre, a pesar de toda tentación.
 
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