¿El sábado de vísperas de Pentecostés es para la iglesia fiesta Mariana?

Hoy, al iniciar el día del sábado de vísperas de Pentecostés me desperté con la novedad de que algunos presbíteros y obispos han querido promover la celebración de María Reina de los Apóstoles como fiesta o memoria de la Iglesia en este día, incluso algunos y en algunas diócesis han publicado algo al respecto.

Me parece importante puntualizar algunas orientaciones muy breve al respecto al respecto, lo demás lo remito a los textos relacionados con el tema.

Primero que nada hay que tener presente que nuestro Señor y Dios Jesucristo guía a su pueblo de la Nueva Alianza, en continua comunicación de sí como Palabra encarnada del Padre, bajo la acción del Espíritu Santo, por medio de la Iglesia, que nos da el testimonio de las Sagradas Escrituras y el Evangelio, de la Palabra celebrada en la Liturgia y del Magisterio por medio del cual el pueblo recibe la enseñanza para vivir, lo celebrado en la historia y proclamado en la celebración bajo la acción del Espíritu Santo, y dar testimonio del misterio de redención que nos ha sido revelado.

Segundo: que como dice el Papa Benedicto XVI en la encíclica Verbum Domini: «es necesario entender y vivir el valor esencial de la acción litúrgica para comprender la Palabra de Dios. En cierto sentido, la hermenéutica de la fe respecto a la Sagrada Escritura debe tener siempre como punto de referencia la liturgia, en la que se celebra la Palabra de Dios como palabra actual y viva: «En la liturgia, la Iglesia sigue fielmente el mismo sistema que usó Cristo con la lectura e interpretación de las Sagradas Escrituras, puesto que Él exhorta a profundizar el conjunto de las Escrituras partiendo del “hoy” de su acontecimiento personal».

Aquí se muestra también la sabia pedagogía de la Iglesia, que proclama y escucha la Sagrada Escritura siguiendo el ritmo del año litúrgico. Este despliegue de la Palabra de Dios en el tiempo se produce particularmente en la celebración eucarística y en la Liturgia de las Horas. En el centro de todo resplandece el misterio pascual, al que se refieren todos los misterios de Cristo y de la historia de la salvación, que se actualizan sacramentalmente: «La santa Madre Iglesia…, al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo a los fieles durante todo tiempo para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación» (Cfr. VD 52)

Tercero: la acción litúrgica mediante al cual la Iglesia nos va llevando a través de las diferentes manifestaciones y signos del único Misterio de la Redención, o Misterio Pascual de Cristo celebra este misterio según un calendario acorde con los acontecimientos histórico salvíficos y la vida de la Iglesia y de sus miembro.

Cuarto: Cumpliendo con su misión la Iglesia convoca a celebrar una aspecto de este Misterio como se realiza en la vida de nuestra santísima Madre la Virgen María, como lo es la de ser Reina, según la fiesta instituida por el Papa Pío XII, en 1955 para venerar a María como Reina igual que se hace con su Hijo, Cristo Rey, al final del año litúrgico. A Ella le corresponde no sólo por naturaleza sino por mérito el título de Reina Madre. Y no lo es sólo de los apóstoles sino de todos los discípulos de Cristo sin distinción alguna.

Quinto: por lo tanto esta fiesta no se celebra el sábado de vísperas de Pentecostés, al que la Iglesia nos enseña, sobre todo después de la reforma del calendario litúrgico post conciliar, a darle la relevancia que el Señor mismo dio a la manifestación de su Espíritu, señalando la Iglesia como la celebración más importante, y por supuesto única, del sábado VII de Pascua la Vigilia de Pentecostés, que según las mismas indicaciones del Misal Romano se dice (no es optativo, es imperativo: “se dice”) en la tarde del sábado, ya sea antes o después de las primeras Vísperas de la solemnidad. Misa que al parecer todavía no “se dice” en diócesis y parroquias, por motivos que habría que conocer si son válidos o no.

Sexto: El calendario litúrgico de la Iglesia, honrando la presencia de María en medio de los apóstoles el día de Pentecostés, día en que se manifiesta la Iglesia como Cuerpo de Cristo al Mundo, manda como memoria obligatoria celebrar a la “Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia” el lunes siguiente a Pentecostés, reconociendo su maternidad sobre la naciente Iglesia, recordando que la solemnidad de la María como Madre de Dios se coloca al inicio del año civil el 1º de enero.

Séptimo: la veneración de la santísima Virgen María bajo la advocación de Reina de los Apóstoles fue promovida por la entusiasta piedad mariana del fundado de los padres paulinos, el padre Santiago Alberione (1884-1971), que creció en el ambiente devocionalista y pietista de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, inspirado probablemente en el libro de los Hechos de los apóstoles donde dice: “Todos ellos se reunían siempre para orar con María, su Madre, y con otras mujeres.” Esta devoción pudo haber tenido seguramente dos motivos, primero que el Papa Pio XII aún no había instituido la fiesta de María Reina, el segundo pudo ser porque la fiesta de Pentecostés se había relegado en aquellos tiempos considerándola más como una solemnidad de la conclusión del tiempo Pascual, que como ese acontecimiento único, salvífico y trascendente en la historia de la manifestación del Señor desde su Iglesia por obra del Espíritu Santo. No olvidemos por ejemplo que antes de la reforma del CEVII (Concilio Ecuménico Vaticano II) la celebración del sacramento de la Confirmación se había reducido a una celebración muy reducida o hasta casi privada con el obispo. Por algo Juan XXIII invocó la realización de un “nuevo pentecostés en la Iglesia”.

Sin duda en la congregación de los Paulinos se les ha inculcado desde su temprana formación a seguir la piedad de su fundador, como es común que suceda en toda congregación religiosa, y por lo tanto ellos la han difundido y la han continuado celebrando como su fiesta, dejando la solemnidad de Pentecostés como “fiesta de la Iglesia”, no sé si de los paulinos también. Pero eso no significa que es fiesta de la Iglesia, no confundamos una piedad privada de algunos miembros del pueblo de Dios, con una fiesta que solo la Iglesia en su conjunto instituye y celebra en la Liturgia a la que convoca a todos los bautizados.

Conclusión:

Quiera Dios concedernos que dejándonos guiar más por la Palabra, el Espíritu y la Iglesia, valoremos mucho más el don bautismal del Espíritu y de la Confirmación, y de la Iglesia como manifestación del Espíritu de Cristo resucitado en su Cuerpo, don que es impulso y fuente de vitalidad sin el cual no es posible la conversión pastoral de corazón y nueva evangelización, y celebrar, o tomar en serio el “se dice” del misal romano, y empezar celebrarla, esa Vigilia de Pentecostés con un nuevo ardor, con una nueva expresión, con la Iglesia, y como nos convoca la Iglesia a vivirlo. Y darle a la memoria obligatoria del lunes siguiente a Pentecostés el lugar a nuestra Santísima Madre la Virgen María como Madre de la Iglesia, y no solo de los apóstoles, con todo el respeto al beato padre Alberione.
Esto no impide en nada que una congregación celebra su propia devoción, esperando que no sea en detrimento de minusvalorar o equipararla con las Vísperas Solemnes de Pentecostés.

Pbro. Jesús María Sánchez Montejano
Director de la Comisión de Pastoral Liturgica de la Diócesis de Azcapotzalco, CDMX