Con el quinto domingo entramos en la recta final de nuestro camino cuaresmal, en actitud de conversión, para que celebremos purificados la Pascua de Cristo muerto y resucitado.
La Palabra de Dios pone especial relieve en la Alianza nueva que Dios ha pactado con nosotros, por medio de su propio Hijo. Esta Alianza es para todos por igual, sin exclusiones. Por eso, san Juan nos ofrece hoy un pasaje significativo: unos griegos, es decir personas no judías, quieren ver a Jesús. Esto es motivo para que él anuncie “la hora” de su glorificación. La Carta a los Hebreos, por su parte, pone de manifiesto que la salvación que otorga la pasión de Jesús, va dirigida a todos. Y mucho antes, el Profeta Jeremías había anunciado ya una alianza con alcances universales: “todos, grandes y pequeños, me conocerán, dice el Señor”.
San Juan presenta a Jesús en la última etapa de su vida pública. Está en Jerusalén por tercera y última ocasión durante la pascua judía, pero también preparando la Pascua nueva y definitiva, que tendrá lugar con su muerte y resurrección. Es entonces cuando aparecen unos griegos paganos que habían escuchado hablar de Jesús y deseaban verlo. Ellos se dirigen a uno de los apóstoles, con nombre griego, Felipe (“cuidador de caballos”), procedente de Galilea donde abundaban los paganos (de allí el título “Galilea de los paganos”, cf. Mt 4,15). Esos griegos le piden: “Señor queremos ver a Jesús”. Felipe y Andrés, otro apóstol con nombre griego (“varón”), van a decírselo al Señor.
La reacción de Jesús es sorprendente. Aprovecha la petición de los griegos para hacer una solemne declaración: “Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado…” Jesús interpreta la búsqueda de los paganos como un signo de la llegada de la “hora” de su glorificación. Es la “hora”, señalada por el Padre, la que aún no había llegado en Caná de Galilea (cf. 2,4); es la “hora” que se perfila cuando el Sanedrín decide darle muerte (cf. 11,53.55; 12,1).
La petición de los paganos es un signo de que la glorificación de Jesús está llegando. Esta “hora” abarca su pasión, su cruz y su muerte y desemboca en la resurrección. Es el misterio de la Redención que da acceso a todos a la fe, pues beneficia a la humanidad completa, incluso a la creación entera.
Lo que pareciera un detalle tan insignificante y anodino, como el que unos griegos quieran ver a Jesús, desencadena un tema fundamental en la narración del evangelio de san Juan. De manera inesperada Jesús hace comprender que la búsqueda de los paganos reclama su Misterio Pascual. Él debe morir y resucitar para rescatar a todos y hacerlos participar del proyecto único de salvación de su Padre. Muchos que podrían parecer simples detalles son espacios propicios para que Dios haga detonar acontecimientos salvíficos. Son detalles capaces de cambiar incluso el rumbo de la historia. El problema es que no siempre sabemos leer y entender bien estos pequeños e insignificantes, pero que pueden ser grandes detalles y a la vez trascendentes.
Jesús usa una elocuente imagen para ilustrar su Misterio Pascual: “Si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere producirá mucho fruto”. La metáfora enseña que Jesús, con su encarnación, ha venido a la tierra como el grano que debe morir para que su fecundidad alcance dimensiones universales. Su muerte será provechosa para todos los que reconozcan, valoren y acepten su sacrificio. Pero, al mismo tiempo, sus discípulos asumen la misma suerte del Maestro, por eso añade: “El que se ama a sí mismo se pierde; pero el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna. El que quiera servirme que me siga…”.
Asumir la dinámica pascual, pasión, muerte y resurrección implica una crisis, que el mismo Jesús experimentó y que expresó así: “Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre líbrame de esta hora’?” Pero él también reafirma su decisión de cumplir su misión difícil y dolorosa, por eso añade: “No, pues precisamente para esta hora he venido”. Jesús expresa claramente su voluntad y decisión de asumir fielmente la encomienda de su Padre, la misma que le corresponde también a sus genuinos discípulos.
La Carta a los Hebreos también se refiere a la pasión de Jesús, cuando dice que oró “con fuertes gritos y lágrimas”, en Getsemaní y en la cruz, al que podía librarlo de la muerte, pero aceptó dócilmente su voluntad. Por esta obediencia el Padre “lo liberó”, no porque no lo dejara morir en la cruz, donde selló la alianza nueva y eterna, sino porque lo resucitó glorioso.
Necesitamos aprender la obediencia filial de Jesús, para buscar y discernir la voluntad de Dios. Gracias a su obediencia, Jesús ha sellado la alianza eterna que ha beneficiado a todos, pues al unirse plenamente al Padre en su gloria, también se ha convertido en “causa de salvación eterna para los que le obedecen”. Su Misterio Pascual es la Alianza nueva y perenne que otorga la salvación a todos sin exclusión. Ésta es la Alianza que se actualiza en la Eucaristía como un don excelente de su bondad infinita para quienes queramos aceptarla y la vivirla con fidelidad, gratitud y gozo.
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