En el IV domingo de Pascua resalta la figura de Jesucristo como Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, tal como lo presenta el evangelio de san Juan. El apóstol san Pedro, en Hechos de los Apóstoles, nos invita a mantenernos firmes en la fe en el Señor y Mesías, exhortándonos a la conversión; en su primera carta nos anima a perseverar en las pruebas, a ejemplo del mismo Cristo que padeció por nosotros, ovejas descarriadas, pero que hemos vuelto “al pastor y guardián de vuestras vidas”.
 
 

Vocación: la  voz del Buen Pastor

(Foto: Unsplash)
 
En este domingo oramos especialmente por las vocaciones en la Iglesia, ya que el mismo término “vocación”, del latín “vocare” (llamar), hace alusión a la voz buen Pastor, que llama, y a la respuesta de quien es llamado. Para los que no viven en ambientes rurales, las imágenes pastoriles pueden perder su peso y fuerza expresiva. En cambio, para quienes están en contacto con pastores, ovejas, rebaños, apriscos, etc., dichas imágenes resultan altamente elocuentes.
 
Israel fue un pueblo de pastores. Abraham fue un pastor que salió de Ur de Caldea” con su familia y sus rebaños, hacia la tierra prometida; Isaac, Jacob y sus hijos también lo fueron; Moisés fue llamado por Dios para sacar a su pueblo de Egipto cuando pastoreaba los rebaños de Jetró; David fue un pastorcillo sacado de lo apriscos, para ser rey de Israel; Amós, pastor y recolector de higos, fue llamado por el Señor, para enviarlo a profetizar… Muchos personajes bíblicos fueron pastores o tuvieron que ver con esos ambientes. Más aún, si nos remontamos a los orígenes de la humanidad, mientras Caín era agricultor, destaca Abel como pastor.
 
Todo ello expresa el gran valor de los pastores en la Biblia. Los dirigentes, de Israel son constituidos como “pastores”, pero cuando faltan a su deber, Yahvé mismo se ocupa directamente del rebaño: “Yo mismo apacentaré a mi pueblo, él será mi rebaño y yo seré su pastor” (Ez 34,15). Cuando Dios conduce a los suyos, nada hay que temer. Así aparece en el salmo 23, que hoy cantamos: “El Señor es mi Pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce…”
 
Todo ese trasfondo bíblico está detrás de la imagen que Jesús asume. San Juan lo denomina “pastor bueno” (literalmente “pastor bello”, por la belleza de su ser y actuar). Se distingue de los “ladrones y bandidos” que, en vez de entrar por la puerta, saltan por otro lado, para dañar al rebaño. Jesús es también la “puerta de las ovejas”. Esto en alusión a la costumbre oriental de improvisar corrales con piedras y ramas, al llegar la noche, para guardar a las ovejas que de día pastan libres en el campo. El pastor se colocaba en la entrada, haciendo de su cuerpo una puerta, tanto para no dejar salir a las ovejas, como para evitar la entrada de extraños, vigilando así toda la noche. Por eso dice Jesús: “Yo soy la puerta: quien entre por mí sé salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”.
 
Jesús “conoce” a sus ovejas, las llama por su nombre y ellas “escuchan” su voz. El “conocimiento” es en el más puro sentido bíblico, que nace de la relación interpersonal y profunda y se expresa en el amor. Jesús “conoce” a su Padre, porque ha vivido la comunión eterna y perfecta de amor con Él y de Él ha salido. El conocimiento que tiene Jesús de sus ovejas acontece también en el amor. Escuchar su voz significa darle una respuesta igualmente de amor, obedeciendo sus mandatos y testimoniando ese mismo mensaje de amor.
 
Para que todos escuchen la voz del buen Pastor y no la de los extraños, que invitan al mal y al pecado, es preciso que aceptemos su llamada y vivamos la vocación recibida. Todos podemos ser portadores de su voz. Los padres de familia son pastores para sus hijos, para conducirlos a Jesús. Pero también se requieren personas que se consagren de manera especial a difundir la voz del Pastor, sacerdotes, religiosos, religiosas, misioneros que velen por las ovejas, sobre todo por las más necesitadas, que las acompañen, curen a las heridas y cuiden a las más débiles. El buen Pastor nunca nos deja solos, pero necesita de muchos que hagan presente su mensaje de salvación y su caridad solícita.
 
Respondamos con generosidad a la vocación que cada quien hemos recibido de Dios, sin escuchar la voz de los extraños que tratan de confundirnos y extraviarnos. Oremos por todos los pastores de la Iglesia, para que sean fieles en el cumplimiento de la misión que han recibido.
 
Que nadie se sienta abandonado o desamparado, sino que todos experimentemos la cercanía del buen Pastor, que ha querido entregar la vida por sus ovejas, pero que vive resucitado, inmortal y glorioso por siempre. Lo celebramos presente en la Eucaristía, esperando su retorno glorioso, al final de los tiempos. A él toda gloria y honor, por los siglos de los siglos. Amén.
 
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