La fiesta de la Candelaria va más allá de comer tamales y vestir al Niño Dios. Para los católicos, el sentido de esta celebración va más alla de estas tradiciones, cuyo origen se encuentra en los textos bíblicos.

Por: Jesús María Sánchez Montejano, encargado de la Comisión de Liturgia de la Diócesis de Azcapotzalco

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Candelaria: tradición y sentido

(Foto: Canva)

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Seguramente muchos ya estamos pensando en el tamal. 

A otras personas les satisface vestir la imagen del Dios niño con las mejores ropas, y ya lo estarán haciendo para llevarlo a la Iglesia y que se le bendiga, aunque tal vez algunos ya quitaron al principio de enro el “nacimiento” o representación del pesebre.

Tamales y vestir la imagen del niño Dios son dos cosas que pertenecen a los usos ycostumbres de los mexicanos. Realidades que convocan al pueblo a manifestar sus sentimientos religiosos y a congregarse para encontrarse y pasar un rato agradable.

Pero hay que reconocer que esto es más mexicano que Católico (o sea universal, en todo el mundo), y como en otras celebraciones religiosas, se pone en marcha todo el  aparato comercial y social para promoverlo y aprovecharlo social y económicamente.

¿Pero cuál es el origen católico de esta fiesta y cual su sentido? 

En su origen la fiesta católica que se celebra el dos de febrero recibe el nombre de “Dia de la Candelaria”

¿Por qué y como llegó a ser en México el día del levantamiento de Dios niño y su presentación?

“La Fiesta de la Luz, Fiesta de las Candelas, o mejor conocida como Día de la Candelaria, tiene su origen en los pasajes de la Sagrada Escritura, en el Nuevo Testamento, en el Evangelio de san Lucas, en el relato sobre la purificación de María 40 días después de su nacimiento (como lo mandaba la Ley de Moisés en el libro del Levítico 12:1-4), cuando con José lleva a Jesús a presentar al Templo de Jerusalén, es decir el 2 de febrero.

Así se cumple la profecía de Malaquías 3, 1 que dice: Yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el Enviado de la alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos.

De acuerdo con el Evangelista un hombre llamado Simeón quien entonces vivía en Jerusalén, iluminado por el Espíritu Santo fue al templo al mismo tiempo que María y José, tomó al niño y reconociéndolo como el enviado del Señor esperado, exclamó: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos; Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel” (Lc. 2,22-40)

Considerando las palabras de Simeón, que reconoce a Jesucristo como el enviado de la Alianza deseado por Israel y como “Luz para alumbrar a las naciones”. El salmo 119, 105, llama a la Palabra “una luz en mi camino”; y el salmo 27, 1 dice “El Señor es mi luz y mi salvación”. Simeón proclama a Dios niño como el salvador. Y el profeta Isaías(60,1) profetizará: “Levántate, Jerusalén, envuelta en resplandor, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor brilla sobre ti.”

Este acontecimiento, la primer presentación solemne de Cristo en la casa de Dios, era en los tiempos más tempranos, celebrado por la Iglesia de Jerusalén. Esto queda testimoniado en la primera mitad del cuarto siglo por el peregrino de Burdeos, Egeria o Sylvia. De allí su celebración se extendió por las Iglesias del Oriente del Imperio Romano y luego en las diversas iglesias de Occidente1.

Por eso la misa de este día inicia con las bendiciones de las velas encendidas, que en muchos países los fieles llevan a la iglesia, en memoria de Jesucristo, quien es la Palabra, la Luz del mundo, que entra en su templo hecho carne, que ilumina el camino para tener vida eterna, por quien la gloria del Señor resplandece sobre Jerusalén.

El hecho es que en México se ha venido adquiriendo la costumbre de llevar las velas a bendecir el día de Año Nuevo, para que Dios nos deje de bendecir con su luz cada mes del año.

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¿Por qué los tamales?

(Foto: Unsplash)

Hay un registro sobre el origen de los tamales el 2 de febrero en la Historia general de las cosas de Nueva España, título de una la obra escrita entre los años de 1540 y 1585, traducida, editada y supervisada por el fraile franciscano español Bernardino de Sahagún en náhuatl, lengua del que se volvió experto, (poco después de la conquista de México-Tenochtitlan).

Fray Bernardino cita que antes de la llegada de los españoles el 2 de febrero también se acercaba al día del nacimiento o presentación del Sol en el calendario azteca y escribe: el primer mes del año era Atlcahualo… Por lo que el año iniciaba según este cronista, el día de la Candelaria, o sea el 2 de febrero, lo que equivale a la fecha del 12 de febrero después de la Reforma Gregoriana de 15822.

Los Aztecas realizaban diversos rituales en honor a Tláloc, Chalchiuhtlicue y Quetzalcóatl, para conmemorar el inicio de la temporada de siembra. En estos rituales elaboraban alimentos con maíz, entre ellos los tamales como ofrenda para los dioses ya que ”tanto los mitos de origen quiché como nahua denotan la importancia del maíz como parte fundamental para la creación de los hombres”.

Para adoctrinar a los indígenas que Cristo la palabra que da la verdadera vida que da vida eterna a los humanos, usaron las tradiciones prehispánicas para explicar las católicas, dando paso a celebrar el día de la Candelaria comiendo tamales.

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¿Y el niño?

Niño Dios (Foto: Canva)

Los niños significaban ara los mexicas la reproducción y la regeneración del grupo, por lo que eran tenidos en muy alta estima (a diferencia del modo de verlos en la Europa post medieval)4, se les comparaba con objetos de gran valor en la sociedad, se pensaba que venían del cielo para ingresar en el vientre de la madre, que poseían la facultad de atraer las lluvias, generar el crecimiento y sobre todo regenerar la vida y el tiempo.

En la mitología mexica los asistentes de los ayudantes de Tlaloc, llamados Ahueque, que habitaban en el paraíso regido por Tlaloc , eran representado en forma de niños.

Estas características que los hacían tan valiosos también daban lugar a que se les ofreciera en sacrificio a los dioses. Con la costumbre de montar el pesebre, seguramente de origen franciscano, también vino el culto al niño Jesús propagado por la orden monacal de Nuestra Señora del Monte Carmelo, sobre todo en su rama femenina, ya que su reformadora la monja Santa Teresa de Jesús (España 1515-1582) promovía este culto basada en la espiritualidad de su orden. Hacia los siglos XVII a XVIII las monjas se encargaban de vestir la figura con ropita que ellas mismas u otras personas tejían para llevarla a la iglesia.

Todo esto “aunado al simbolismo “solar” de Jesús que es luz de las naciones nos habla de un Sol ‘niño’ que nace y da inicio a la petición de buenas cosechas”7 y a regenerar la vida y el tiempo. ¿Cómo no revestirlo como lo que representa?

La figura debe ser levantada y arropada por la madrina que se encargó de arrullarlo y acostarlo durante la Nochebuena. Este ritual representa el momento en el que la Virgen María llevó a su hijo al templo después de nacer. En estos últimos decenios la religiosidad no ilustrada de los alejados del conocimiento sobre el sentido de estas fiestas, el revestimiento ha dado lugar a expresar en esta imagen la devoción particular de cada creyente hacía algún Santo o atributo de Cristo.

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Conclusión

Todos buscamos la luz del sol, porque con ella podemos distinguir lo que nos rodea y nos ilumina para saber por dónde vamos y quienes somos, Dios nos envió a su Hijo Único en una carne como la nuestra para que desde niño nos hiciera ver cuanto Dios ama nuestra humanidad desde su concepción, cuanto nos ama desde el vientre de nuestra madre, como nadie, ni siquiera nuestra madre nos ama o nos amará, porque el tomo nuestra condición humana, la hizo propia, el creador se hace al modo de su creación humana, y nos hace ver quienes somos delante de él y nos ayuda a distinguir cuál es el camino mejor para dejar a un lado el pecado, es decir, el odio, las injusticias, las riñas, la mentira y el egoísmo para tener vida de verdad, vida compartida en fraternidad con todo ser humano y vida nueva y eterna, caminando hacia esa vida desde nuestro nacimiento. Con razón dice el Señor Jesucristo: “…dejen que los niños vengan a mí, porque de los que son como ellos es el reino de los cielos.”

Por otro ladom no hace mucho, algunos han tomado ocasión de los personajes de Ana y Simeón como personas consagrados a vivir su Palabra, para celebrar el día de la vida solo consagrada a poner todo lo que se tiene al servicio de vivir según el evangelio, incuso renunciando a una vida materialmente prospera y particularmente exitosa.

Pero esta, es otra historia.

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