Reflexión del Pbro. Victoriano de Jesús Ibáñez Hernández, encargado de la Pastoral Juvenil de la Diócesis de Azcapotzalco.
En tu testamento, nos entregas todo, tu tesoro más valioso, aquella que encierra en sí misma todos los tesoros de gracia escondidos. Ella es la tesorera de todas las gracias; vaso espiritual que contiene todo don, puerta del cielo que nos trajo el cielo y por medio de la cuál podemos entrar en él. Ella es nuestra Madre y Madre de la Iglesia, la que convoca a todos sus hijos para decirles: “hagan lo que Él les diga” y que nos enseña a hacerlo diciendo: “Hágase en mi según tu palabra”.
Construyamos una “casita” en nuestra vida y corazón
Ella ha cumplido el mandato de su Hijo Amado: “Ahí está tu hijo”. Y me ha tomado como un niño en brazos de su madre, consuelo en la aflicción, refugio, ayuda, intercesora, amor y ternura, ella se ha hecho todo para todos sus hijos para ganarlos a todos, y así, se le venera en infinidad de vocaciones, en que se hace presente y se multiplica como una madre de familia en su casa para cada uno de sus hijos. Y baja a cada tierra para establecer una casita en donde se le venere y muestre ella todo su amor y su ternura.
Ya sólo falta una cosa: que nosotros le construyamos esa “casita” en nuestra vida y corazón, para que ella venga a vivir con y en nosotros. Como el discípulo amado: “Desde entonces la recibió en su casa”.
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Pregúntate, oh, discípulo de Jesús, si has recibido su testamento, su última voluntad con reverente obediencia y has recibido a María “entre tus cosas”, y dile hoy y siempre a la Madre de Jesús.
Madre mía
Madre de la Iglesia
¡He aquí tu hijo!
¡He aquí mi corazón!
¡He aquí mi familia!
¡He aquí mi patria!
Esta es tu casa
Ven y mora Madre mía
Que si tu entras, Jesús entra contigo
¡Ven oh Madre de la Iglesia! Haz de mi vida tu morada, haz de mis hermanos tu Iglesia, haz de este mundo la familia de Jesús.